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El escaso peso de la acción internacional en los programas

Política exterior, la gran ausente

Las propuestas no pasan de reforzar la presencia en Latinoamérica y en la UE

Política exterior, la gran ausente

Mientras los precandidatos presidenciales estadounidenses se preocupan cada vez más por "vender" la necesidad de engrandecer la presencia de América en el mundo, en España los aspirantes a presidir la nación tras el 20-D pasan de puntillas por sus planes para la política exterior nacional. Una vez más, la estrategia internacional es la gran ausente en los programas de los partidos y en los debates electorales.

Si Rajoy logra revalidar su mandato ni siquiera es de esperar que imite a Obama, quien, fiel a la tradición secular de su país, dedica el segundo periodo a poner orden -es un decir- en los asuntos internacionales. Esa dejadez española con las cosas de fuera no es casual. Permanece enquistada en los representantes políticos, que sólo se dignan a mirar más allá cuando se trata de participar en conflictos o prestar ayuda, como en el caso de los refugiados sirios, y hay votos en juego. En esta ocasión, ni siquiera esa cuestión ha sido motivo suficiente para sacar la cabeza más allá de las fronteras ibéricas. Rajoy la ha dejado aparcada y el resto de candidatos ha suscrito ese acuerdo tácito. El que llegue tendrá que enfrentarse al problema, seguramente, con medidas improvisadas.

Porque en España la discusión sobre la acción exterior se centra en la conveniencia o no de actuar no por el interés de la Nación y de su prestigio en los foros internacionales, sino por razones éticas o morales. Eso es algo que no ha ocurrido ni en el Reino Unido gobernado por los conservadores de Cameron, ni en la Francia socialista de Hollande. Como ejemplo bastan las manifestaciones del no a la guerra -ahora en periodo de tregua- y las reticencias a enviar tropas a Siria, compartidas por izquierda y derecha. Con esta actitud España pierde la oportunidad de ganar y afianzar un protagonismo internacional cada vez más diluido desde los tiempos de Felipe González, uno de los escasos políticos que gozan de predicamento en el ámbito europeo.

De política exterior no se habla en los debates ni en las numerosas entrevistas ofrecidas por los candidatos. A la vista de los programas, PP, PSOE y Ciudadanos confluyen en generalidades como el refuerzo del proceso de construcción europea -en el que España no es precisamente líder en la toma de decisiones en Bruselas-, el fortalecimiento de los acuerdos estratégicos con Marruecos y Latinoamérica y poco más. Nada se dice de estrechar lazos con naciones emergentes como China, India o Brasil, nuevo epicentro económico de un mundo global, cada vez más local en lo tocante a la campaña electoral española.

Capítulo aparte merecen las propuestas de Podemos en la línea de revisar, más bien derogar, el reciente convenio de defensa establecido con Estados Unidos, que potencia la base militar de Morón de la Frontera. Y es que el antiamericanismo es común a la izquierda y a la derecha españolas desde la pérdida de Cuba, en 1898. Por cierto, las nuevas perspectivas que se abren en el país caribeño darían pie a algún proyecto para fomentar las inversiones españolas en la isla, donde los estadounidenses ya se distribuyen el grueso del pastel. Pero España es diferente. Aquí el debate va por otros derroteros. La formación de Pablo Iglesias quiere incluir el 15-M como "Marca España" y, de paso, establecer consultas ciudadanas para determinar la intervención de las Fuerzas Armadas en el exterior.

El Gobierno saliente no puede sacar mucho pecho. La estrategia de Acción Exterior y la ley de Acción Exterior, aprobadas en la legislatura finalizada, no han pasado de meras declaraciones de intenciones. La reforma de la carrera diplomática no ha dado los resultados apetecidos y da la impresión de que la herencia de García-Margallo no mejora sustancialmente la imagen de España en el resto del mundo, poco coincidente con la se percibe a este lado de los Pirineos.

Al PP tampoco se le ve interesado en rentabilizar la entrada de España en el Consejo de Seguridad de la OTAN, organización que Podemos e Izquierda Unida miran con recelo. De momento, lo que ha irrumpido en campaña es el presunto comportamiento nada ejemplar del embajador Gustavo de Arístegui, miembro del PP y diplomático de carrera.

Un estudio realizado por el Real Instituto Elcano augura continuidad en la nueva política exterior. Un más de lo mismo que sigue consagrando ese lugar segundón, tal vez cómodo pero muy poco rentable.

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