C. JIMÉNEZ

El uso de tierra, cáñamo, lino, madera, adobe o tierra para el aislamiento térmico y acústico de viviendas responde a un nuevo patrón de construcción que va ganando adeptos en toda Europa. De hecho, en Stuttgart (Alemania), edificios de gama alta emplean ya este tipo de materiales para asegurar a sus inquilinos los máximos niveles de confort y eficiencia energética. Emilio Suárez, gerente de la empresa Sogener, una compañía experta en arquitectura sostenible y bioconstrucción, realizó ayer un repaso sobre el estado de la cuestión en el marco de la «semana de la ciencia» en el Parque Tecnológico de Gijón.

El ponente comparó las casas con un organismo vivo y los materiales que la componen con la piel, una tercera piel (la primera es la dermis humana y la segunda, la ropa que la cubre) que realiza funciones esenciales para la vida: protege, aísla y respira. Esa tercera piel nos envuelve el 90% del tiempo; por ello, es importante actuar desde la base, indicó el responsable de Sogener. Suárez destacó la necesidad de que esa tercera piel genere una buena relación con nuestra primera piel. Para ello apuntó la necesidad de realizar «diseños compactos, adaptándose a las necesidades reales, logrando un aislamiento continuo», y cuidando la permeabilidad al viento además de otros aspectos fundamentales, para lograr una mayor eficiencia energética, como la luz y la vegetación.

En Europa, 15.000 viviendas cuentan ya con el estándar «Passivhaus», que permite reducir los consumos de una vivienda en torno al 85 por ciento respecto a la edificación tradicional. Un inmueble de este tipo emplea un buen aislamiento térmico en muros y techo, ventanas con vidrio doble o triple, sin puentes térmicos, para obtener la mayor estanqueidad en el interior, y un sistema de ventilación eficiente, con recuperación de calor. Estas características permiten que se logre una demanda de energía muy baja para calefacción, en torno a 15 kilovatios hora por metro cuadrado y año.

¿Donde está la meta? «En llegar a casas que consuman poco y sean autosuficientes», explica Emilio Suárez. El sobrecoste de una vivienda «Passivhaus» respecto a la edificación tradicional todavía vigente es del 8%, pero se amortiza a partir del sexto año. Para lograr que el recibo energético sea mínimo, el gerente de Sogener apunta al uso de microgeneración para ventilar. «Necesitamos sistemas que regulen la temperatura de manera automática en nuestras casas», añade el experto.

Para cumplir el objetivo de una perfecta convivencia entre la primera y la tercera piel, Emilio Suárez advierte de la necesidad de atender a determinados parámetros edificatorios que pueden llegar a afectar a la salud humana. Es el caso de la presencia de gas radón en el subsuelo y el uso de fenoles o colas en tabiques que pueden afectar a la salud humana, así como la presencia de campos electromagnéticos, que también alteran el confort de los inquilinos. «Hay que pensar las casas para ser utilizadas por más de una generación, no para los de 25 a 50 años», agregó el experto.

El cumplimiento de estos parámetros depende más de «un cambio de mentalidad» que de los costes económicos derivados. «No es saludable tener dos interruptores en el cabecero de la cama. La mayoría de nuestras casas tiene electrocontaminación en muchos puntos y, además, tenemos un montón de consumos ocultos», arguye Suárez. Los aparatos eléctricos que dejamos apagados pero no desenchufados (televisión, ordenadores, impresoras, microondas, cargadores de cepillos de dientes...) pueden generar un consumo medio de alrededor de cinco euros al mes, indica. Respecto a las radiaciones, algunos países del norte de Europa se encuentran ya muy concienciados. En Suecia existen bajas laborales por estrés electromagnético. «Se rinde menos en un entorno electrocontaminado», concluye Suárez.