Izquierda Unida, a través de Gaspar Llamazares, pidió al Gobierno hace unos días información sobre la deuda del fútbol con Hacienda, y el titular del ramo, Cristóbal Montoro, cantó, de forma directa y sin matices, los números del impago: 750 millones de euros. La novedad, que no es tal, ha servido sin embargo para que los refractarios del deporte, los demagogos de salón y nuestros viejos y hostiles exquisitos hayan sacado a relucir su acreditada mala leche y su ignorancia enciclopédica en estos problemas, en sus análisis, discusiones y búsqueda de respuestas. Y a ello va este servidor, que no es tibio en los asuntos del balón ni en las denuncias que en más de una ocasión ha planteado desde estas mismas páginas sobre la mala gestión de algunos clubes españoles, sobre la deriva no siempre acertada de la Liga de Fútbol Profesional y sobre la amenaza de quiebra que pesaba y pesa sobre un número apreciable de esas sociedades anónimas deportivas.

Aunque lo primero será precisar algunos extremos y contextualizar los problemas. En principio, la deuda necesita reconocimiento, parte de ella ha sido recurrida, no toda es exigible y en buena medida ya ha sido negociada en términos de pago y de aplazamiento. No es excusa, pero frente a los mayores o menores números rojos del fútbol, ¿cuáles son los de los partidos políticos, observatorios y chiringos varios, sindicatos, patronales, taifas autonómicas, ayuntamientos y el propio Estado? Si estamos en situación de quiebra, si el legado de la crisis y la mala gestión para afrontarla nos ha llevado a la ruina total y hay que apuntalar al Estado en cada Consejo de Ministros, no será lo más justo poner al fútbol en la picota, porque al fin y a la postre ésta es una de nuestras mejores empresas, de las más rentables, de las que cuentan con más peso en la economía nacional y de las que más empleo crean en un país de escaso músculo empresarial. Sin contar sus grandes intangibles: la alegría, la ilusión, el entretenimiento, la cohesión social. Según informes de distintas auditorías internacionales, esta actividad representa entre nosotros el 90% de todo el sector del ocio, un porcentaje próximo al 3% del PIB y miles de puestos de trabajo, directos o indirectos. Otras precisiones. Nuestra selección nacional es la campeona del mundo y de Europa, y los clubes españoles, Barcelona y Madrid especialmente, conforman con el turismo nuestra mejor marca y referencia internacional. Y están también las apuestas deportivas, las quinielas, que desde 1946 han alimentado los presupuestos de varias instituciones de carácter benéfico-social, otros deportes, Juegos Olímpicos de Barcelona y Mundial-82, obras del «Pirulí» de TVE, edificio de Hacienda, programas varios del CSD. Y lo más curioso. Las diputaciones, desde los tiempos de Franco, vienen recibiendo graciosamente más del 11% sin que nadie sea capaz de explicarlo. Ni el porqué ni que, para colmo, la cantidad supere a la del propio fútbol, un 10%, que tiene, por demás, carácter finalista y predeterminado. Dineros generados con la imagen del fútbol, con la referencia de sus campeonatos y con los derechos de imagen, propiedad intelectual de la que el fútbol ha sido prácticamente expropiado. Por añadidura, hasta 1987 los clubes estaban obligados a ceder gratuitamente a TVE las imágenes y transmisiones de los partidos y todavía hoy -no se sabe por qué- han de ceder en cada jornada un partido en abierto, un detallito. Una graciosa regalía que según cálculos de la LFP cuesta a los clubes cada temporada doscientos millones de euros. ¿Por qué no se hace lo mismo con los toros, el teatro, los conciertos de Julio Iglesias o los «Rolling» o cualquier espectáculo que pueda suscitar interés general? Y ¿por qué -otra incongruencia más- el cine porno tributa la mitad de IVA que el fútbol?

Es lógico, por tanto, que el fútbol venga esgrimiendo desde hace tiempo estas y otras ponderadas demandas y reivindicaciones. Por ejemplo, un incremento del porcentaje quinielístico, que después de pasar muchos años con una participación ridícula -hasta 1982 no recibió una peseta, y luego, el 2,5 de la recaudación- sólo desde época reciente -Gobierno de Aznar- ha alcanzado la citada cifra del 10%. E, igualmente, quienes ponen en juego con sus equipos y sus estrellas, de coste millonario muchas de ellas, el mayor de los espectáculos y mueven ahora en la red con las apuestas on line ingentes cantidades de dinero, no reciben el mínimo retorno de ese negocio de acuerdo con la nueva ley del Juego. A lo largo de la historia el fútbol ha sido bastante más espléndido con el Estado que a la inversa.

En el mundo del pelotón, es verdad, aunque no son mayoría, hay atrabiliarios personajes, gestores poco eficaces y hasta manirrotos, pero hasta la fecha el «deporte rey» no ha contado con ninguno de los casos de corrupción que nos brinda a diario la política. La suerte para nuestros gobernantes, que, por otro lado, pierden el culo por sentarse en los palcos, es que los clubes se pasen la vida en sus disputas, divididos, negociando de manera individual contratos y no hayan hecho frente común para llevar a cabo el cierre patronal que plantearon algunos la pasada temporada. Si ese momento llegara, si la Liga consiguiera la unión de sus representados, ésta sí que sería una huelga general cada domingo y entre semana. La paralización del país por aburrimiento y atonía. Es difícil y doloroso aguantar sin curro. Pero imposible sin la interminable pasión del fútbol.