Cuando uno desciende sus escaleras, el corazón le voltea como a un gato que hubiera tocado un cable de alta tensión. Al abrir las puertas, se siente un lejano acorde de exaltación y un sentimiento de predestinación, marcado por los compases musicales de una banda cualquiera. Se confirma que la vida ordinaria reserva su ingenio, su afán y sus sentidos a otra hora y en otro lugar. Lo que sucede de día es la mitad de la vida, pues la otra mitad está reservada en un sótano de la calle Pelayo. La realidad es que ese ingenio, ese afán, esa exaltación concluirán el próximo sábado, después de tres días seguidos de música y alcohol que celebrarán el final de un sueño, el cierre definitivo de lo que todos han venido en llamar el nuevo Savoy.

Durante cinco años, se repitió el placer de abrir el paquete de tabaco, arrancar la envoltura plateada, extraer el cigarrillo, acercarlo con una rigidez casi militar a los labios, encender el mechero, llevar la llama a la punta y luego inhalar todo el ansia de vivir en la primera calada. Quizás ha sido la imposibilidad de ejecutar ese gesto automático en el Savoy lo que hizo que Javier Egocheaga, su propietario, perdiera 10.000 euros en los tres últimos meses. Eso y la imposibilidad de llegar a un acuerdo con el dueño del local o, puestos a ser sublimes, la satisfacción de contemplar cómo noche tras noche se cumplía un sueño pergeñado hace más de veinte años que necesitaba volver a reinventar. En cualquier caso, Javi «Savoy» echa el cierra a su club después de cinco años, con más de treinta bandas que despedirán como se merece a un sótano que terminó convirtiéndose en lugar mítico donde vivir, beber y soñar.

El 4 de mayo de 2006 abría el nuevo Savoy, una prolongación del viejo, fundado en 1989. En cambio, si éste era un gran sitio para escuchar música y charlar en la barra acompañado por unas cuantas copas hasta el alba, aquél sería, en la mente de su creador, mucho más salvaje, mucho más instintivo, un local singular pensado para escuchar y bailar música en vivo, con las mejores bandas de rock de la ciudad y del país y grupos extranjeros, nombres míticos y desconocidos que forman la antología vital y musical de Javier. Meses antes, Egocheaga, después de buscar y no encontrar nada, tenía noticia de un bajo situado en la calle Pelayo. «Cuando llegué, esto era un sótano oscuro con una barra y un baño. Anteriormente había sido una discoteca, el D'Angello, que se remontaba a los años setenta. Creo que también fue una boîte».

No había mucho tiempo ni demasiado dinero, de modo que Javi «Savoy» sólo necesitó su ingenio, con unas cuantas luces y centenares de retratos de viejas leyendas del cine y otras glorias del rock para convertir aquella cueva en un lugar con un espíritu diferente, con una atmósfera que se impregnaba en el alma de todos sus clientes en cuanto descendían las escaleras.

En las calurosas noches de verano, más de uno se podía hacer la ilusión de que aquel club era una maravillosa ratonera sostenida por un loco. «Cuando abrí las puertas por primera vez, la idea se me clavó en la cabeza como un punzón. Lo tenía muy claro. Se podría tocar cualquier cosa, se podría hacer ruido, cualquier día y a cualquier hora. No tenía la menor duda, sería el nuevo Savoy». Desde entonces, han transcurrido más de mil noches de rock y por su escenario han pasado más de quinientas bandas de todos los estilos. Martha Reeves, Charles Walter, Louis Holande, The Sunshine Brothers, Five Ases, Rocknick Casino, Wayne Hanckock, Donald Healer, son sólo algunos de esos nombres.

Punkis, rockabillis, heavis, mods, rojos, fachas, pijos. El Savoy ha admitido siempre a cualquiera porque no ha seguido una moda, sólo un sueño al que serle fiel. El recuerdo de todos ellos permanecerá indeleble a juicio de algunos de sus clientes. Paula García Suárez, higienista y responsable del pub El Paso, en Cudillero, donde también se programan conciertos, está convencida de que el Savoy ha sido y será uno de los mejores locales que ha conocido. «Su esfuerzo por hacernos llegar la música en directo cada fin de semana ha sido un regalo caído del cielo, digno de admirar. Gracias a ellos hemos podido disfrutar y enloquecer con grupos locales, nacionales e internacionales; siempre arropados por esa plantilla que nos han hecho sentir como en casa y dónde he conocido a un montón de amigos estupendos. Largas noches a ritmo frenético, llenos de risas y buen rollo. Estoy segura de que ese cierre no es un adiós, tan sólo un hasta pronto. Gijón sin Savoy no es Gijón».

En 1989 se fundó el viejo Savoy. Javier Egocheaga era hasta entonces un joven peluquero que ejercía en la calle Corrida. Para entonces, su cuerpo ya había sido poseído por el espíritu de Elvis Presley, concretamente, desde que tenía doce años. Aún recuerda a su padre comprando en una vieja gasolinera el disco «Elvis and The Memphis». Era el año sesenta y ocho y el rey del rock ponía fin a su más que cuestionada carrera cinematográfica en Hollywood y retomaba en serio su pasado musical. Para Javi «Savoy», aquel vinilo fue un gran impacto, al que le siguieron Louis Armstrong y Little Richard. Entre los tres formaban un póquer de ases que marcarían su vida hasta hoy.

