Difícil dar con asturianos ayer en Barcelona. En el Centro (así, con mayúsculas, como si fuera el de Oviedo), los pocos comensales o usuarios de las pistas deportivas, o eran "guiris" o procedían de otras partes de España. Un hombre al que se pregunta si es asturiano responde: "No, pero me gustaría".
Las instalaciones son mucho mejores que las de la vieja sede del Paseo de Gracia, pero en el bar no huele a sidra ni se percibe proximidad de acento.
Mucho más abajo, en la zona de Sagrada Familia, la suerte es menos esquiva. Crisanto Villa Rubio, de la Cuenca del Nalón, sesenta años en la capital catalana, regenta el bar Yuste en compañía de su esposa, Mari Carmen González, berciana que ama su tierra "como cada uno ama la suya".
Ella, treinta y siete años viviendo ya en Barcelona, es menos taxativa que Crisanto: "Si acaso, una consulta pactada". Pero él no lo duda: hoy no irá a votar. "Me quedaré en el bar trabajando, codo con codo con ella, porque algunos no vivimos de la política".
La consulta independentista. Dicho lo cual admite, eso sí, que "cada uno puede hacer lo que quiera, ir a votar o no". Sin embargo, le choca que se abogue por una Europa con lazos cada vez más estrechos y, en cambio, se busque la desintegración del Estado.
Sobre lo que puede ocurrir hoy, no alberga dudas: "Va a haber mucha movida, ojalá no pase nada, pero me huele que habrá problemas, un follón".
Esto -interviene Mari Carmen- "ya viene de la era Pujol, cuando en clase los profesores hacían a los niños que se sentían españoles quedarse sentados, y a los catalanes levantarse".
Este recuerdo escolar anima a intervenir a otro asturiano, Manuel sin más, que asiente a lo que dice Crisanto: "Una cosa es amar tu tierra y otra andarse con provocaciones". "Es la prepotencia, el tufo de superioridad que todo desprende". Y acaba su cerveza. "Veremos".
