Hoy es la final de la Copa del Rey, y los futboleros tenemos una cita con un partido que es al fútbol lo que los viejos cines de barrio eran al cine. Los madridistas verán el partido nerviosos porque quieren que gane el Madrid, los atléticos verán el partido muy, muy, muy, muy nerviosos porque quieren que gane el Atlético de Madrid, y todos los demás veremos el partido tranquilamente porque queremos ver fútbol con sabor al viejo fútbol. Algo tiene la Copa que no tiene ni siquiera la final de la Liga de Campeones. Algo. Ese algo que tiene la película «Furia de titanes» (1981), en la que trabajó el gran Ray Harryhausen, y que no tiene la película «Furia de titanes» (2010), el lujoso remake dirigido por Louis Leterrier. Ese algo que tenía el gallinero del viejo cine Ráfaga de Avilés y que no tienen las butacas de las modernas salas de cine. Ese algo que tenían los viejos banquillos del fútbol donde los jugadores reservas y el entrenador se apretaban bajo un tejadillo minúsculo y que no tienen los modernos banquillos ni esos absurdos sillones más apropiados para dormir la siesta que para vivir un partido a pie de campo. La Copa tiene magia, que es como decir que tiene «algo». Y de magia quería hablar hoy.

Ya sé que en una final no hay favoritos y bla, bla, bla. Vale. Pero en esta final sí hay un favorito. Es el Real Madrid. ¿Por qué? Porque sí. Porque a los jugadores del Atlético de Madrid les asaltan los fantasmas cada vez que ven delante a los jugadores blancos. Por eso el Atlético de Madrid es el «pupas», caramba, y ese apodo no se consigue así como así. Es cierto que Simeone ha hecho un buen trabajo con un equipo acostumbrado a cambiar de entrenador como quien cambia de compañía telefónica, pero lo que vale para ser terceros en la Liga no vale para ganar una final de Copa al eterno rival. Simeone es el Catón del Atlético de Madrid, y eso está bien para poner un poco de orden en el tradicional caos colchonero, pero puede que no baste para derrotar en la final de Copa a un Mourinho con ganas de venganza y a un Ronaldo con hambre atrasada. El duro, austero y tercamente romano Catón el Viejo (III-II a. C.) no era amigo de los griegos ni, muchos menos, de las extravagancias helenísticas que llegaban de Oriente. Tonterías, las justas. El duro, austero y tercamente atlético Simeone tampoco es amigo de los griegos ni de la extravagancia del tiqui-taca. El Madrid y el Barça hablan griego, pero el Atlético de Madrid de Simeone habla latín. Y punto.

Los romanos intentaron asimilar el saber de los griegos, pero al muy tradicional Catón ese saber no le hacía ninguna gracia. Por eso Catón escribió, entre otras cosas, un tratado de medicina que ignoraba las novedades introducidas por la medicina griega. La medicina de Catón el Viejo consistía sobre todo en fórmulas mágicas y hierbas medicinales para, como dejó dicho, disfrutar de buena salud sin necesidad de médicos. El tratado de Simeone, como el de Catón, no quiere saber nada de novedades propias de griegos como Guardiola. Eso son tonterías. De lo que se trata es de poner lo que hay que poner. Seguro que a Simeone le saca de quicio el nuevo diseño de las botas de Falcao, pero permitirá esa frivolidad helenística mientras el delantero colombiano haga lo que tiene que hacer, que es meter goles y rematar sin contemplaciones todos los balones que pasen a su lado. La medicina de Simeone ha funcionado en el Atlético de Madrid, pero se basa sobre todo en fórmulas mágicas en forma de arengas y de hierbas medicinales que sacan de forma natural lo mejor de sus jugadores. Así, el Atlético de Madrid disfruta de buena salud (tercero en la Liga y finalista de Copa) sin necesidad de médicos, es decir, sin que el club necesite la intervención de un nuevo entrenador o la llegada, como en otros tiempos, de un puñado de jugadores fichados a golpe de talonario y cambios de humor. Otra cosa es que la medicina de Catón sirva para detener a Ronaldo.

Simeone el Viejo nunca aprenderá griego y siempre preferirá una fórmula mágica colchonera y una hierba tradicional atlética al helenismo de Ronaldo encarando a un rival con el balón controlado. Pero puede que eso no sea suficiente cuando los griegos están a las puertas de la Copa.