El maremágnum digital complica mucho lo del «zapping», porque antes podías viajar relajadamente entre media docena de canales, por no decir cuando sólo había dos, y la gente se tenía que tragar a Benavente, Chejov y Calderón en «Estudio 1», cultura en vena y sin opción. En aquellos tiempos oscuros de la dictadura, tan rememorados y revisitados en programas televisivos de la democracia, una contradicción, aparecer en la tele era un acontecimiento nada accesible para la mayoría. Y no como ahora, que resulta más «glamouroso» presumir de lo contrario. Como dice una amiga, mujer, pobre y en el paro, pero muy digna: las Koplowitz y yo jamás pisaremos un plató de televisión.

Hace un par de noches, ya con los dedos encallecidos de tanto darle al mando, tropecé con Felipe González en CNN+. A pesar de que su entrevistador era Iñaki Gabilondo, me detuve por mi inmutable admiración al ex presidente. Recordaba yo con regocijo el encuentro que el mismo periodista había mantenido, semanas atrás, con Esperanza Aguirre. Y cómo Gabilondo intentó cercar y abatir a su presa con todas las malas artes de la profesión, que son muchas. Y cómo la presidenta madrileña, cínica y pérfida política, amén de mujer, se merendó a Gabilondo con patatas fritas o, mejor, con churros, que queda más castizo. Sabiéndose en territorio enemigo, con una estudiada y mayestática parsimonia que debió de andar ensayando días atrás (cómo tragar sapos y parecer que anda una devorando bombones), la Aguirre salió indemne de la brutal cacería dialéctica. El vasco se vengó después y en cuanto la doña abandonó el plató la pusieron a caldo en la correspondiente tertulia, esta vez ya sin derecho a réplica. El mal estilo es ya el estilo del periodismo que se hace en este país, y no es exclusivo de los blablablás de la derecha.

Igual es por contraste con la sectaria bazofia política que se abate sobre nosotros desde las webs de internet, las radios y las teles, pero me pareció que González estuvo magistral en su intervención. La entrevista fue casi un monólogo, sólo interrumpido por alguna pregunta de Gabilondo que bien hubiera podido largarse del estudio y dejar a Felipe explayarse más aún a su gusto. Claro que mi entusiasmo ante la ordenada lucidez de sus análisis se convirtió muy pronto en pánico. González enumeró didácticamente qué habría que hacer, en Europa y en España, para salir de una crisis que es algo más que una crisis, aunque tampoco sepamos exactamente lo que es, el fin de una época, por no decir el fin de un mundo. Pues bien, no parece que haya liderazgo político ni institucional para acometer tantas y tan intensas y urgentes reformas como expuso nuestro ex, el político más notable del siglo XX español. Me deprimió bastante la lucidez de González. Y como parece que de ésta no nos libra ni Dios, que tampoco suele actuar en estos casos, decidí borrar de mi mente tan funestos presagios. Y para ello nada mejor que «zappear» de nuevo por las TDT, buscando en los telediarios de la madrugada alguna intervención de Zapatero, que nos lleva directamente al abismo, pero, eso sí, con una sonrisa.

En el origen primigenio del nuevo apocalipsis, González citó a los bancos y también a la falta de «auctoritas» del mundo político a la hora de imponer regulaciones y sanciones. Estuvo muy en Obama el ex. Que alguien tan moderado y pragmático se expresara con esa contundencia, anunciando ya la próxima crisis financiera si no se toman muy serias medidas, aumentó más aún mi inquietud. Qué degeneración la del PSOE, pasar de un político tan extraordinario como Felipe González a lo que ahora habita en la Moncloa. Claro que también los alemanes han ido de Kohl a Merkel, y no digamos ya los italianos con Berlusconi, y el marido de Bruni... Todo era susceptible de empeorar y, consecuentemente, ha empeorado, pero a nosotros nos tocó lo peor de lo peor. Tiempos aquellos en que los gobiernos de la izquierda eran sinónimo de rigor y eficacia, y no sólo de gestos y gestitos, trivialidades y memeces, que, como ahora pasa en España, se nos pretenden vender como hitos del progreso en la historia de la humanidad. ¿Se imaginan a Zapatero ocupando el lugar de Felipe González en la transición? Ni siquiera el Rey, cuya vida guarden Dios, Yavé y Alá muchos años, hubiera podido parar la hecatombe.

La intervención de Felipe puso en evidencia lo mucho que perdemos los españoles por no tenerlo dirigiendo el país en esta gravísima situación. Quienes seguimos la entrevista, sospechosamente poco difundida por otros medios, ya sabemos a qué atenernos. Ante la magnitud de la que se avecina, y en la nula confianza que inspiran los bancos hasta que hagan los deberes, cosa que parece incompatible con su exacerbado sentido de la codicia, he decidido comprarme una hucha. Hay que empezar a ahorrar y hacerlo, además, en casa. Tener unos euros a mano, libres de los infernales tejemanejes de las empresas bancarias y de la ineptitud de los gobiernos nos vendrá muy bien para poder comprar, en un futuro cercano, una vulgar barra de pan, artículo de lujo que será el día menos pensado.