La nueva ley de educación ha vuelto a poner sobre el tapete el debate sobre el estatuto de la clase de religión en la escuela pública. No deja de ser decepcionante, aunque era previsible, el que sea esta cuestión la que levanta más discusiones cuando son tantas las carencias que apuntan unos y otros al sistema educativo español actual. Bienvenido el debate si fuera para esclarecer una situación llena de prejuicios y de clichés trasnochados y alcanzar consensos sensatos que tengan en cuenta la realidad española y no ideologías o fundamentalismos que enconan las posturas y distorsionan la cuestión de que se trata. Las leyes han de tener como finalidad el bien común de la sociedad. A ésta, para desacreditarla, le han colgado el sambenito de que la cocieron Rajoy y Rouco: No veo yo a este gobierno tan adicto a posiciones religiosas. Es «católico-agnóstico», me dice un amigo con chispa; vamos, que no es ninguna cofradía devota. La razón de peso que dan para la recuperación del estatuto perdido de «optativa», por lo tanto de libre elección, «que ha de impartirse en condiciones equiparables a las demás disciplinas fundamentales», es que pertenece a los Acuerdos Iglesia- Estado y «Pacta sunt servanda». Lo menos que puede hacer un Estado democrático es cumplir con rigor sus acuerdos.

Pero, hay además razones más convincentes y, también, de orden democrático como es el número alumnos y familias que solicitan el recibir enseñanza religiosa en la escuela pública: más 3,5 millones. En porcentajes el 67 % de los alumnos en colegios públicos a pesar de las circunstancias tan adversas en la que se tiene que impartir y el 99% de los de religiosos. ¿Qué más democrático que reconocer y facilitar este derecho? Porque los hijos son de los padres, no del gobierno de turno. Y las motivaciones de estas familias no son solamente religiosas, son también culturales, éticas, pedagógicas y humanísticas. Vivimos en una cultura de matriz cristiana, lo mismo que los valores éticos que profesamos; sirve para iluminar el sentido de la vida y responder a preguntas fundamentales y es indispensable para comprender las humanidades, arte, literatura, pensamiento filosófico?

Nuestra integración en Europa tenía que ayudarnos a resolver es viejo problema. Todos los países lo tienen resuelto integrando la enseñanza religiosa en su sistema educativo. Solamente Francia es la excepción desde las leyes de la laicización a finales del siglo XIX en que se suprimió toda instrucción religiosa en el horario escolar. Sin embargo, es conocido el debate social que últimamente ha rebrotado sobre la incultura religiosa de los jóvenes y la forma de remediar ese vacío. Fue lo que motivó el llamado Rapport Régis Debray encargado por el gobierno de F. Miterrand y que el filósofo, antiguo revolucionario con el Che Guevara en las montañas de Bolivia, entregó en marzo de 2002 en la que hacía un análisis sobre la enseñanza del hecho religioso en la enseñanza pública y formulaba sus propuestas. Quería responder a la preocupación de los docentes franceses por la falta de cultura religiosa de los alumnos que les dificultaba tratar con ellos temas literarios, históricos, filosóficos y artísticos porque carecían de las referencias culturales necesarias.

Al debate, si de nuevo se plantea, no hay que tenerle miedo. La misma Iglesia debiera de propiciarlo, como hizo con cuestiones semejantes el Papa Benedicto XVI, en foros laicos como en Berlín, en París o Londres. La crítica de la religión más cruda y severa, desde todos los puntos de vista, la hicieron ya Marx, Nietzsche y Freud y el hecho religioso sigue vivo, resistente, es algo observable, enclavado en la historia de los pueblos, permanente a lo largo de la historia humana. Es un hecho social que afecta al individuo y a la colectividad, que determina comportamientos morales y propicia espacios simbólicos que han suscitado y suscitan creaciones literarias y artísticas de una belleza inigualable.

Es difícil entender la actitud del partido socialista español con tan poca sensibilidad y tanta desconfianza para lo religioso, aunque pueda haber alguna voz episcopal que los provoque. Lo tónica general de la iglesia española a partir del Concilio es otra. La diferencia con los partidos de izquierda alemana, italiana, británica sueca? es llamativa. El Estado es laico. Bien, pero como analiza Rafael Díaz- Salazar el laicismo puede ser «inclusivo» o «excluyente», según se acepten o se rechacen acciones o demandas de otras instituciones que colaboran al bien común. Retroceder a un laicismo radical o a un fundamentalismo integrista es volver a las cavernas.