Las visiones del fútbol son tan variopintas que tal parece que el Sporting jugó el sábado en Barcelona disfrazado de «Caco Bonifacio», aquel personaje de los tebeos de nuestra infancia. «Atraco frustrado» se lee en alguna portada barcelonesa, que clama contra la expulsión de Piqué y reclama tres penaltis, o más como sentenció con un kilo de ironía Javier Clemente. Resulta que no fue el Sporting el atracador, sino el árbitro, aunque bien que insultaron algunos a los rojiblancos porque no hicieron pasillo a los rivales y les dejaron marcar goles y goles antes de que llegaran los nervios.

Estuvo bien el partido de Barcelona, pero los puntos no llegaron a pesar del esfuerzo del juvenil equipo, cargado de canteranos (al fin) y con ganas de sacar el barco del banco de arena en el que ha encallado. El sábado, ante el Sevilla en el Anfield del Piles, ya no habrá disculpa: ni árbitro, ni mala suerte, ni postes, ni agua, ni frío ni calor. La victoria es innegociable, y más después del milagro de La Romareda, donde el Zaragoza levantó un partido ante el insípido Villarreal que, de haber ganado, habría dejado al Sporting a nueve puntos y habría alejado aún más la salvación, quizás a siete si hubiera que tomar como frontera al Granada. Ahora la salvación sigue a seis, coeficiente al margen, que no son nada en cuanto se encadenen dos o tres victorias consecutivas, que es de lo que se trata en el mes que acaba de comenzar. Los dos goles postreros de un Zaragoza que no se entrega son una lección que los rojiblancos no pueden dejar escapar. Como no se entrega el Zaragoza o, salvando las distancias, el propio Barcelona, que tenía a diez al Real Madrid cuando empezó su partido ante el Sporting. La fiesta final por la victoria ante un modesto demuestra que no se entregan y que, en palabras de Guardiola, esperan jugarse la Liga ante el gran rival en el Camp Nou.

Dura tarea la que les queda por resolver a los rojiblancos, pero apasionante porque la continuidad en Primera tiene que ser sagrada para un club como el Sporting. La Primera es el hábitat natural de una entidad zarandeada tantas veces por las gestiones mal llevadas. Las gentes ven posible el logro y los más finos analistas del lugar parecen convencidos de que es posible tras el desarrollo del encuentro de la noche sabatina. Una cuestión, sin embargo, para considerar: ojo, de nuevo, con los minutos finales, en los que se encajan más goles de los debidos. Ya ha pasado más veces.

Como ha pasado más veces que entrenadores de los que se espera mucho no son capaces de sacar adelante sus tareas. El último ejemplo, Vilas-Boas, llamado a ser el sucesor de Mourinho y de las Alas Pumariño al que no han dejado terminar la temporada en el Chelsea. El club inglés, quizá con un vestuario envenenado, no ha tenido paciencia y ha devuelto al entrenador a su Portugal querido. El hombre que ve la sombra de su paisano en todas partes, salvo en Barcelona, va a tener que buscar nuevos horizontes para imponer sus sistemas, que tan mal no le han ido al Oporto. Problemas serios en Londres, donde algunos equipos no maduran, el Arsenal, y otros envejecen demasiado, el Chelsea. Cosas del fútbol.