La cabina de teléfonos tiene los meses contados. Icono del despliegue de las telecomunicaciones públicas durante un siglo, en el último lustro ha ido desapareciendo del paisaje urbano de forma acelerada, convertida en una reliquia sin apenas utilidad por el avance de los móviles en la nueva era de la conectividad. Cambios normativos que se avecinan y los ruinosos resultados económicos de las cabinas conducirán muy probablemente a su completa extinción a partir de 2017. Terminará una historia que comenzó en el siglo XIX con la Segunda Revolución Industrial (la del coche, el avión, la radio, el teléfono...) y que se agota cuando el mundo ha entrado en la cuarta (la de la ciberindustria y la digitalización).

Como recoge en el libro "Historias de las telecomunicaciones" José de la Peña, director de Educación y Conocimiento en Red de Telefónica, las primeras cabinas en la calle datan de fines de la centuria decimonónica en países como Gran Bretaña. Antes, los primeros teléfonos públicos, desplegados para difundir el uso y la demanda de la nueva tecnología y ofrecidos a los usuarios como una "experiencia inolvidable", fueron "pequeñas casetas con cortinas situadas en el interior de tiendas". "Pronto se demostró que no era la solución idónea", escribe De la Peña. Lo explica así: "Las mujeres, que fueron desde el principio los consumidores más entusiastas del teléfono, no podían, en el entorno de las costumbres de la época eduardiana, entrar solas en una tienda a riesgo de adquirir una mala reputación". Y los tenderos a menudo sólo permitían utilizar el teléfono si se compraba algo.

Así que las compañías de la época (BT, en el caso británico) se decidieron a llevar las cabinas a la calle. El tipo más frecuente era automático hasta donde lo podía ser entonces. La puerta se abría con una moneda, "el usuario entrada, se comunicaba con una telefonista (que realizaba la conexión con el número solicitado), insertaba más monedas y hablaba". "La gente se ponía muy nerviosa dentro de una cabina y sudaba por la tensión, e incluso había desmayos. Hablaban por la parte incorrecta del teléfono y en ocasiones desmontaban el micrófono para ver si algo no funcionaba", se explica en "Historias de las telecomunicaciones". Ya entonces empezó la picaresca: como las telefonistas establecían la conexión solicitada cuando oían el sonido de las monedas al entrar en un cajetín del teléfono, había usuarios que se las ingeniaban para replicarlo (por ejemplo, con un tenedor) y llamar gratis.

Esas primeras cabinas cumplían entonces una función pública de comunicación, pero sobre todo eran un "centro de demostración", un gancho para popularizar la telefonía. Cuando llegan a España, la tecnología ya está más depurada. Uno de los hitos principales se produce en 1928, con la comercialización de los primeros teléfonos públicos urbanos de fichas. Se estrenan en un salón de té llamado Viena Park y en el Bar Regio, ambos de Madrid. La Revista Telefónica Española publicitada así aquel servicio en 1928: "Cualquier paseante de la calle a quien se le ocurra súbitamente telefonear a determinada persona, puede hacerlo por medio de una estación de pago previo. A veces es un abonado que recuerda, ya lejos de su casa, que ha olvidado llamar a una persona que está esperando esa comunicación. En general, cualquier caso de urgencia que nos suceda en la vía pública, podemos resolverlo mediante una estación telefónica de previo pago".

No eran exactamente cabinas, sino teléfonos públicos, y funcionaban introduciendo una ficha por una ranura que accionaba un contacto eléctrico para que una luz avisara a la telefonista de la centralita de turno de que se deseaba comunicar. Según una cronología elaborada por Telefónica, fue mucho después, a partir de 1966, en pleno desarrollismo, cuando empezó, por Madrid y Barcelona, el auténtico despliegue de cabinas telefónicas en la calle. Al principio funcionaban con fichas que se compraban en bares y estancos. Al año siguiente, la compañía entonces pública comenzó la sustitución de esos teléfonos por nuevos aparatos adaptados para monedas de peseta.

También en 1967, Telefónica inauguró un nuevo servicio público: teléfonos en cabinas desde las cuales se podían establecer conferencias directas (sin intervención de operadora) con otras localidades que también dispusieran de centralitas automáticas. Asturias tendría protagonismo en ese episodio. Cinco de los primeros veinte aparatos se instalaron en las principales poblaciones de la región: Oviedo, Gijón, Avilés, Mieres y Sama de Langreo.

La expansión y modernización continuó en los años setenta. La cabina se consolidó como servicio público imprescindible en ciudades y pueblos. Y como un buen negocio. En 1974, los teléfonos se adaptaron para funcionar con monedas de cinco pesetas (el "duro").

Fue dos años después de otro acontecimiento que en alguna medida marcó la forma en que los españoles de entonces miraban las casetas de aluminio y cristal que había casi en cada esquina de los centros urbanos: el estreno de la película "La cabina", un mediometraje dirigido por Antonio Mercero, con guión de éste y de José Luis García y una magistral actuación de José Luis López Vázquez, que en la cinta quedaba irremediablemente atrapado en una cabina sin que nadie pudiera sacarlo. Además de generar cierta psicosis colectiva (había gente que evitaba cerrar la puerta al llamar), la cinta que Mercero y Garci idearon como un relato de terror dio para variopintas interpretaciones, algunas filosóficas y otras de hondura política, como las que identificaron en aquella creación cinematográfica del tardofranquismo una crítica mordaz a la dictadura.

Cerca ya de los años 80, los españoles vieron a Clark Kent en el cine vistiéndose de Superman en una cabina, mientras la red de teléfonos públicos seguía creciendo. Aparecieron las cabinas abiertas, las accesibles para los discapacitados, las que aceptaban el pago por tarjeta electrónica...Ya con los teléfonos móviles en el mercado, la facturación de cabinas y locutorios mantuvo un nivel relevante en los años 90, favorecida por la llegada masiva de inmigrantes y por el turismo.

En el año 2000, había más de 108.000 cabinas telefónicas repartidas por España. Hoy quedan apenas 19.600. La generalización del uso del móvil jibarizó su funcionamiento, y las pérdidas del servicio que presta básicamente Telefónica a través de una filial (TTP Cabitel) se multiplicaron en poco tiempo. El cierre definitivo puede decidirse en pocos meses en los despachos del próximo Gobierno. La Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC) ha recomendado ya sacar las cabinas del llamado "servicio universal". Se agotará así la obligación legal de que haya un teléfono público y de pago por cada cierto número de vecinos (uno en los concejos de hasta 1.000 habitantes y uno más por cada 3.000 habitantes en el resto). Será también el final de las más de 500 cabinas que quedan en Asturias, vestigios de una época que expira a la vez que la región sobrepasa las 800.000 líneas de móviles.