Futbolísticamente, no hay un Mourinho único, monolítico. Ha sabido adaptarse a las circunstancias, a las plantillas que ha manejado y al medio en el que se ha movido. No tiene mucho que ver el Mourinho que se dio a conocer en el limitado Oporto con el que gestionó un equipo lleno de figuras en el Chelsea o el de los dos últimos años en Milán. Eso sí, en todos los casos se puede encontrar un hilo conductor: fichajes a su medida, una disciplina táctica innegociable y la idea del equipo por encima de todo. Un modelo, en cualquier caso, que funciona, como demuestran los números del entrenador portugués en sus tres últimos clubes: 16 títulos en sus nueve años en la élite.

Tras su etapa de aprendizaje en España, primero como traductor de Bobby Robson y después como ayudante de Van Gaal, Mourinho volvió a Portugal para volar en solitario. Tuvo una breve experiencia en el Benfica, condicionado por las elecciones del club, e inició la temporada 2001-2002 en el modesto Uniao Leiría. Mediada esa campaña le reclamó el Oporto, que pasaba por dificultades y al que acabó clasificando en tercera posición, tras el Sporting y el Boavista. Con una inversión de menos de diez millones de euros para fichar jugadores como Tiago, Maniche, Nuno Valente, Ferreira y Jankauskas, el Oporto ganó la siguiente Liga, con once puntos de ventaja sobre el Benfica, la Copa portuguesa y la Copa de la UEFA.

La temporada 2003-04 sirvió para disparar la cotización de Mourinho. El club hizo un esfuerzo para complacer a su entrenador y se gastó casi 15 millones de euros, seis de ellos en los delanteros Benni MacCarthy y Carlos Alberto. Mourinho armó un equipo muy sólido, con un centro del campo trabajador (Pedro Mendes, Costinha, Maniche) y una defensa formada por jugadores que desarrollarían una brillante carrera (Paulo Ferreira, Ricardo Carvalho y Nuno Valente) junto al veterano Jorge Costa.

Aquel Oporto volvió a ganar la Liga portuguesa de calle (ocho puntos sobre el Benfica) y dio el salto de calidad en Europa de la mano de Deco, que desde la media punta desequilibró la mayoría de los partidos. El brasileño nacionalizado portugués era prácticamente el único jugador al que Mourinho daba libertad para jugar a sus anchas, ya que el otro mediapunta (Derlei) y el único delantero (Carlos Alberto o McCarthy) eran los encargados de iniciar la presión para que el rival no saliese jugando.

Las semifinales de aquella Liga de Campeones son el mejor ejemplo de cómo funcionaba el Oporto de Mourinho. El técnico portugués planteó la eliminatoria contra el Deportivo como una labor de desgaste, sin una concesión. Por eso no le pareció mal resultado el empate a cero en la ida, en el estadio Do Dragao. Y tampoco perdió el control en ningún momento en Riazor, donde el Dépor se las prometía muy felices y se encontró con un dolor de cabeza. El Oporto maniató a su rival y, avanzado el segundo tiempo, le pilló en un contragolpe que acabó con penalti del asturiano César a Deco. La final, ante un tierno Mónaco, fue coser y cantar (3-0) para un Mourinho que ya enfilaba la puerta de salida hacia el Chelsea.

Mourinho fue el capricho de Roman Abramovich y el técnico supo explotarlo convenientemente. El magnate ruso gastó casi 145 millones de euros en ocho futbolistas de primera fila, como el caso de Drogba, Carvalho, Robben, Tiago, Kezman y Cech. A los que se añadieron la temporada siguiente Essien, Wright-Phiillips, Del Horno, Lass Diarra y Maniche, por otros 90 millones. Muchos y buenos futbolistas, que junto a otros que ya estaban, como Terry, Lampard y Joe Cole, permitieron a Mourinho armar un equipo muy ofensivo, casi siempre a partir del 4-3-3.

Durante tres temporadas, el público de Stamford Bridge lo pasó bien, con un equipo que encajaba muy pocos goles y anotaba con facilidad, y celebró seis títulos (dos Ligas, dos Copas de la Liga, una Copa y una Community Shield). Insuficiente para Abramovich, que buscaba en Mourinho al hombre que debía guiar al Chelsea a su primera Copa de Europa. Ni siquiera llegó a la final. Por eso y algunas discrepancias sobre los fichajes (96 millones de euros gastados en el verano de 2006), Mourinho fue despedido en septiembre de 2007.

En su siguiente destino, el Inter, el técnico adaptó sus métodos al gusto del público italiano. No necesitó una gran inversión para armar un equipo que respondiese a las exigencias del «Calcio», donde la mayoría de los equipos salen a no perder. La conocida solvencia de los equipos de Mourinho bastó para renovar el título de Liga, pero no hizo camino en Europa. Una buena razón para que el dueño interista, Massimo Moratti, hiciese caso a su técnico, hasta gastar casi cien millones de euros.

Con refuerzos de su gusto en todas las líneas (Lucio en defensa, Motta y Sneijder en el centro del campo, Eto'o, Pandev y Diego Milito en ataque), Mourinho fue tejiendo un equipo que ha ido de menos a más. Le costó un poco encajar todas las piezas, pero contó con el sacrificio de futbolistas como Eto'o para cuadrar su mecano defensivo. Coronado por uno de los mejores porteros del mundo (Julio César), el Inter ha sido una fortaleza inexpugnable. El resto lo dejó en manos de Sneijder y Milito.