Suele ocurrir que las primeras veces siempre fueron difíciles. Ayer al Lealtad le superaron todos los elementos. Desde el estadio, que visitaba por primera vez, hasta el rival, que le pasó por encima durante prácticamente los noventa minutos. El conjunto maliayés confirmó su fidelidad a la espiral negativa que le acompaña lejos de su casa.

Decidió el conjunto de Javi Rozada renunciar a la pelota prácticamente desde el inicio del encuentro. Y lo hizo fiando todo a una consistencia en defensa que, si alguna vez llegó a ser tal, se diluyó como un terrón de azúcar con el paso de los minutos. Se conformaba con soportar el envite y esperar su oportunidad. Y, cosas del fútbol, le llegó en el minuto 12. Un mal rechace de la zaga santanderina provocó que el balón le cayese a Pablo Espina, que empalmó una pelota que repelíó tanto el palo como la mirada de estatua de Oscar Santiago.

Esa ocasión, la que sería la más clara para el Lealtad en todo el encuentro, provocó la reacción del Rácing. La actitud de los locales, conscientes del inmenso tráfico en la medular, viró de la posesión en el centro a utilizar, cada vez más, las líneas de cal de los extremos. Y le funcionó. Un córner desde la derecha botado por Peña fue a parar a los pies de Dani Rodríguez, que de primeras, con una volea exquisita, dirigió la pelota a la cepa del poste derecho, muy lejos de la estirada de Javi Porrón. Un primer tanto que supuso la primera estocada para los de Villaviciosa.

Se estiró más el Lealtad en la segunda parte. Fue más generoso en las combinaciones, más listo en los contrataques y más contundentes en el juego áereo. Como en la primera mitad, las ocasiones más claras se confiaban al excelso golpeo de Espina, que buscaba la cabeza de Camochu y Beda, y que nunca consiguieron atinar sobre los tres palos. Marcos García, que se sentó en el banquillo por la sanción de Rozada, introdujo a Jorge en el penúltimo intento de reacción. Con él comenzó a llegar el peligro. Con él y con Álex, que servía pero nadie encontraba. El Lealtad subió un punto la presión, algo que sufrió el Rácing, incapaz de salir con claridad desde atrás. Eran los mejores momentos del equipo maliayés; tan buenos y tan volcado estaba que una contra por la izquierda del exoviedista Dioni mató definitivamente el partido. Encaró al lateral, se introdujo en el área y conectó un chut que nada pudo hacer Porrón para detenerlo.

Y así acabó la historia. Con el Rácing queriendo hacer más sangre y con el Lealtad pidiendo la hora y un penalti claro a Secades que el árbitro, a dos metros de la trifulca, fue incapaz de ver. Porque dicen que a la primera no va la vencida. Y con eso se quedó ayer el conjunto de Villaviciosa. Con eso y con una visita histórica al mítico Sardinero.