Es una de las profesiones más vocacionales en la que parece imprescindible establecer una coraza con la realidad en que desarrollan su profesión aunque, a veces, es imposible. Alejandro Rodríguez (Gijón, 1979) es trabajador social y cuenta su experiencia en el libro "De gallegos, tucanes y trabajadores sociales" que presenta mañana a las 20:00 horas en la librería "La buena letra".

-¿Es optimista?

-En la profesión se ha impuesto una tristeza y pesimismo. Más ahora con los recortes sociales. Se ve en todos los compañeros. Con el libro quiero aportar optimismo. No todo el mundo vale para trabajador social pero el que vale disfruta como ninguno.

-Habla con humor de problemas duros ¿Es imprescindible en su trabajo?

-Esto es como la medicina pero más duro porque el contacto con la gente es diario y en situaciones de necesidad límite. O copias ese humor negro que han conseguido los médicos y establecemos una coraza psicológica frente a la desgracia ajena o te derrumbas. Tener la capacidad de reírte de la desgracia te permite retomar con más fuerza tu ejercicio y profesionalidad.

-¿Se puede disfrutar con el sufrimiento de otra persona?

-Sí. Hay casos apasionantes. Necesitas un profesional apasionado y que disfrute. No deseo el mal a la persona pero tienes el reto profesional por delante.

-Habla de una coraza pero en el libro cuenta que hay fisuras.

-Es importante reconocerlo. Es una coraza dura que debe estar forrada de terciopelo para que la otra persona te vea cercano, sienta calidez. Es la teoría pero en la práctica es distinto porque estamos en contacto continuo. Una gente te llega más, otra menos y las hay que se meten por un rincón del corazón. Ahí sí sufres. O lo afrontas o es un sin vivir.

-Su historia se desarrolla en un pueblo. ¿Miran a su vecino por empatía o por cotillas?

-En los pueblos hay una solidaridad que en la ciudad no existe. Allí hay personas que tienen encamado a un vecino para evitar que se vaya a una residencia. Son relaciones totalmente distintas.

-¿El mundo urbano se ha deshumanizado?

-Sí. Hemos perdido el contacto con la vida y la muerte en casa. Eso deshumaniza las relaciones. Aprenderemos a lidiar con ello.

-Relaciona al trabajador social con un rotweiller. ¿Ustedes muerden?

-Más que morder es una imagen. Somos los que aparecemos con la policía a llevarnos a un niño. Parece que ejecutamos las sentencias y a veces nos relacionan con eso. Es difícil. Una vez un señor me obligó a beber a punta de cuchillo de matarife para comprobar que venía en son de paz. Creía que venía a llevarme a su mujer porque él bebía.

-Entonces, ¿no es porque les llaman perroflautas?

-(Risas) Me lo tomo con agrado. Somos una profesión muy tópica pero no quita que haya de todo en trabajo social. Tenía compañeras monjas. Eso es lo positivo, distintas visiones e ideologías. El fin es mejorar socialmente el entorno y las personas que viven en él.

-¿No piden el carné de izquierdas para entrar en la universidad?

-El hecho de ser social nos hace militar en la izquierda, que busca una actuación más directa. La derecha cree que se hace a través de la economía. No creo en las malas voluntades. La gente de izquierdas somos muy pesada y la visibilidad es mayor. Trabajé con asociaciones cristianas y son vivencias positivas. Ambos tenemos como objetivo las personas. Esto no entiende de ideologías. Si da esa impresión igual el problema compete al Trabajo Social.

-¿El sistema funciona?

-Nadie va a cambiar sin que admita que tiene un problema. Hasta que las autoridades admitan que tienen este problema, y las autoridades dejen de hacer medidas contando votos, solo pondremos parches al problema.

-Es de Gijón y se fue a las montañas de Lugo ¿Busca problemas o se fue forzado?

-Me fui detrás de mi mujer. El grueso del libro va del proceso de Ulises. Me vi obligado a abandonar el sitio donde me sentaba cómodo para ir de extranjero a otro lugar. Es un proceso duro que vive mucha gente hoy día.

-¿Ayudar es cosa de todos?

-Falta reconocimiento y profesionalización. Aquí interviene cualquiera, se pone hacer el bien sin formación ni saber qué tiene que hacer. Es un peligro.

-Si viviéramos en una sociedad idílica desaparecería su profesión. ¿Aceptaría?

-Ojalá. Me sentiría mal porque me encanta mi trabajo pero la desigualdad está dentro del ser humano. Luchamos por una utopía.

-¿Ayudar a una mujer maltratada está mejor visto que ayudar a un drogadicto?

-La gente se sensibiliza con cosas distintas y surjen nuevas iniciativas sociales. Se ha evolucionado mucho aunque estas cosas le pueden pasar a cualquiera. La droga ya no estigmatiza tanto, con medidas se puede solucionar y la gente así lo percibe. Los años ochenta quedaron atrás.