El partido de ayer ofrecía a Messi un reto estadístico, el de marcar su gol número 300 en la Liga. No sólo lo alcanzó sino que lo rebasó para dejarlo en 301. Lo normal es que el registro sea efímero y pronto se quede muy atrás. En su madurez como jugador, Messi parece capaz de superarlo todo, incluso los registros más disparatados, en una carrera que ya sólo es contra sí mismo para definir su sitio en la historia del fútbol. Ayer en El Molinón apareció cuando quiso y como quiso, dueño de todos los registros. Abrió el marcador de su equipo con un tiro desde fuera del área que llevaba ese sello tan suyo de engañosa facilidad, en el que la colocación prevalece sobre la fuerza. El segundo, que tuvo la mácula de iniciar la jugada en orsay, fue, por el contrario, un verdadero cañonazo. Pero además sembró el partido de detalles admirables, como el soberbio pase por arriba a Suárez del minuto 9 del segundo tiempo, que el uruguayo no logró culminar. Y, en fin, mandó en el juego como lo que es, el número uno, un guarismo, ese sí, que ya no admite mejora.
