Tres fechas después de conmemorarse el «Día internacional de la danza», el Ballet del Principado de Asturias, que sustenta el Centro de Danza Karel, celebró su gala anual, consiguiendo llenar el teatro Jovellanos. El director de esta academia, Isidro Herrero, antes del inicio del festival recordó a los presentes que se cumple el sexto aniversario del fallecimiento de Carmen Elvira, fundadora y primera bailarina de Karel, entidad que tiene presencia en Gijón desde 1971, tiempo suficiente para que de sus estudios hayan salido varias generaciones de profesoras tituladas, de manera que Isidro Herrero logró reunir a ocho, todas antiguas alumnas, que fueron presentadas en escena. Ellas correspondieron a la deferencia ofreciendo una placa en homenaje al que fuera su director, y un trofeo para la primera bailarina, Virginia Herrero. Al final del espectáculo bailaron una jota aragonesa a la que se sumó el propio Isidro Herrero; todos ellos exhibieron sobradamente la magnífica formación adquirida. Abrió la velada la composición «Amelie», en la que participaban catorce bailarinas, ataviadas con un mínimo traje negro, zapatillas de punta y boinas negras, con todo ello conseguían un aspecto muy apache, típico de los barrios bohemios parisinos. Su trabajo fue excelente, homogéneo y desenvuelto. El paso del tiempo acaba revelando sus frutos; servidora lleva más de una década siguiendo esta gala de Karel y ayer descubrí a las niñas de entonces convertidas en mujeres y magníficas bailarinas. El fragmento de «West Side story» puso en escena una obra bulliciosa y multicolor, integrada por 24 ejecutantes, de los que tres eran chicos. La coreografía, creada por Carmen Elvira con la participación de Virginia Herrero, marcaba la calidad profesional de sus autoras.

«Córdoba» ha sido, quizá, uno de los números más interesantes de la velada. Comenzando por el vestuario. Hemos de decir que se mantiene, e incluso se supera, aquella línea de buen gusto que siempre mantuvo Karel a la hora de ataviar a sus artistas. Mantones blancos sobre trajes lisos y ajustados, de tela pesada, todos de diferente color, que daban oportunidad a las bailarinas de lucir sus cuerpos estupendos. Las pequeñinas de la clase, que también tuvieron su oportunidad, no quedarían atrás en estilo y elegancia; tutú azul turquesa, cuerpo negro y diadema de brillantes. Lograron mantener el orden con gracia y ritmo, que ya es suficiente pedir. Creo que algunas no sobrepasaban los seis años. «Escenas asturianas» cerró la primera parte, con una serie de representaciones que, en conjunto, bien; unas, algo sosas; otras, lentas.

Tras el descanso se inició el flamenco; magnífica oportunidad para exhibir de nuevo la labor de sastrería. Creo que si hubiera que conceder un «Oscar», un «Goya», un «Oso de oro» o algo por el estilo a Karel, el primero en merecerlo sería el vestuario. Aparecieron quince chicas de traje, abanico y flores en el pelo, todo en blanco, y enaguas de color. Al fondo, guitarra, cante y percusión, y Virginia Herrero jaleando. En su turno hizo un brillante zapateado, está muy delgada, pero la vimos algo cansada. Faltaban las batas de cola, espectaculares, y la «Leyenda de beso», con 24 artistas sobre las tablas; sólo el número hace fiesta de calidad. Las marineritas, con una estupenda coreografía de Ana Losa, bajo una marcha militar. Y antes del final, un foco sobre el escenario vacío, acompañado de la música de «La muerte de cisne», rindió homenaje al recuerdo de Carmen Elvira; su alma ha quedado aquí.