«¡El Génova! Nos ha tocado el Génova?». Las noticias que llegaban a Oviedo desde un hotel de lujo de Ginebra aquella mañana de julio de 1991 no eran muy alentadoras. En la lista de posibles rivales que le podían tocar en gracia -Génova, Sporting de Portugal, Groningen, Dinamo de Bucarest, Vllaznia Shkoder, AEK Atenas y Rotweiss Erfeurt- uno italiano equivalía a la peor opción.

Cuando el representante de la UEFA sacó la papeleta del Génova, Juan Mesa, representante del Oviedo en el sorteo, se estremeció en su silla. «Es una suerte debutar en Europa ante un equipo histórico». El punto de vista optimista lo puso el presidente, Eugenio Prieto. Jabo Irureta, siempre comedido, optó por la cautela. «El Génova ha sido cuarto en Italia, que viene a ser como la NBA del fútbol», publicaba LA NUEVA ESPAÑA en boca del entrenador al día siguiente del sorteo.

«Y de verdad lo pensaba», comenta ahora Irureta, sorprendido de que se hayan cumplido 20 años de aquel partido; «Italia entonces asustaba. El legado de Sacchi en el país fue enorme y el Génova contaba con internacionales de la talla de Branco, Aguilera o Skuhravy». Meses después el temor inicial se había transformado en esperanza. Aquel 19 de septiembre de 1991, en pleno San Mateo, el conjunto azul tocó su techo en Europa.

«Estábamos tranquilos. Nos lo planteábamos como un partido más, pero en el fondo sabíamos que se trataba de un hito histórico», sostiene Carlos. Como era costumbre, Irureta citó a los jugadores dos horas antes del encuentro en el Tartiere. A su llegada, los 6.000 aficionados italianos cubrían uno de los fondos. «Me llamó la atención la cantidad de banderas que traían los italianos. Era un ambiente fantástico. No cabía un alma en el Tartiere», afirma Carlos.

La invasión italiana fue monumental. El aeropuerto de Asturias batió su récord de tránsito. Un total de 9.580 personas entraron y salieron en Asturias a bordo de aviones esa jornada. Los 42 vuelos entre Génova y Asturias en 30 horas tuvieron la culpa. El efecto de la afición visitante se enfrió con los primeros compases del partido. Sólo Simone Braglia, portero del Génova, fue capaz de detener los intentos azules. Al borde del descanso apareció una fisura en el muro. El reloj marcaba las 21.17 cuando el Oviedo tuvo su mayor dosis de protagonismo en Europa.

«Bango iba muy bien en la estrategia ofensiva, así que supongo que en aquel saque de esquina tendríamos un movimiento ensayado», razona Irureta. «No, la jugada no estaba prevista», corrige Bango; «me acerqué a Gorriarán y le dije que entrara él, que yo me quedaba en la frontal del área. Después decidí ir al primer palo». El resto es historia: «Rematé de cabeza y el rechace me volvió a caer», relata el goleador. El segundo intento fue el bueno y el balón fue a parar a la red.

El Tartiere estalló. La segunda mitad confirmó la buena actuación azul, con el uno a cero final. La portada de un diario deportivo nacional al día siguiente señalaba al héroe: «Después de bingo, ¡Bango!». «Fue el gol más trascendente de los que hice, pero no fue mérito mío, sino una simple cuestión de suerte», pronuncia el protagonista rechazando los elogios.

Superada la invasión italiana con el embrujo de San Mateo, la siguiente cita se produciría más allá de los Alpes, en la portuaria región de Liguria. El «Grifone», como es apodado el conjunto italiano en referencia al ser mitológico con cuerpo de león y cabeza de águila que impera en su escudo, era temible en su estadio, el Luigi Ferraris. El 3 de octubre se encargaría de demostrarlo.

Los recuerdos de ese partido van ligados a dos nombres casi impronunciables: el del colegiado alemán Schmidhuber y el del delantero checo Skuhravy. El Oviedo llegaba confiado. «Fuimos 17 convocados y en la previa comentábamos quién se quedaría fuera de la lista. ¡Nadie se quería perder el partido!», rememora Carlos, que continúa su relato: «Jankovic decía que si era él el elegido dejaba el fútbol. Cuando Marigil vino y le dijo a Janko que él era el excluido le estuvimos vacilando un buen rato».

La relajación terminó con el pitido inicial. Los primeros minutos confirmaron que Schmidhuber no iba a colaborar. «Aparte de la expulsión de Lacatus y el penalti no señalado a Berto, nos iba cargando con pequeñas decisiones», apunta Carlos. Irureta va más allá: «Italia tenía mucho peso en Europa. Artemio Franchi había dirigido la UEFA y cuando jugabas allí sabías que tocaba arbitraje casero». Carlos aumenta la desconfianza: «Hubo muchos rumores. Uno muy extendido es que el Génova regaló relojes al árbitro y sus asistentes».

El otro ogro de aquella noche medía cerca de dos metros. Skuhravy hizo dos goles y chafó las esperanzas azules cuando el equipo ya tocaba la siguiente fase. «Había hecho un Mundial importante en Italia-90, sabíamos de lo que era capaz», analiza Irureta. «Quizás Jabo se equivocó en algún cambio. Bango cubría a Skuhravy y su sustitución le liberó», sostiene Carlos. «Nos faltó algo de experiencia, saber dormir el partido cuando íbamos por delante», añade Bango.

«El vestuario estaba destrozado. Fue una historia muy bonita con un injusto final», clama Irureta. «¿Quién sabe dónde hubiéramos llegado? Éramos un equipo fuerte en las eliminatorias, muy fuerte?», expresa Carlos. Tres días después, el Oviedo derrotó al Barça de Cruyff en el Camp Nou. Al «Dream Team» no se le ocurrió que el fútbol siempre concede la oportunidad de resarcirse.

Desde la multitudinaria llegada de los genoveses al aeropuerto de Asturias hasta el escándalo arbitral en suelo italiano, la eliminatoria entre Oviedo y Génova dejó muchas imágenes para la historia. LA NUEVA ESPAÑA hizo una amplia cobertura del duelo.

«La eliminatoria fue una historia muy bonita con un injusto final»

<Jabo Irureta >

Ex entrenador del Oviedo

«Marcar aquel gol histórico fue una cuestión de suerte»

<Ricardo Bango >

Ex jugador del Oviedo

«Había un ambiente fantástico, no cabía un alma en el Tartiere»

<Carlos Muñoz >

Ex jugador del Oviedo