Me acordé de José Antonio Cecchini y su lección inaugural del curso académico viendo el Madrid-Shakhtar del martes. Vino a decir Cecchini, basándose en un trabajo del departamento de Ciencias de la Educación de la Universidad de Oviedo, que ya no se puede sostener que el deporte desarrolle valores por sí mismo. Y donde dijo deporte podría haber dicho, sobre todo, fútbol. Y, más concretamente, el fútbol profesional. Si se ve lo que se ve en un partido de alevines, donde todo vale, qué se puede esperar de un choque de Liga de Campeones, el escaparate más lujoso para los mejores futbolistas. Y qué decir de alguien como Cristiano Ronaldo, que a lo largo de su carrera ha dejado casi tantos goles como gestos antideportivos. Lo malo no es que Cristiano reclame un penalti cuando ha visto claramente que su disparo se estrella en la espalda de un rival. Lo peor es que, encima, muchos le jalean por su "picardía" y su "competitividad". El portugués ha llenado la videoteca con infinidad de imágenes en las que desprecia al árbitro, a jugadores y aficiones rivales, e incluso a sus compañeros. Lo del martes le sirvió para engordar su estadística, pero también para demostrar que, por mucho que la capacidad de influencia de su club intente lavar su imagen, no es el mejor ejemplo para los niños que le admiran. Ojalá se fijen solo en sus goles, que pronto le llevarán a superar la marca de Raúl González. Porque otras actitudes, dentro y fuera del campo, sobran.