Cuando el árbitro señaló el camino a vestuarios tras los primeros 45 minutos, el Marino había despachado todo un ejercicio de solvencia y seriedad. Después de haber dominado claramente al Zamora en el primer acto, el conjunto de Quirós mostró en el segundo una cara bien distinta a la que le había permitido tener el partido encarrilado, sobre todo si el árbitro hubiese pitado un penalti sobre Robert con 0-1. La reanudación mostró un equipo impreciso y fallón, incapaz de generar una ocasión en toda la segunda parte. Con el marcador a favor y superioridad numérica sobre el terreno de juego, los luanquinos mostraron cierta incapacidad para gestionar una situación tan ventajosa, como si padeciese miedo a las alturas. Llegó al descanso con 0-1 y uno más en el campo después de la expulsión de Dani Mateos, que en cuarenta y cuatro minutos vio cómo Robert lo destrozaba constantemente, hasta que consiguió que el lateral zamorano enfilara la caseta antes de lo debido.

Antes, Reguero había puesto por delante al equipo asturiano al rematar con un certero cabezazo en el corazón del área un preciso centro de Castaño. El Marino se manifestaba como un equipo serio y sin fisuras, sustentado por la consistencia y el oficio de la defensa y, sobre todo, de Castaño y Espolita, dueños absolutos del centro del campo. Más adelante, el espacio está reservado para el talento. En la zona ofensiva el conjunto luanquín adquiere un punto más de sofisticación cuando el balón se reparte entre Álex Arias y Robert. Al primero le costó más encontrar constancia, pero cada vez que dispone de una pelota en buenas condiciones las posibilidades de cosechar algo productivo aumentan. Se disparan en el caso de que mezcle con Robert, un jugador que en la primera parte ofreció un curso acelerado de cómo destrozar una defensa. Una expulsión provocada, un puñado de claras ocasiones y hasta un posible penalti airadamente protestado por los asturianos figuran entre sus principales aportaciones ayer.

Tras el descanso, la seguridad mostrada por el Marino y su superioridad numérica inducían a pensar que los de Quirós saldrían a asestar el golpe definitivo al hasta entonces testimonial Zamora. Lejos de ello, los asturianos dilapidaron los primeros quince minutos hasta que Diego cortó con la mano un incipiente contraataque zamorano. El árbitro le mostró la segunda cartulina amarilla y el Marino se desvaneció. Para ser más precisos, terminó de desvanecerse.

De ahí al final del partido, se vio la versión más errática del Marino, sufridor hasta la conclusión, a merced de un Zamora que mostró las garras, empató de penalti y pudo llevarse el partido después de acumular claras oportunidades, alguna de ellas notablemente resuelta por Rafa Ponzo, que ya había detenido en la primera parte un penalti a Borja Rubiato por mano de José Ángel.

El Marino puede estar satisfecho por arañar un punto tras ser dominado por el Zamora en la segunda parte, pero la falta de ambición lo condenó cuando la acumulación de razones para matar el partido era demasiado pesada. Los de Quirós mostraron miedo a las alturas, una asignatura pendiente en la lucha por mantenerse en la zona noble.