Si algo está claro a esta altura de la trayectoria artística de Kiker (Enrique Rodríguez Rodríguez, 1949), es que estamos ante un pintor de una fértil creatividad, capaz de sorprendernos una y otra vez con sus siempre felices hallazgos, con su talento plástico. Pocos autores son capaces de ofrecer una exposición al año sin caer en la repetición, en la autocopia, en el telar de Penélope. El artista asturiano es sin duda una de las excepciones, como excepcional es su capacidad para reinventarse a partir de algunas de las características que definen su estilo: el dominio del dibujo y el color, la imaginación, la expresividad, la ironía o una finísima capacidad metafórica. Así, vuelve hoy a la galería Van Dyck, fiel a la cita anual que mantiene con sus muchos seguidores desde hace veintiocho años. Lo dice la directora de la sala, Aurora Vigil-Escalera, es el único de sus artistas que mantiene un ritmo casi picassiano, sin desfallecimientos.

Y es que en Kiker, que tiene la misma voracidad de un Duchamp para transformar el más prescindible objeto en algo significativo, todo acaba en el cuadro. Su «Pez on», una de las obras que podemos ver en la muestra que se inaugura hoy, es un ejemplo. Estamos ante un artista en el que conviven felizmente resueltas la tentación experimental que atraviesa toda su obra, las estelas de algunos de los grandes maestros (otra vez Picasso, sin ir más lejos, o ciertas líneas de trazo expresionista) y un mundo propio en el que realidad y deseo están al servicio, como en algunos de los grandes, de imágenes siempre poderosas.

En esta nueva exposición, que estará en Van Dyck hasta el próximo 19 de mayo, Kiker ofrece, una vez más, gozosas pruebas de esa versatilidad suya y de la profundidad con la que se enfrenta a sus obras. Y no sólo por el homenaje que dedica a Bacon (recordemos el que ofreció a Barceló en su anterior muestra en Van Dyck), sino también por esas otras series en las que insiste en un tema o asunto hasta ofrecernos todas, o casi todas, sus posibilidades pictóricas.

No podemos dejar de subrayar, en este sentido, la belleza de la serie «San Chillida, San Pedro y San Lorenzo», grupo de cartones trabajados con óleo y acrílico en el que Kiker da con una de las visiones gijonesas más singulares de los últimos años. Ni olvidar la fuerza imaginativa de «The Bosch», otra serie de cartones en la que el pintor parece emboscarse con El Bosco.

En esta muestra, que podría titularse, con exacto nombre, «Kikeriana», encontramos mucho más, claro: las sintéticas tintas de la serie «Canarias»; el políptico «Payasos», en el que el autor vuelve a una de sus figuras más queridas; el «ramoniano» homenaje a Gómez de la Serna o el personal tratamiento del paisaje que vemos en obras como las que dedica al pico Moros. El pintor no rehuye, además, la actualidad más conflictiva: junto al tremendo «Retrato apócrifo de los mercados» que recibe al visitante, la serie «Indignados 15 M». Kiker, insistimos, es inagotable.