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Los inicios de un nuevo año escolar

Los cursos amargos del alumno diferente

Selene Montes, una de los estudiantes que dieron sentido hace 10 años a la creación de la Asociación Contra el Acoso Escolar, recuerda los días de angustia, la superación y "el miedo que queda al rechazo"

Selene Montes. MARCOS LEÓN

Selene Montes García tiene 24 años, formación como técnico superior en Imagen para el Diagnóstico, y en unas semanas será una nueva gijonesa expatriada por motivos laborales. Estos días apura el papeleo de convalidaciones y trámites porque le espera una plaza de técnico de Rayos en el Southampton General Hospital (Reino Unido). Cambiará de país, de entorno y de amigos. Y de nuevo se hará presente "el miedo al rechazo. A no encajar en un ambiente que no conozco".

A esta gijonesa a la que la madurez y los años han convertido en una joven "tranquila y bastante segura la mayoría de las veces", como se define, le queda sin embargo un resto de inseguridad que interpreta como la secuela más evidente de haber sido una niña y adolescente que sufrió acoso escolar.

Aunque ese no sea un título que nadie te reconozca, Selene Montes sabe que sus días de angustia y de no querer ir al colegio tienen su origen en haber sido acosada, hostigada y apartada por quienes podían haber sido sus amigos del colegio y del instituto. Con su caso, y otros muchos que la mayoría de las veces se silenciaban en público y se lloraban en privado, hace diez años se creó en Gijón la Asociación Contra el Acoso Escolar (ACAE), de ámbito regional pero que siempre ha tenido voz en el territorio nacional. De hecho, fue el caso del adolescente del País Vasco, Jokin Ceberio, que se suicidó por sus problemas de relaciones en el entorno escolar, lo que llevó a la madre de Selene, Encarna García, a dar el paso al frente para constituir la agrupación de familias. Aún lidera ACAE.

Diez años de vida de la Asociación, un nuevo curso que empieza -con la consiguiente angustia de quien pasa por alguna situación de acoso- y un Ayuntamiento que ha decidido buscar alianzas internacionales para trabajar y tratar de atajar el problema con docentes y estudiantes, son argumentos de sobra para pedirle a Selene Montes que recuerde unos días que ya quedan muy atrás. Y que analice cuánto ha marcado su vida el acoso escolar.

"Todas las historias vividas son parte de mi, de lo que soy ahora, aunque prefiero pensar que los días malos escolares son sólo migajas, restos que me quedan en la memoria. Tiendo a pensar que a medida que fui madurando mi personalidad logró ser más fuerte que mi dolor. No quería sentirme víctima de nada. Lo había sido una vez y no quería serlo más. Esa mentalidad fue lo que más me ayudó para querer dejar todo lo sucedido atrás", explica, de forma encadenada.

El acoso empezó en el colegio "porque yo era diferente", dice. "Tenía 8 o 9 años y aún no sé en qué medida, pero sé que yo era diferente. Ahí radicaba todo", explica Selene respecto al origen de su calvario. "Puede que fuera porque a mí me iban a buscar mis padres todos los días al colegio, algo que no era habitual en mi centro, o porque leía demasiado. O porque siempre expresaba mis opiniones y muchas veces era crítica", rememora. El caso es que empezó a sentir rechazo "y que todos pertenecían al grupo, menos yo".

Lamenta que en ocasiones su angustia la llevara a esperanzarse, egoístamente, con que el grupo la tomaba con otra niña o niño y que a ella la dejaban en paz. Y si no podía servirle para tener al menos alguien con quien poder hacer piña. Pero nada. "Te sientes observada, desplazada, rechazada y sientes los ataques en toda regla. Físicos no era, o fueron pocos, pero se va llenando el vaso hasta que un día explotas. Y puede que ese día no haya sucedido nada demasiado importante", reconoce.

Pasó tiempo sin que en casa supieran nada. "Si lo contaba era como si el problema se hiciera más real, y era lo que yo menos quería", recuerda Selene. Se convirtió en una especialista de ponerse mala para evitar el colegio -gracias al truco del termómetro de mercurio con décimas de temperatura ganadas con el calor de la lámpara de la mesita- y en una función de Navidad, en la que dio su opinión sobre un regalo que recibían todos los niños de parte de la Asociación de Madres y Padres, sintió la crítica brutal de todos sus compañeros. "Me reclamaron que siempre tenía que protestar por algo, que era una desagradecida. Todos me reprochaban y me entró pánico. Creo que debí de tener un ataque de ansiedad porque no podía dejar de llorar y ya no quise volver al colegio", recuerda.

No volvió a ese centro, tuvo un ramalazo de escaparse de casa, cambió a otro, y sintió que las cosas no mejoraban demasiado. En parte porque le perseguía su sambenito de rara, diferente y problemática. Con subidas y bajadas, con momentos mejores y peores, con más o menos amigos a lo largo de los años, no fue hasta la Universidad cuando sintió el gran cambio. "El ambiente era más sano; si pensabas que eras raro seguro que había otro más raro que tú. Cada uno pensaba a su manera pero eso no le importaba a nadie. Ahí me di cuenta que podía ser yo sin que nadie me dijera nada".

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