Contra la depresión, goles. Esta es una medicina que nunca falla en el fútbol. La selección española comprobó sus buenos efectos cuando se apuntó una espectacular victoria ante Malta, de la que pronto se cumplirán 33 años, en un partido en el que no se daba un duro por ella. La aplastante paliza y la forma de conseguirla caracteriza al partido, pese a la flojedad del rival, y a que no era de una fase final, como uno de los más vibrantes protagonizados por España, y es que a veces los acontecimientos más relevantes surgen en el momento más inesperado. Este era el caso en aquel España-Malta. Nadie contaba con la clasificación de España para la fase final del Campeonato de Europa que se celebraría en Francia en 1984.

España necesitaba vencer por once goles de diferencia y ni en aquellos tiempos, cuando las diferencias en el fútbol eran mayores, resultaba fácil. De hecho, por ejemplo, la selección sólo había ganado a Malta por 2-3 en el partido de ida, y Malta era de los equipos abonados a la derrota en cuanto se enfrentaba a un rival aunque fuese del segundo nivel futbolístico.

Lo de los once goles venía de la diferencia que tenía que enjugar España con quien encabezaba el grupo, Holanda, para a igualdad de puntos superarla en el desempate. Había tan pocas esperanzas de conseguir una victoria tan rotunda que los mismos jugadores españoles reconocieron a posteriori que eran los primeros que no creían en ella. Por supuesto, los aficionados, tampoco, y de hecho el sevillano Benito Villamarín registró menos de media entrada.

A la poca confianza que había en la consecución de un resultado positivo, ayuda mucho el hecho de que España venía de recibir un palo enorme. Había fracasado rotundamente en el Mundial celebrado el año anterior, hasta el punto de convertirse hasta el momento en el país organizador de una cita mundial que peor se había clasificado y para medir el alcance del bochorno basta señalar que a España la habían precedido organizadores como Chile y México, de aquella bastante por debajo de lo que son hoy en día.

Para añadir sal a la herida el comienzo de partido fue de lo menos esperanzador. A los dos minutos y medio Señor falló un penalti. La primera, en la frente. Todavía habría más señales en el primer tiempo de que en efecto aquello era una tarea imposible. España se adelantó en el marcador, pero a los diez minutos de aquel tanto inaugural de Santillana llegó el jarro de agua fría en forma de empate. Un disparo que parecía fácilmente atajable por Buyo se convirtió en tanto maltés después de que el balón tropezase en Maceda colocándolo lejos del alcance del portero, el cual justo debutaba en este partido.

Con una primera mitad que acabó con 3-1 para España todo iba por los derroteros esperados. Victoria clara de la selección pero lejos de lo que se necesitaba para seguir adelante, por mucho que Malta no ofreciese gran resistencia. Pero en la segunda parte todo cambió. España metía prácticamente todo lo que chutaba y los malteses se diluían cada vez más a golpe de goles hasta quedar convertidos en una colección de jugadores sin ningún orden de concierto, donde ya eran flojos de por sí, víctimas de un equipo desencadenado que además nunca perdió la cabeza.

Porque España tiró de furia lo justo para derribar el muro maltés. No hubo ni balones jugados a lo loco ni futbolistas empeñados en entrar como fuese en la portería rival. Aún con las prisas con las que debían operar los jugadores españoles siempre se preocuparon de facilitar la tarea rematadora moviendo lo más posibles a los contrarios. Y para ello valió de mucho la sapiencia y serenidad desde el banquillo del seleccionador, Miguel Muñoz, y su ayudante, Vicente Miera, tan valorado en esta tierra, después de haber entrenado ya con anterioridad a Langreo, Oviedo y Sporting.

El único futbolista participante que ejercía en un equipo asturiano era el sportinguista Maceda, que ayudó nada menos que con dos goles y dos pases de gol a la docena prodigiosa, el resultado que propició la clasificación para el Europeo pero también la reactivación de un equipo que había quedado seriamente tocado después del Mundial de 1982.

España se convirtió en asombro del mundo, tras lograr una clasificación heroica como pocas y con una trascendencia histórica enorme, pues es el partido de competición en el que ha ganado por más diferencia, sólo por debajo del impresionante 13-0 con el que un día de 1933 despachó a Bulgaria.

Desde entonces, España volvió a jugar con Malta cuatro veces y lo más que fue capaz de meterle fueron cuatro goles, en dos de esas ocasiones, ambas en casa.