Ponferrada fue la estación final de destino de un Sporting que perdió también el último tren. Como esa novia que se hace de rogar, los rojiblancos llegaron tarde a todas las citas importantes de esta temporada. Tampoco en El Toralín estuvieron a la altura de lo mucho que había en juego. Como lo que mal empieza mal acaba, los rojiblancos dieron una despedida triste a un año gris. Las desgastadas calculadoras del sportinguismo se apagaron ayer de forma definitiva. Ya no hay más cuentas que hacer. Como la lechera de la fábula, el sportinguismo había soñado con una remontada épica, que incluía victorias en Ponferrada y Las Palmas, sostenida sobre la mejor versión de un equipo que podía haber hecho mucho más por alcanzar un objetivo que parecía asequible por múltiples razones. Por historia, por presupuesto, por el potencial de la plantilla y porque se cuentan con los dedos de la mano los conjuntos capaces de movilizar a tres mil aficionados en un partido de Segunda División. Ni siquiera la mayor oleada de la Mareona sirvió para estimular a un Sporting que nunca demostró ser mejor que la Ponferradina.

Había tanto en juego, que apenas jugaron. Ponferradina y Sporting tuvieron más miedo a perder que ansias por ganar y eso se tradujo en un aburrimiento integral. Unos y otros confiaron su destino a una moneda lanzada al aire. La del Sporting se estrelló en el poste y se fue fuera con un extraño efecto y en contra de toda lógica. La de Ponferrada cayó de cara y deshizo un empate que quizás hubiera sido más justo, pero que no dejaba de ser una migaja para el Sporting.

Se jugaba uno de esos partidos que miden el cuajo de un equipo. El rendimiento del Sporting explicó muchas de las cosas sucedidas durante esta temporada y siembran la duda sobre la necesidad de abrir de par en par las puertas del vestuario y airearlo bien. Hace falta gente nueva, con nuevas ilusiones. Gente que en partidos como los de ayer de un paso al frente, descarte la tentación de especular y busque una victoria que hubiera sido trascendente para el club.

Quedan siete semanas de travesía por el desierto que habrá que recorrer de la forma más digna posible. Los que deciden, incluido el entrenador, renovado y reforzado tras la derrota en sabadell, han debido tomar buena nota y extraer consecuencias. Lo más importante para elaborar un proyecto serio, sólido y valiente con vistas a la próxima temporada es acertar con el diagnóstico. Sólo atinando a detectar los males del equipo, se les podrá buscar una solución en el mercado.

El discurso oficial aboga por sumar los máximos puntos posibles y esperar un accidente múltiple que vuelva a dar opciones al Sporting. La tozuda realidad ha demostrado una vez tras otra que este equipo no alcanzará su objetivo por muchos errores que cometan los equipos que tiene por delante.

Lo malo de partidos como el de ayer es que no valen excusas. No hay nadie a quien echarle la culpa. El árbitro estuvo correcto en un partido sin incidencias; el campo, en perfecto estado de revista; el ambiente, excepcional, debió de ser un estímulo y la tarde, apacible y soleada. Lo único que falló fue el Sporting y su falta de ambición. La Mareona se llevó una decepción mayúscula al ver cómo su equipo se conformaba mientras veía alejarse el último tren. Sin intentar siquiera esa carrera desesperada que nunca suele servir para nada, más que para decir que lo has puesto todo de tu parte.

Un error de marcaje culmina una temporada aciaga

El partido arrancó viciado. Los peores pronósticos se confirmaron, Roberto Canella no superó sus molestias musculares y se cayó de la convocatoria. El viernes, lateral y entrenador, tuvieron una larga charla antes de retirarse a los vestuarios. Mientras Luis Hernández, Pedro Orfila y Álex Menéndez, lateral específicos todos ellos, se mordían las uñas siguiendo el partido por televisión desde Gijón, Borja López afrontaba un día duro. Sandoval llevaba semanas rumiando la idea de usar como alternativa a Canella y decidió jugársela el día menos indicado.

El vivo de Álvaro Cervera leyó la jugada y cambió de banda a Saúl, un extremo a la vieja usanza que buscó todas las carencias de Borja en una posición para la que no está dotado. Para mayor escarnio, Carpio ayudó a Saúl con muy buen criterio y Borja capeó el temporal como pudo. En defensa fue tirando, pero cuando le tocó incorporarse al ataque quedó claro que no era lo suyo. Con una banda perdida (Sangoy tampoco hizo acto de presencia), el Sporting cargó por la derecha. Lora y Santi Jara se convirtieron en el único argumento ofensivo y el Sporting se volvió previsible. Demasiado como para inquietar a un rival sólido y bien armado como esta Ponferradina. El primer tiempo fue un bodrio infumable, que se saldó con una ocasión para cada bando. La iniciativa fue local y el Sporting jugó como si le valiera el empate.

Al descanso, Sandoval estiró las orejas de sus futbolistas y el Sporting pareció salir decidido a buscar la victoria. En apenas quince segundos llegó la mejor ocasión rojiblanca. Santi Jara dibujó una diagonal hacia dentro y trazó un pase con el exterior hacia Bilic. El croata se deshizo del ex rojiblanco Samuel con una maniobra de viejo zorro y armó un punterazo al bote que se estrelló en el poste y se marchó fuera. Incomprensiblemente, los rojiblancos no insistieron. Cuando habían logrado meterle el miedo en el cuerpo a su rival volvieron a dejarse ir y la Ponferradina se recompuso.

La cosa pintaba mal y la desgracia se consumó en un córner aparentemente inocente. El treviense Saúl tocó en corto para Acorán, quien, defendido mal por Sangoy y Bilic, serpenteó por el área hasta armar su disparo. Alán Baró ganó la acción a Borja y se interpuso en la trayectoria del balón para desviarlo a la red.

A partir de ahí, al Sporting y a su entrenador les entró un frenesí que los llevó a la precipitación. Una defensa de tres, el campo lleno de atacantes y nada de criterio. Ésa fue la derrota que consumó el hundimiento rojiblanco. Tras el toque a rebato, el Sporting no fue capaz de crear ni una sola oportunidad de gol. La Mareona contemplaba atónita cómo a su equipo se le escurría entre los dedos su última oportunidad. La decepción era manifiesta al final del encuentro. La derrota de Ponferrada fue la guinda de un año errático y desperdiciado por el Sporting.