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Pablo Carreño ha empezado a creérselo

Salvo aquellos tenistas tocados por la varita mágica, con Rafa Nadal como referencia más cercana, el salto al último escalón del circuito profesional suele conllevar un proceso de maduración, salpicado a menudo por resultados que parecen desmentir las expectativas de la etapa de formación. Es el caso de Pablo Carreño, que ha tardado casi tres años en alcanzar su primera final del circuito ATP desde que fue distinguido como el jugador como mayor progreso de 2013, cuando ascendió 650 posiciones y se acercó al "top 50". Su modelo podría ser el de Roberto Bautista, un jugador sin mucho nombre que se ha asentado entre los veinte primeros del mundo -y como la tercera raqueta española- tras ir subiendo peldaños paso a paso desde 2012. Voces autorizadas del tenis español, del pasado y actuales, consideran que Pablo Carreño es el joven con más proyección de la generación que tiene que ocupar el vacío que dejarán David Ferrer y, con el tiempo, Nadal. Porque el gijones tiene el nivel de juego suficiente y una cabeza bien amueblada, fundamental para sobrevivir en uno de los deportes más competitivos. Sólo le faltaba creérselo y, por lo visto esta semana en Sao Paulo, ha empezado a hacerlo. Ayer no pudo celebrar su primer título, pero eso también forma parte del proceso de aprendizaje.

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