La utilización del mosaico como elemento decorativo en la arquitectura es de larga tradición, con momentos estelares en las culturas griega, romana y bizantina. Conceptualmente su técnica es sencilla: se trata de plasmar un conjunto de líneas y de masas de color sobre una superficie, mediante la colocación de elementos de diferentes materiales, colores, formas, texturas y tamaños. A partir de ahí comienzan las dificultades; la primera, la concepción del diseño a realizar; a continuación, la elección y preparación de los materiales, y, finalmente, su colocación, obteniendo como resultado una superficie más o menos bella y expresiva.

Sin embargo, en pocas ocasiones a través del mosaico se logra configurar un espacio, vocación y misión propia de la arquitectura. Esto ocurre en contados casos, cuando confluyen varias circunstancias: un artista extraordinario, un espacio arquitectónico singular, y, sobre todo, una idea que trascienda a la materia.

La actual iglesia de San Pedro de Gijón, cuya construcción finalizó en 1954, ocupando el solar dejado por el anterior templo destruido por la barbarie de la Guerra Civil española, cuenta con una girola que circunda su ábside, rodeando el presbiterio de la iglesia. Geométricamente su espacio es el de una nave de directriz curva, con cubierta de bóveda de cañón sobre arcos fajones que dividen su planta semicircular en cinco tramos.

A lo largo de su reciente historia este espacio ha tenido diferentes usos, siendo el último el de capilla del sagrario del templo parroquial. Esta utilización de la girola como capilla es totalmente infrecuente en la arquitectura, ya que este espacio suele estar destinado a mero deambulatorio, existiendo en su caso capillas laterales dispuestas en forma radial, es decir, perpendiculares a la directriz de la misma. El que la girola se utilice como capilla tiene la dificultad de que su geometría circular genera una visión centrífuga del espacio, que no permite ni la atención ni la concentración que un recinto de oración requiere. Este hecho dio lugar a que el párroco de San Pedro, Javier Gómez Cuesta, soñara desde su llegada a Gijón con dotar a este recinto de unas características más adecuadas al uso pretendido. Y en este sueño se apareció providencialmente el padre Rupnik, considerado como el Miguel Ángel del arte sacro del siglo XXI.

Ivan Marko Rupnik es un jesuita nacido en Eslovenia, dedicado a la transmisión del Espíritu desde la palabra -como director de ejercicios espirituales-, desde la escritura -es autor de numerosos libros sobre espiritualidad-, desde la docencia -ha impartido clases en la Universidad Gregoriana, en el Pontificio Instituto Oriental y en el Instituto Pontificio San Anselmo- y, sobre todo, desde la creación artística, con obra en numerosas catedrales, iglesias, capillas y santuarios, entre ellos la capilla papal Redemptoris Mater del Vaticano, en Fátima, en Lourdes y en la catedral de la Almudena de Madrid. En los últimos días, Rupnik ha sido noticia por haber sido nombrado por el Papa Benedicto XVI consultor del Consejo Pontificio para la Nueva Evangelización, responsabilidad que añade a la de ser consultor del Consejo Pontificio para la Cultura, cargo para el que fue designado en 1999 por el Papa Juan Pablo II. Asimismo participó como experto en el último sínodo de los obispos celebrado en Roma en 2008. Desde el año 1995 dirige el Centro Aletti de Roma, una institución intercultural de estudios e investigaciones que apoya la misión que la Compañía de Jesús tiene en el Pontificio Instituto Oriental. El Centro Aletti se dirige principalmente a los estudiosos y artistas de Europa central y oriental, creando un lugar de encuentro con sus colegas occidentales.

Y el sueño de Javier Gómez Cuesta se hizo realidad cuando a Gijón llegaron, para trabajar en la iglesia de San Pedro, los miembros del Centro Aletti, con el Padre Rupnik a la cabeza.

En esta obra ha participado un equipo de quince artistas de nueve países diferentes, hombres y mujeres, religiosos y laicos, que durante siete intensos días de trabajo in situ han culminado un proyecto gestado durante años. El resultado obtenido es excepcional: el mosaico que recubre la piel de la girola no sólo acoge y rodea sino que crea espacio, multiplicando el existente y descomponiendo su difícil geometría en un volumen envolvente en el que la direccionalidad de la mirada tiene como punto de referencia el tabernáculo de la nueva capilla, mientras que desde las paredes laterales se ofrece una invitación a la reflexión teológica a través de imágenes y símbolos, cuyo uso es tan propio en la cultura oriental.

Así pues, en esta excepcional obra de arte nacida mosaico se logra la creación de un nuevo espacio arquitectónico, en singular fusión de ambas disciplinas artísticas. La prevista inauguración y bendición de esta capilla el próximo día de San Pedro, patrón de nuestra ciudad, será ocasión para que Gijón cuente con un nuevo hito de la arquitectura, icono del más extraordinario arte sacro contemporáneo.