R. V.

«Muchas gracias por las felicitaciones y por tenerme siempre presente a mis 97 años. Por aquí, gracias a Dios, todo bien. El Señor me conserva con mucha alegría y fuerza para seguir adelante para el bien de mis pobres hermanos y llevarles consuelo y ayuda en cuanto me necesiten...». Así, dando las gracias a Dios y pensando en los demás como principios que han regido su larga vida, contestaba el misionero jesuita gijonés Luis Ruiz Suárez a las felicitaciones llegadas a China desde España a través de las Obras Misionales Pontificias. Quien fue un niño que jugueteaba por la gijonesa calle de San Bernardo es ahora conocido como «el ángel de Macao» por su trabajo a favor de los enfermos de lepra y sida en las 145 leproserías que ha puesto en marcha en su China de acogida.

Luis Ruiz, cuya labor misionera ya es comparada con la realizada por Teresa de Calcuta o Vicente Ferrer, llegó a China a principios de la década de los cuarenta del siglo pasado y centró su labor en los leprosos cuando ya era un canoso septuagenario. «Nunca se me acaban las fuerzas, es la energía interior y el amor por ellos lo que me mantiene en pie», explicaba en una entrevista al traspasar la frontera de los noventa. Justo cuando realizó una de sus últimas visitas a Gijón, ciudad que abandonó a los 17 años para estudiar en el noviciado de Salamanca. Sólo era el primero de sus muchos viajes.

La expulsión de la Compañía de Jesús de España acabó con Ruiz en Bélgica, donde estudió Filosofía y Humanidades. De allí se marchó a Cuba para ser profesor en el Colegio de Belén, el mismo en el que estudiaba Fidel Castro y el mismo en el que coincidiría con otro insigne jesuita gijonés: José María Patac de las Traviesas, el popular y erudito Padre Patac. Su siguiente destino fue Japón y el definitivo China. Como él mismo contaba en una entrevista concedida a LA NUEVA ESPAÑA hace sólo unos años, «a Macao me fui en 1951 para recobrar la salud y desde entonces aquí estoy, recobrándola».

Y en ese Macao que le dio la condición de «ángel» se mantiene activo el veterano religioso. «Gracias Señor por conservarme para servirte entre mis pobres. Señor, no soy digno de ti pero dices una palabra y la obra va adelante de una manera misteriosa», sentenciaba el gijonés en su respuesta a la felicitación de Obras Misionales Pontificias.