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Bloqueo y continuación de "Napoleon Dynamite"

El exjugador de la NBA Robert Swift, que llegó a ser considerado "la gran esperanza blanca", busca su rehabilitación deportiva en el Círculo Gijón Baloncesto, tras un penoso descenso a los infiernos de la delincuencia y la droga

Bloqueo y continuación de "Napoleon Dynamite"

"Don´t screw up tomorrow by fucking up today", algo así como "no arruines el día de mañana maldiciéndote hoy", masculla una de las estrofas de la canción que la banda indie Real Don Music compuso al flamante fichaje norteamericano del Círculo Gijón Baloncesto, el espigado Robert Swift (Bakersfield, California, 3 de diciembre de 1985), un "siete pies" (algo más, 216 centímetros de estatura) que, por lo que apuntaba en época colegial, estaba llamado al olimpo del baloncesto norteamericano. Algunos comentaristas deportivos de prestigio lo consideraron "la gran esperanza blanca", el nuevo Bill Walton, pelirrojo y con tan buenas maneras como el mítico "Big Red Head" que acabó su brillante carrera en los Celtics de Boston. Swift ingresó en el circo de la NBA sin pasar por el estadio universitario, desde el instituto, cuya último año cerró con una estadística asombrosa: 18,8 puntos por partido, 15,9 rebotes y 6,2 tapones. Pocos jugadores han dado ese salto. Los más brillantes: Kobe Bryant, Kevin Garnett o Lebron James. En su caso, fue un salto al vacío.

En los movimientos de ese flacucho desgarbado había mimbres para componer un buen cesto: primera ronda del draft con el número 12 por delante de tipos talentosos como J.R. Smith, Kris Humphries o Trevor Ariza, llamado a ocupar peana en el panteón de los grandes jugadores blancos en un deporte de mayoría negra. Pero las lesiones que minaron sus rodillas truncaron su carrera. Después, su mala cabeza -demasiado dinero para alguien demasiado joven y sin formación académica- y el acompañamiento interesado de pésimas compañías le empujaron a la sima de un infierno donde se repartía droga a paladas mientras quedaban dólares para pagarla y se bebía alcohol del más caro por galones. De ahí a la delincuencia, a la tenencia ilícita de armas, a servir de matón XXL a un mafioso para cobrar deudas, a la cárcel, a la indigencia? Ahora, con billete de ida a Gijón sin la vuelta cerrada, trata a sus 32 años de levantar cabeza, ya curado de sus adicciones y dispuesto a engrasar su impresionante arquitectura para convertirla de nuevo en una máquina de baloncesto, aunque ya queda poco, por fuera, de esa montaña de músculos y melena ensortijada que vestía la camiseta con el 31 de los Seattle Supersonics y después de los Thunder.

La madrugada de un sábado de octubre de 2014, a Robert Swift le despertó del duermevela el altavoz ronco de un grupo de asalto de la policía. Descansaba de una resaca en uno de los cuatro dormitorios de una vivienda de una planta en un suburbio situado al noroeste de Seattle. Había abandonado el baloncesto tras una etapa fugaz en Japón, en los Tokio Apache. Recientemente cortado por el equipo profesional de Oklahoma en la temporada 2009-10, sólo contaba 23 años y una llamada de un conocido le llevó, sin excesivas apetencias, al país del sol naciente, donde no llegó a acabar la temporada por culpa del tsunami de 2011, que paralizó el país y obligó a suspender la liga de la canasta.

"The great white hope / After an abrupt end to your promising career / Do you dream of an education in Southern California?/ ("La gran esperanza blanca/ después de un abrupto final de tu prometedora carrera / ¿sueñas con una educación en el sur de California)". Regresa a Estados Unidos y empieza a buscar equipo. Durante su estancia en la NBA había acumulado una fortuna que se estima en 18 millones de dólares pero la cuenta corriente empezó a menguar durante la temporada que quedó en blanco por culpa de una grave lesión en la rodilla. Ocurrió en pretemporada, frente a los Kings de Sacramento. Hizo el esfuerzo de agarrar una bola que se iba fuera, su rodilla derecha tembló y se hizo añicos. Tenía 20 años y sobre su horizonte comenzaron a aparecer los nubarrones que presagiaban una terrible tormenta. De vuelta de Japón, los Blazers de Portland le llaman para una prueba. Se prepara a conciencia, se ilusiona pero en el último minuto, el equipo de Oregón le deja en la estacada. "Lo sentimos, Rob, buscamos un jugador de otro perfil", le dicen y le dan las gracias por la espera. Asqueado, piensa en abandonar el baloncesto y dedicarse a la lucha libre.

Hace memoria y recuerda a aquel niño larguirucho que disputó el Mc Donald High School All American, algo así como el partido de las estrellas, el All Star Game de los adolescentes más prometedores del país. Saltó a la pista como pívot del equipo del Oeste. En frente, una chaval de brazos muy largos que también apuntaba maneras: Dwight "Supermán" Howard. Blanco sobre negro. Ese año, "USA Today" le había incluido entre los 25 mejores jugadores de su edad en Estados Unidos. En aquel Mc Donald se expuso al escrutinio público una buena cosecha de chavales que llegarían al baloncesto profesional, como Al Jefferson y LaMarcus Aldridge.

