En contra de lo que rezan la tradición y la cultura populares, no fueron precisamente las gestas heroicas, ni tampoco el aguerrido carácter belicoso de las tribus astur-cántabras lo que mantuvo a los ejércitos romanos alejados del norte de Hispania durante más de 200 años. La tardía anexión se explica más por factores como el alejamiento de las principales rutas comerciales o el escarpado relieve del paisaje norteño, cuya principal franja montañosa -la Cordillera Cantábrica- cubre un área de unos 500 kilómetros con una elevada altitud media y cumbres de más de 2.000 metros.

De hecho, fueron los propios jerarcas romanos los que, a partir del Principado de Octavio Augusto -27 a.C-14 d.C.-, con quien se culminó la ocupación de Hispania, los que propagaron de forma deliberada este rumor, con la pura y simple intención de justificarse frente al pueblo por la campaña que estaban a punto de iniciar contra las tribus mal llamadas "salvajes" o "bárbaras".

Esta fue una de las ideas centrales en torno a las que giró la conferencia "Augusto y las Guerras Cántabras", ofrecida ayer en el Centro de Cultura Antiguo Instituto por el arqueólogo asturiano Jorge Camino Mayor, conservador del Museo Arqueológico de Asturias y director del yacimiento arqueológico de la Carisa, antiguo campamento romano.

"Es cierto que los pueblos astures y cántabros eran tribus belicosas, pero no gozaban de mayor poderío guerrero que lusitanos o celtíberos y estos cayeron muchos años antes", resaltó. "En realidad fue una mera cuestión logística. Hasta la época de César Augusto, Roma no tenía ni infraestructuras para transportar las tropas, ni intereses en la zona", añade.

El emperador clave

Pero todo cambió con la irrupción de Octavio Augusto, probablemente el más importante de todos los emperadores que vio nacer la ciudad de las siete colinas. Este dirigente, que destacó por sus hondas reformas urbanas, por su capacidad para recaudar ingentes cantidades de impuestos y, sobre todo, por aunar expansionismo y estabilidad política -la Paz Romana es el mejor ejemplo-, fue el primero en ver el potencial de las tierras hoy leonesas, asturianas y cántabras. "El oro fue la principal razón de que Roma dirigiera su mirada a estas tierras", afirmaba Camino Mayor en la que fue, ayer, la conferencia inaugural dentro del ciclo didáctico con el que Gijón recordará esta semana el bimilenario de la muerte de Augusto.

Con todo, Augusto necesitó la nada despreciable cantidad de 50.000 hombres -unas ocho legiones- para aherrojar a los clanes montaraces del septentrión hispano. Es más, Publio Carisio, legado de Octavio encargado de conquistar y guerrear con los astures, "tuvo que solicitar la ayuda de varios cuerpos auxiliares de la Tarraconense, para hacer frente a sucesivas rebeliones que se produjeron en la zona durante los años posteriores a la ocupación, contó Camino Mayor.

Para el experto, por desgracia, más allá de lo que han aportado los historiadores romanos, como Lucio Anneo Floro o Dión Casio, "poco se sabe" acerca de esta remota y mítica época, cuyas crónicas se pierden en la noche de los tiempos. Desde yacimientos como el de la Carisa, en el que ya han sido halladas más de 700 piezas de gran valor histórico -puntas de "pilum" o de flecha, azadones, monedas, etc.- desde el año 2001, prometen seguir arrojando luz. Pues, como señaló el director del mismo, "el fundamento básico de la arqueología es preservar nuestro pasado para que no lo olvidemos en el futuro".