A diario, la crisis convertida en hábito. De su mano, el miedo como respiración de nuestra sociedad, pandemia que infecta a medios de comunicación, políticos y ciudadanos. Desde hace cuatro años, la crisis como estribillo de todas las canciones de moda y, en su base, alimentándola, un miedo que proyecta su carga de incertidumbre sobre el futuro, engulle cualquier intercambio de ideas y somete cualquier conversación.

El miedo se ha instalado socialmente mientras técnicos y políticos tratan de construir, infructuosamente, la salida a la crisis: acciones quirúrgicas de rescate y expansión del gasto público, primero y más tarde recortes, programas de reforma y advertencias de un horizonte de sacrificios. En la apertura de año, los líderes europeos lanzan un discurso que invita a mirar aún con más desazón al futuro: diligentes labradores que, por el momento, no siembran soluciones, sino más bien temor. Por su parte, el equipo ministerial formado por Mariano Rajoy administra sus medidas de ajuste en una secuencia de gota malaya que crea en la sociedad española, si cabe, un nivel aún mayor de ansiedad. Quizás, ante la presión de los mercados y los deberes de déficit que imponen nuestros socios comunitarios, el Gobierno entrante no pueda hacerlo de otra manera. O quizás, simplemente, y según reza el saber popular, «el miedo guarde la viña».

En cualquier caso, el anuncio de que la tormenta económica debe arreciar aún más en 2012 ha influido en las expectativas de los ciudadanos, aunque muy posiblemente éstos ya encuentren razones más que sobradas para el pesimismo en su entorno inmediato. Según la encuesta del CIS del mes de diciembre, el 87,2% de los españoles creen que la coyuntura económica actual es mala o muy mala y los niveles de confianza se encuentran por los suelos, dado que un 70,4% esperan que ésta empeore aún más. La crisis, es cierto, invita a abrigarse con una capa de miedo y sus rigores no aconsejan despojarse de ella justo en estos momentos. Pero también resulta curioso que aquellos en quienes los ciudadanos depositan su cada más reducida confianza parecen haber renunciado a combatir el desasosiego.

Y es que el miedo constituye, como señala el politólogo italiano Giovanni Sartori, un poderoso instrumento de poder y de control social. La inoculación y administración del miedo es, de hecho, una de las constantes políticas del siglo XX además de un hilo conductor en el tránsito de la modernidad a la post-modernidad. La gestión del miedo alimentó la escalada de desconfianzas mutuas que condujo a dos guerras mundiales, primero y después a un tenso conflicto de bloques que se extendió durante cuatro décadas. Tras el colapso soviético ha sido posible identificar miedos de nuevo cuño, que se manifiestan como amenazas más o menos difusas, cercanas o creíbles, dependiendo de la perspectiva individual: terrorismo internacional y guerras preventivas; gripes varias; Chernobiles, Fukushimas y otras catástrofes ecológicas; y, por supuesto, la última de las sacudidas cíclicas del sistema capitalista.

Richard Sennett o Zygmunt Bauman, entre otros, analizan estas formas de miedo como fluidos que atenazan las articulaciones de la sociedad. En el contexto de la actual crisis económica, los informes y previsiones que elaboran expertos, agencias y todo tipo de organismos y transmite la clase política se convierten en elementos intimidatorios dentro de la nueva forma de gestión post-moderna del miedo. Ante ella, el ciudadano, en un estado de vulnerabilidad permanente, carece de medios para distinguir cuáles de sus temores se encuentran fundados y cuáles son fruto de la irracionalidad. La precaución se mezcla con el pánico y conduce en último término a una parálisis acrítica en la que los programas de reforma son puestos en marcha con un bajo grado de contestación o participación pública. Los silencios en campaña electoral son aceptados y los incumplimientos de promesas y programas dados por necesarios e incluso por buenos en una situación de anestesia social general. ¿Les suena? La manipulación del tejido emocional de la sociedad ante los miedos económicos fue una constante del anterior gobierno desde cierta noche de mayo de 2010 y, recién inaugurada la legislatura, parece que lo será también del equipo ejecutivo entrante.

Por cierto, entre mis regalos de Reyes he encontrado un par de libros firmados respectivamente por un tal Hayek y un tal Keynes que, al parecer, vuelven a ocupar lugares prominentes en los estantes de novedades de las librerías. Al principio, me he preocupado porque, con estas lecturas en la mano, alguien podría pensar que soy un intruso o un entrometido. Pero poco después, al hojearlas, me he dado cuenta de que mis temores eran infundados porque no hablan estrictamente de crisis o de economía, sino más bien de miedos; y yo he siempre he tratado de frecuentar a los clásicos de terror.