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Culé Moyáu

Otra vez

Los deterministas a posteriori de siempre ya están explicando por qué el hundimiento del Barça era inevitable, pero hace un mes ningún apocalíptico abrió la boca porque todos los analistas estaban integrados en la imparable marea azulgrana hacia el infinito del triplete y más allá. La mayoría de las causas del desastre culé ante el Real Madrid, Real Sociedad y Atlético de Madrid no son causas, sino correlaciones. Y, como dice Houdini en la divertida serie "Houdini y Doyle", correlación no es lo mismo que causalidad. Admitámoslo. Nadie sabe nada. ¿Por qué el Barça ha pasado del infinito al cero en cuatro partidos? Ni idea. Es más fácil desintegrar el átomo que un prejuicio, decía Einstein, pero es más fácil desintegrar un prejuicio (los jugadores brasileños necesitan la fiesta, los futbolistas alemanes no son creativos, Arsène Wenger es un gran entrenador) que entender la decadencia y caída del imperio culé en estos últimos partidos del campeonato de Liga y de la Liga de Campeones. ¿Messi está triste y lesionado? ¿Neymar quiere largarse a no sé dónde? ¿Luis Enrique ha tomado muchas decisiones equivocadas? ¿El Barça no tiene banquillo? ¿Bajón físico? ¿Hartazgo psíquico? ¿El corte de pelo de Rakitic? ¿La insistencia de Alves en tirar centros al área como quien tira tazas de plástico a la papelera? ¿El "Periscope" de Piqué? Nadie sabe nada.

Yo sólo sé que no sé nada salvo que la primera parte del Barça en el Calderón fue indigna del gran Barça que tantas alegrías nos ha dado en los últimos años. En un capítulo de "Los Simpson", Homer se lamenta así: "¿Por qué mis actos tendrán consecuencias?". Y lo dice con tanta convicción que parece que tiene motivos para quejarse. Pero no es cierto. Algunos futbolistas del Barça, y muchos aficionados, se lamentan a la manera de Homer Simpson y se preguntan por qué los actos de un equipo que se traiciona a sí mismo tienen consecuencias. Pues porque sí. Porque salir al Calderón jugando a nada y a la misma velocidad con la que un astronauta se mueve en la Luna tiene consecuencias. Porque en fútbol, a diferencia de la política, los actos tienen consecuencias, sobre todo cuando un equipo se enfrenta a esa máquina de sacar de quicio al rival en la que se ha convertido el Atlético de Simeone. Porque el Barça puede ganar la Liga y la Copa pero, sin saber cómo, resulta que el éxito de la temporada depende de que el Madrid no sea campeón de Europa. Otra vez.

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