Cuando uno se va a vivir a otra galaxia siempre deja muchas páginas detrás. Carlos era uno de esos colegas de comenzar atípico. Finalizó sus estudios de Magisterio y decidió que quería ser biólogo. Acaba Biología y elige ser médico. Aquí, en este oficio de sanador, ya no cabían más cambios, y así se lo hicimos saber cuando le conocimos hace 21 años. En aquel momento el actual equipo de traumatología era un embrión creciendo y nos venía muy bien fichar gente competente. Se incorporó a nuestro equipo de guardias. Quiero pensar que aquel momento fue importante para él, y no creo equivocarme si digo que rápidamente se sintió cómodo entre nosotros. Él, cuyo pensamiento crítico estaba siempre un poco más allá, encontró cobijo y cariño en medio de los, posiblemente, menos médicos de todos los médicos, o sea, los traumatólogos. Nosotros le abrimos nuestras alas para que se quedara, y comenzó su andar por los vericuetos de nuestra especialidad. Un tipo con tres carreras no podía quedarse quieto por muchos huesos que tengamos, y comienza a estudiar, esta vez por libre, informática, estadística y cualquier cosa que pasara por sus ojos. De todo esto nos aprovechamos pila, que diría un moderno. En este devenir, comenzaron a pasar cosas no tan buenas: a la vez que ganaba conocimiento, ganaba peso y a la vez que nos quitaba tensión compraba números para añadirlos a la suya... la arterial. Al final ese amigo que tenemos en la caja torácica le clavó un par de flechas y ahí, en ese minuto, comenzó a escribir su final. Aún recuerdo su expresión, cuando al día siguiente de su primer infarto fui a visitarle a la unidad de cuidados intensivos. Nos entendíamos siempre con la mirada. Comienza la cuenta atrás, leí. A partir de aquel momento su vida fue un deambular alrededor de una coronaria. Por supuesto, siguió leyendo, escribiendo, paseando a su perro y dejándose caer por Cabueñes y Puerta la Villa para aspirar el aire de cariño que todos le teníamos. Como hoy no queremos llorar más, me despido, en nombre de toda la panda, recordando una frase que nos dijo antes de su último y arriesgado intento quirúrgico: «Sólo puede pasarme una cosa: mejorar». Sabedor de lo que se jugaba, nos sorprendió su optimismo. Vio nuestra expresión incierta, y concluyó: «Si todo va bien, mejoré, y si me muero..., mejoraré también».