Johan Cruyff es un ansioso y lo quiere todo para él. Con Joan Laporta mandaba entre bambalinas, sin riesgo porque estaba tapado, y con Sandro Rosell tardó instantes en percatarse de que no iba a tener papel tan protagonista. De ahí que el ex levantinista (¿por qué se olvida este dato?) haya dicho que «el Barça ya no es más que un club».

El actual mandatario del club no aprobó que su antecesor nombrara a Cruyff presidente honorario para hombrearle con Alfredo di Stéfano, quien recibió tal honor de Florentino Pérez en su primera etapa y nadie protestó por ello.

El caso Cruyff fue muy distinto porque en opinión de Rosell, un club que trata de ser democrático, de hecho fue el primero que logró después de la represión de la guerra conseguir que se le permitieran elecciones entre los socios, un nombramiento de tal calibre debía tener mayor consenso.

Cruyff ha aprovechado la firma del contrato que permitirá al Barça lucir publicidad de Qatar Foundation en las camisetas a cambio de 135 millones de euros, por cinco años y la presente campaña, mucho más de los que percibe el Real Madrid por idéntico concepto, para sacar los pies del tiesto. Para mostrar su malestar por lo que dijo Rosell de su título honorífico y que en arrebato le llevó a devolver la insignia y a renunciar al nombramiento.

Laporta no se atrevió a manchar la camiseta, pero estableció el convenio con UNICEF, que tenía aparentemente un deseo benéfico y plausible y por otro establecía el mensaje subliminal de que también se podía lucir publicidad cobrando. Rosell ha interpretado el sentir de Laporta y no ha perdido la ocasión de lograr ingresos para estar a la altura del Madrid y poder pagar las deudas.

El Barça nunca dejó de ser «mes que un club», frase cuya paternidad se adjudica a Narcís de Carreras, quien fue albacea testamentario de Francisco Cambó y hombre de reconocido prestigio en Cataluña, y no sólo por el Barça, de cuya presidencia tuvo que dimitir poco después de destituir a Salvador Artigas como entrenador y sin que con ello mejorasen los resultados.

El Barça fue suspendido por el capitán general de Cataluña don Joaquín Miláns del Bosch, en 1922, por los silbidos de los espectadores en Las Cortes al himno nacional. Cuando Alfonso XIII le perdonó el castigo porque tenía en gran aprecio a su presidente Arcadi Balaguer, el club tenía en la Banca Jover más dinero del que habría conseguido de haber estado su estadio y taquillas abiertas.

El Barça perdió, como castigo tras la guerra civil, dos de las cuatro barras que figuran en su escudo y no por ello dejó de ser emblema de cierto catalanismo. Recuperó la cuatribarrada a pesar de que sus socios, nada complacientes con el régimen, fueron los primeros ciudadanos que se sumaron a una huelga en contra del aumento de precio de los tranvías. En día de lluvia todos fueron a Las Corts y volvieron a casa a pie.

Fue más que un club cuando después del infamante 11-1 (once jugadores amenazados en el vestuario por un alto dirigente de la Dirección General de Seguridad) de Chamartín y las dos multas de la Federación Española dimitió su presidente, general Marqués de la Mesa de Asta, lo que obligó a que hiciera lo propio el madridista y fuera nombrado Santiago Bernabeu. El Barça nunca renunció a considerar presidente a Josep Sunyol asesinado al comienzo de la guerra civil en la sierra de Guadarrama.

El Barça siguió siendo «mes que un club» a pesar de la sentencia del caso Di Stéfano en la que desde un Consejo de Ministros se decidió que jugara dos años en cada equipo porque Martí Carretó, quien no se atrevió a quedarse con todos los derechos federativos del jugador porque se le había amenazado con una inspección de Hacienda. Montal padre, su sustituto, fue quien dijo lo de «per a vostés el pollastre». Se conformó con tener a Kubala. Con ambos habría sido equipo casi imbatible.

El Barça continuó siendo más que un club aunque fuera atropellado como aquella noche en que Emilio Carlos Guruceta pitó penalti por una falta que Rifé le hizo fuera del área a Velázquez.

Johan Cruyff entendió la grandeza del club porque le llevó a su altar mayor a pesar de que tras el 0-5 de 1974, más de la mitad del contrato como futbolista se lo pasó sacando faltas y de banda. Lo convirtió en mito al entrenador que ganó cuatro ligas consecutivas. Una indudable e indiscutible y tres gracias al Tenerife, dos, y al Valencia que en Riazor su portero González detuvo el penalti lanzado por Djukic, el único deportivista que tuvo valor para lanzar la falta.

El Barcelona consiguió siendo «más que un club» cuando su entrenador, Cruyff, fichó para reforzar al equipo, entre otros, a Korneiev y Escaich, delanteros con los que Espanyol descendió a Segunda, Romerito, casi ex futbolista, José Mari (del Osasuna), Onésimo, Eskurza, e hizo debutar a Lucendo (capitán de Andorra), y mantuvo en la plantilla a su yerno Angoy.

El Barça no dejó de ser más que un club ni siquiera cuando Johan Cruyff fichó por 12 millones de pesetas por el Levante que jugaba en Segunda y que presidía Francisco Aznar. Debutó en 1981 y el equipo acabó noveno. Su fichaje sólo fue despilfarro.

El Barça no ha tenido más remedio que contratar publicidad. Ya era el único que no había caído en ello. El Athletic Club también lo hizo hace unos meses. Al principio hay quienes se ponen muy dignos, pero se acaba aceptando el devenir de los tiempos. A Luis de Carlos, presidente del Madrid le silbaron y protestaron los socios de la tribuna el primer día que el equipo lució en las camisetas las tres bandas. Después ya ha valido todo. Como le valdrá a Cruyff si Rosell le mima.