Egochaega pertenece a una familia humilde procedente de Villaviciosa. Su padre había sido un campesino de Oles que cambiaría la azada por el pico en la mina de La Camocha y más tarde por el volante de un camión. A medida que Javi se acercaba a la juventud, el estilo americano de los cincuenta tomaba más presencia en su forma de vestir y de sentir la música. Pocos calzaban en el barrio de El Llano unos botines y una chupa de cuero. Javier era eso, un chico de barrio y un legítimo heredero del rock and roll más genuino. Casi todos conocen en Gijón su banda: «Javi y Los Paramétricos». Su hermano pequeño, Roberto, seguiría su estela con otros grupos y juntos compartirán escenario y barra en el Savoy en más de una noche. Y en 1989, el diablo por fin llamó a su puerta. «Posiblemente cortar el pelo es lo único que sé hacer bien. Pero tenía un sueño y un amigo que conocía muy bien la noche. Decía que yo tenía suficiente carisma para atraer a un publico distinto si abríamos un pub. Así que nos la jugamos. Duramos juntos dos meses. A él le pudo más la noche y a mí me pudo el Savoy, para el que me sentía perfectamente capacitado. Comenzaba a disfrutar un sueño».

Si hay un hostelero que conoce muy bien la noche, ése es Alfredo González Vega, dueño de El Escocia, otro mítico pub gijonés que no tardará mucho en volver a abrir sus puertas. Para este «chigrero», «el Savoy es uno de los lugares emblemáticos de Gijón en lo referente a la movida musical de esta ciudad y uno de los poco lugares que han apostado por los músicos y la cultura musical, no siendo nada fácil lograr mantener un espacio así, luchando diariamente contra las inclemencias. Esperemos que no tarden en volver, sitios así son indispensables para Gijón».

Pilar era un sueño con cuerpo de mujer, una exaltación femenina, el sentido femenino del Savoy. Pilar es la mujer que acompaña a Javier en su aventura y es su esposa. «La conocí con 17 años. Ella tenía 15. Fue en El Barco, aquel maravilloso buque anclado en el Muelle donde servían copas y se podía bailar. Se parecía a Liz Taylor. Cuando la vi por primera vez tenía el mismo estilo y el mismo aspecto que hoy. Una mujer maravillosa que ha estado siempre ahí, fiel a sí misma. Ha sido mi mano derecha». Él la invitó a bailar. Ella no pudo decir que no. «Sigo tan enamorado de ella como el primer día. Me admira su integridad, su valor, la claridad y determinación que tiene para distinguir el bien del mal, la verdad de la mentira. Yo soy más condescendiente, escucho más a la gente, siempre doy una segunda oportunidad».

La pareja que compartió un sueño, consiguió que del Savoy nacieran otras parejas. Como afirma Marcos Gutiérrez García, periodista de 31 años, «el primer concierto al que llevé a mi moza fue en el Savoy. Sólo por eso ya le tengo un cariño enorme. Además, allí he visto grandes bolos. Recuerdo sobre todo el de los irlandeses Glyder». Una experiencia similar relata Ada Cuervo Martínez, administrativo: «En el Savoy pasé las mejores noches de rock 'n' roll de mi vida. Javi y Pili siempre me trataron de maravilla, son grandes profesionales y amigos. Cómo no, lo cerré unas cuantas veces, y mañana será la definitiva. Ahí conocí a mi amor y también saqué muy buenos amigos».

Lo cierto es que el Savoy tiene un sentido doméstico. Los años lo han convertido en un salón de casa abierto hasta las seis de la mañana. Pilar Senso, modista y mujer fatal, afirma que el Savoy «era el único lugar donde podía ir sola sin sentirme incomoda, ni extraña. Era como "estar en casa". Yo no soy de Gijón, por lo tanto, no conozco a mucha gente. En cambio, en el Savoy he conocido a algunos que hoy son mis mejores amigos. Hay pocos sitios así, de manera que espero que vuelva porque va a dejar un hueco muy difícil de llenar».

El Savoy duró 30 meses que Javier Egocheaga renovó otros 30. «Pero ahora se me hace imposible firmar otro contrato. El precio del alquiler se subió por las nubes y luego está la prohibición de fumar y la crisis económica». Huérfanos de Savoy, es probable que, hasta que no transcurra una larga temporada, no volvamos a sentir el mismo escalofrío al descender sus escaleras. Será difícil repetir el mismo sueño y es posible que si volviera a repetirse, no tuviera el mismo encanto. «Confío en que haya otro Savoy, aunque no sabemos dónde ni cuándo», afirma Javi. Pero el rock and roll es la música de los malditos, de los supervivientes y encuentra refugio en los lugares más insospechados. En cualquier caso, el domingo, el Savoy volverá a ser otra vez un sótano que albergó los mejores sueños, aquellos que se cumplen y este sueño se cumplió intensamente durante más de mil noches.