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Relevo en la Moncloa

Un presidente con pecado original

El fracaso electoral de Pedro Sánchez, el arma arrojadiza para desacreditar su manera de llegar a la jefatura del Gobierno

Pedro Sánchez, ayer, en el Congreso. EFE

Si la especialidad de Rajoy era marcar los tiempos la de Sánchez es romper los pronósticos. En apenas un año, quien hoy estrenará la presidencia del Gobierno se sobrepuso en dos ocasiones a los peores augurios sobre su futuro. La primera vez tuvo más mérito personal: fue el redivivo que pasó de la defenestración por empuje de los propios -siempre el peor enemigo- en octubre de 2016, amarrado al "no es no" a Rajoy, a recuperar el liderazgo siete meses después, frente a la andaluza Susana Díaz, la candidata de quienes certificaron su muerte política.

En su segundo desafío a lo previsible pesa menos la voluntad individual: la de ayer no fue tanto una victoria del aspirante como una derrota de quien ostentaba el título. El siempre hábil manipulador de los ritmos quizá erró al programar, a través de Ana Pastor, el debate de la moción de censura en el plazo mínimo que permite el reglamento. La presidenta el Congreso tiene la potestad de fijar esa fecha, algo que se supone que hace con la cortesía previa de consultar al candidato. Lo que sabemos es que Sánchez no protestó en absoluto por la premura de los tiempos, le convenía el juego rápido antes de que su iniciativa comenzara a desmigajar con el paso de los días y el ruido de la confrontación partidista arruinara el intento. El administrador del calendario falló esta vez y propició que en una semana hubiera un vuelco en el Gobierno. El PSOE registró su moción un viernes a las diez de la mañana y Sánchez era presidente pasadas las once y media del viernes siguiente. Una toma rápida del poder que engordará sus hagiografías y una resolución de vértigo para los ritmos decimonónicos que imperan en la política española.

Pero Sánchez llega a la jefatura del Ejecutivo con un pecado original. El nuevo presidente no sale de las urnas. Es más, bajo su liderazgo su partido obtuvo los peores resultados de su larga historia e incluso fue capaz de empeorarlos en la segunda convocatoria de 2016. Rajoy insistió mucho en esa mancha indeleble y sobre ello se cebó su portavoz Rafael Hernando, siempre bronco pero además ayer ametrallador, disparando desde la tribuna parlamentaria contra todos.

Sobre esa evidente incapacidad electoral se ha comenzado a socavar a Sánchez, no sólo desde el PP, sino también con el fuego graneado de los sectores más contrariados por su llegada a la Moncloa. La idea es que una moción de censura, un mecanismo constitucional, carece de la fuerza de los votos directos. En última instancia estamos ante un argumento netamente populista: sólo las urnas dan legitimidad de la buena, la democracia representativa, en cuyo seno se sustancia la censura del Congreso al presidente, es sólo una sofisticación de leguleyos. Con un remedo de ese argumento, Rajoy insistía en 2016 en que su triunfo en la urnas era suficiente para revalidar la Presidencia aunque no consiguiera el respaldo mayoritario de la Cámara. Es una idea coherente con el ninguneo al Parlamento que lleva a un jefe de Gobierno a ausentarse del Hemiciclo para refugiarse en el siempre gratificante calor de los bares mientras los diputados están ajustando su final.

El efecto principal de la mengua electoral de Pedro Sánchez (Madrid,1942) es la reducción de su margen de maniobra. Los 84 diputados del grupo Socialista son una base insuficiente para desarrollar cualquier política propia. No cabe esperar, a priori, mucho de este tiempo que ahora se abre, cuyo principal impulso es el propio de todo comienzo tras una ruptura. La dificultad de una oposición fragmentada para encontrar mínimas coincidencias comunes y coaligarse permitió al presidente saliente sortear las limitaciones de su mayoría minoritaria en el Congreso. En ese río tendrá que pescar ahora Sánchez, quien a la búsqueda de combinaciones que sumen podrá incorporar quizá a algunos de los que ayer no estaban con él.

En el ya de por sí complejo escenario público hay que reubicar a dos actores. Ciudadanos ató su suerte a un globo demoscópico que ayer se le escapó de las manos. Como recompensa a mantener su alineamiento con el PP en el "no" a Sánchez, Rivera recibió múltiples escupitajos verbales de Hernando, prueba de que la pugna por el dominio del centro se recrudece. Con el PP fuera del Gobierno, Ciudadanos queda sin socio de referencia y obligado, como hizo hasta ahora, a buscar acuerdos que le den visibilidad política. No hay que descartar por ello que Sánchez y Rivera redescubran antiguas afinidades, aquel mestizaje sobre el que compusieron una alianza cuya insuficiencia frustró, en marzo de 2016, el primer intento directo del líder del PSOE de culminar su carrera pública. Fue después de que Rajoy renunciara a intentarlo y derivó en la convocatoria de una nuevas elecciones, antesala de la caída de Pedro Sánchez por su negativa a abrir paso al candidato popular a la Presidencia, incluso a riesgo de provocar unos terceros comicios.

Con el cambio de inquilino de la Moncloa, el futuro del PP dependerá de cómo afronte el relevo inevitable de su todavía número uno. A la caída en los sondeos hay que añadir los crueles efectos de quedar apeados del poder, entre los que no hay que subestimar el afloramiento de tensiones internas que agraven la de ya de por sí delicada situación del partido. Los populares son ahora los menos interesados en ir a las urnas e incluso resulta probable que busquen alargar el máximo posible su período de recomposición.

Si el margen de acción política de Sánchez resulta estrecho el temporal no lo es menos. La legislatura está ya en su ecuador y en dos años habrá que volver a la urnas de forma inapelable, es el plazo máximo. Pero antes, en la primavera del año que viene hay una triple cita electoral, comicios locales, autonómicos y europeos que condicionan el calendario político. Consumado el empeño en llegar, el que desde hoy será séptimo presidente de la democracia tiene muchas oportunidades para demostrar si todavía es capaz de romper los pronósticos.

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