También recuerda una noche en el Staples Center, en la avenida Figueroa de Los Ángeles, en uno de los mejores partidos de su carrera. Su equipo estaba arrasando a unos erráticos Lakers, hasta el punto que el fan número uno de los californianos, con asiento de preferencia en pista, el actor Jack Nicholson, se le acercó en un tiempo muerto y le dijo: "Eh, tú, tranquilízate con mis chicos, los estás destrozando". O cuando, tembloroso, se enfrentó por primera vez a Tim Duncan, el prodigioso "center" de San Antonio, quien, mientras trataba de ganarle la posición le explicó cómo tendría que defenderle "para que no te manden al banquillo". Primero quedó atónito, después siguió los consejos del maestro, que le fue explicando, mientras forcejeaban, el sistema de ataque que iban a emplear los Spurs para hacer llegar el balón a su estrella: "Así, así, como te dije, lo has hecho muy bien. Ahora ya sabes cómo jugarme". Los Sonic habían puesto grandes esperanzas en él, teniendo en cuenta que su competencia era un armario de Ucrania inamovible, Vitaly Potapenko, un jugador que en diciembre de 2007, tras abandonar la NBA, firmó un contrato con el Estudiantes de Madrid y fue despedido a la semana tras perderse cuatro entrenamientos.

Se llena el cuerpo de tatuajes. En uno de ellos se lee: "Just believe", "sólo cree". Se esmalta las uñas de negro. Los compañeros le bautizan "Napoleon Dynamite". Se muestra taciturno, demasiado niño en un vestuario de gente curtida en mil batallas, como el legendario Ray Allen, aquel tirador mortífero que protagonizó con Denzell Washington la película "He got game", argumentada en el mundo de la canasta, dirigida por Spike Lee, el Jack Nicholson de la primera fila del Madison Square Garden cuando los Knicks disputan en Nueva York. Su primer entrenador en los Sonics, Nate MacMillan, no confía mucho en el novato. Allen tampoco. Con Bob Hill en el banquillo mejoran su relevancia y sus números. Se rapa la cabeza.

A la espera de una nueva llamada a su móvil (fan de los cómics y las películas de Batman, el timbre de su celular reproducía una sonora carcajada del "Joker") a Robert Swift se le agolpan los buenos y los malos recuerdos: 97 partidos en la mejor liga de baloncesto del planeta: 4,3 puntos por partido, 3,9 rebotes de media; una grave lesión de rodilla en el curso 2006/2007, otra más, y definitiva, en la misma articulación en la 2009/2010? Tras la desilusión por la negativa de los Blazers, la autoestima de Swift cae en barrena. Había dilapidado su fortuna: coches de lujo, motocicletas, serpientes pitón y armas de fuego hasta componer un arsenal? Intentó recomponerse en Japón, pero el tsunami que barrió el litoral nipón le devolvió a la costa este de Estados Unidos. Y el temporal se lo llevó por delante: heroína, cocaína, metanfetaminas, ríos de alcohol? En enero de 2013 ya es incapaz de pagar sus facturas, ni siquiera la manutención mensual de su hijo Reiko, que asciende a 5.000 dólares. Desahuciado, el banco pone la mansión en la que vive a la venta a un precio sensiblemente inferior al que pagó el deportista. Cuando llegan a visitarla los potenciales compradores se encuentran un panorama desolador: agujeros de bala en las paredes, casquillos de munición, excrementos de perro por arrobas, cajas y más caja de pizza y cientos de botellas vacías de licor. Algunas, de las más caras: Don Perignon y coñac Luis XIII.

La espiral de degradación del atleta malogrado resulta ya imparable, hasta llegar a los noticieros. En la redada de 2014 le encuentran algunas de sus armas, entre las que los agentes del orden requisan un lanzagranadas. Se le vincula con un narcotraficante, Trigg Bjorkstam, que le suministra la droga y el que al parecer le utiliza como matón para cobrar algunos impagados, aunque Swift declara a la Policía que sólo acudía "a poner paz". Se le vincula con un asalto a una vivienda a mano armada. Ingresa en prisión en enero de 2015, en la cárcel del condado de King, en Seattle. Pasa en la penitenciaría tres semanas y acepta ingresar en un programa de desintoxicación. Su hermano Alex le acoge en su casa, flaco, desnutrido, un saco de huesos. Apenas mantiene relación con sus padres, Bruce, que se gana la vida reparando aparatos de aire acondicionado, y Rhonda, una mujer autoritaria que sufre un cáncer de mama.

Los últimos dos años de la vida de Robert Swift, "Napoleon Dynamite", el pelirrojo que soñó emular a Bill Walton, se han escurrido en horas de lucha contra sí mismo y contra los peores episodios de su pasado, intentando reengancharse al baloncesto, disputando partidos en ligas menores de su país, de hotel en hotel. Su última oportunidad, o tal vez la penúltima, le llega en Gijón, donde esta misma mañana debuta en el pabellón de La Arena con su nuevo equipo, el Círculo Gijón Baloncesto, frente al Universidad de Oviedo. Llevará el mismo 31 de su etapa en el baloncesto profesional norteamericano, a la espalda de una camiseta negra a juego con el esmalte de sus uñas.

Tal vez, mientras dispone los músculos para la nueva batalla en Asturias tararee la letra que le dedicó Real Don Music en "La balada de Robert Swift": "Somewhere between the ammo holes and animal feces / Among the empty booze bottles and empty rifle shells / Beneath the garbage there is treasure" ("En algún lugar entre los agujeros de munición y las heces de animales / entre las botellas vacías de alcohol y los casquillos de rifle vacíos / debajo de la basura hay un tesoro").

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