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Fútbol es fútbol

Leibniz, Palermo y el pesimismo

El partido Valencia-Espanyol de la pasada jornada, crucial tanto para el equipo de Neville como para el equipo de Galca, nos dejó un ganador por los puntos, un perdedor que está acostumbrándose peligrosamente a la derrota y una interesante pancarta en las gradas de Mestalla: "El pesimismo jamás ganó una batalla", una frase atribuida al presidente estadounidense Dwight D. Eisenhower. Creo que el pesimismo, sobre todo el pesimismo futbolístico, tiene una inmerecida mala fama. No sé si será cierto que el pesimismo jamás ganó una batalla, pero creo que el optimismo no gana partidos. Es más, prefiero un equipo pesimista que salga a ganar todos los partidos porque cree que cualquier partido se puede perder, a un equipo que crea que el optimismo marca goles. Dicho de otra forma, es mejor salir al campo creyendo que el partido empieza con un gol en contra que salir al terreno de juego como si empezara con un gol a favor.

Yo no querría que el entrenador de mi equipo fuera un optimista lleno de "energía positiva" que transmitiera "buenas vibraciones" a sus jugadores. La obligación de un entrenador es imaginar el peor escenario posible y trabajar con la idea de que el equipo rival de turno va a hacer el partido de su vida, los muy cabrones. Me repatean los aficionados que siempre están seguros de la victoria de su equipo no en el último minuto y de penalti más que discutible, sino por goleada y firmando un partido memorable. La segunda parte del partido Barça-Celta en el Camp Nou fue, en verdad, memorable, pero cualquier culé decente habría firmado en el descanso una victoria de su equipo por la mínima. Seguro que algún culé optimista pronosticó el 6-1 final, aunque dudo que alguien imaginara un juego como el que desarrolló el Barça y un penalti a lo Cruyff como el que se sacaron de la chistera Messi y Suárez. Un Barça optimista no habría ganado al buen Celta de Berizzo. Fue necesario que los pesimistas Messi, Neymar, Suárez, Iniesta y compañía salieran al campo dispuestos a ganar como sólo el Barça es capaz de ganar cuando se olvida del optimismo al que invita su liderato en la Liga.

El gran delantero argentino Martín Palermo era conocido como "el optimista del gol" porque siempre fue un tipo que jamás dio un balón perdido y siempre veía una oportunidad en un balón que se dirigía a la nada o, lo que es peor, a cualquier sitio. Creo, sin embargo, que Palermo y otros grandes goleadores como Muller o Quini eran gigantescos pesimistas como el filósofo Leibniz, famoso también por su teórico optimismo. Leibniz decía que vivimos en el mejor de los mundos posibles, pero el filósofo de Leipzig consideraba así que era ineludible la existencia del mal incluso en el mejor de los mundos que puedan ser imaginados. Dios eligió el menos malo de los mundos posibles (en cualquier otro mundo los males habrían sido mucho mayores), decía Leibniz, pero ese mundo incluye dolor, sufrimiento, enfermedades, injusticias y Donald Trump. Palermo consideraba que cualquier jugada podría terminar de la mejor forma posible (en gol) porque era un pesimista que creía que a lo largo del partido podría no presentarse una jugada de gol en la que tuviera que limitarse a poner el pie. Hay que ser muy pesimista para defender que vivimos en el mejor de los mundos posibles, y hay que ser muy pesimista para luchar por un balón imposible. Los delanteros optimistas como Romario o Ronaldo están seguros de que la jugada llegará tarde o temprano, pero los delanteros pesimistas como Palermo o Quini saben que la jugada sólo llegará si se busca incluso cuando ni siquiera hay jugada.

Eisenhower se equivocaba y los aficionados del Valencia se equivocan cuando decía y dicen que el pesimismo jamás ganó una batalla. Me quedo con los generales pesimistas que se ponen en lo peor, con los médicos pesimistas que se preparan para lo peor, con los científicos pesimistas que dan por sentado que todo será más difícil de lo que parece, con los egiptólogos pesimistas que saben que es casi imposible dar con una tumba intacta y con los futbolistas pesimistas que no desprecian ninguna jugada porque no confían en que llegue la gran jugada. Como diría Jean Rostand, algunos sólo somos optimistas con el futuro de los equipos pesimistas.

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