Gijón, Nacho AZPARREN

La euforia está justificada. Los jugadores se quitaron un enorme peso de encima cuando Fernández Estrada decretó el final del encuentro. La alegría también es más celebrada por inesperada. Por primera vez en los últimos tres años los sportinguistas pueden celebrar el año sin la angustiosa necesidad de esperar a la última fecha del campeonato. El viaje a Santander se presenta como un gran viaje de placer para la expedición sportinguista. Todo lo contrario le ocurre al cuadro montañés.

La afición fue la que no se detuvo ni un minuto. El día del Valladolid el aficionado medio del Sporting se caracterizaba por una enorme congoja respecto al devenir del partido. Los cánticos se ahogaron paulatinamente en murmullos de decepción y los malos presagios, al final, se volvieron realidad, como en las más inquietantes pesadillas. Nada que ver con lo ocurrido anoche. El vigor del aficionado en su cántico era evidente. Quizás fuese el equipo descafeinado que había presentado el Atlético, quizás se debía a la confianza en que los resultados en otro campos acompañarían o quizás se basaba en la fe en el propio Sporting, pero el caso es que en el ambiente flotaba la sensación de que de anoche no pasaba. El Sporting seguiría un año más en Primera. «Y pobre del que quiera robarnos la ilusión», completaba a coro el fondo de los aficionados más fogosos. Cuando el colegiado catalán decretó el final del partido, el rostro de los aficionados sportinguistas no reflejaba ni alegría ni tristeza. Lo que transmitían era duda. «¿Estamos matemáticamente salvados o no?», se preguntaban mientras buscaban a su lado a un experto matemático que hiciera las cábalas precisas para poder celebrar el éxito. Y es que el diluvio de goles acaecido en la jornada liguera no hizo fácil el cálculo de la salvación. Con el empate el Sporting debía esperar otros resultados para ratificar su presencia en Primera, pero ayer todo fue de cara.

Los jugadores sí fueron conscientes desde el primer momento que había motivos para la alegría. A pesar de lo que durante la semana Preciado había asegurado que no estarían pendientes del transistor, la realidad fue distinta. «Es que soy un poco mentiroso», explicaría minutos después el técnico cántabro ante la prensa confesando que alguna radio se había colado en el banquillo sportinguista.

La celebración en el terreno de juego casi alcanzó cotas más altas que la de la afición en la grada. El final del encuentro supuso una liberación de tal magnitud en los jugadores que difícilmente que, a su paso por la sala de prensa, daban más la impresión de haberse librado de un mal trago que de celebrar un éxito. Bien es cierto que el jolgorio en el terreno de juego fue más mesurado que el de los últimos dos años. Parece lógico, después de los finales dignos de las mejores películas de suspense. Pero una vez en el vestuario, la emoción se desbordó. «Ha habido de todo, celebraciones, gritos, abrazos, cánticos? teníamos mucha tensión acumulada y la hemos liberado», confesaba Lora a la salida de las duchas. A la fiesta del vestuario no faltó nadie. El lesionado Botía y el jugador del filial Borja Navarro (que no viajó a Tenerife por ser baja por acumulación de amonestaciones) se sumaron a la celebración una vez terminado el encuentro. Un lugar la que también acudió el central Jorge, cedido esta temporada en el Nàstic y que jugó el sábado con su equipo, a felicitar a sus ex compañeros de la campaña anterior.

Como era de prever, la fiesta se prolongó por todo Gijón hasta altas horas de la madrugada. Una celebración digna de las más épicas batallas ganadas. Pero esa, es otra historia.