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Viaje a 1988 (V)

El tiempo oscuro de la "Semana negra"

Una convocatoria cultural sin precedentes que en sus inicios, en El Musel, fue muy cuestionada

Emblema de aquella celebración.

Que el tiempo pase por mí

yo no quiero pasar por él.

Humberto Ak'abal, "Cielo amarillo"

La vida es vértigo y cada cual debe manejar el suyo.

Leonardo Padura, "El hombre que amaba a los perros"

Sí, viajar en el tiempo es posible, sólo hay que encontrar la base espacial adecuada desde la que despegar, como, por ejemplo, la del Archivo Municipal de Gijón. Debo advertir de que tales desplazamientos no están exentos de peligro. Un servidor, al cometer la osadía de realizar esos viajes con cierta frecuencia a través de la prensa, concretamente al año 1988, sabía a lo que se arriesgaba, era consciente de lo que le podía pasar. Sabía que me iba a sentir, cuando menos, agitado y confuso. Pero sólo pensaba en ello como una posibilidad remota.

Así que, cuando me encontré "conmigo mismo" veintiocho años más joven, tuve que esforzarme en disimular un enorme desasosiego. Y no precisamente al comprobar el evidente paso de los años, sino porque ese "mismo" era muy diferente de mí, pues, aparte de haber nacido ambos en Teruel, tener la misma fecha de nacimiento y proceder los dos de familia checa, poco más parecíamos tener en común. Lo abordé extremando las precauciones. En modo alguno pensaba revelarle mi identidad. Si lo hubiera hecho, tampoco me habría creído. Me presenté como un periodista de Zamora interesado en los proyectos que él estaba desarrollando, y le pedí permiso para acompañarlo durante una temporada.

Lo primero que observé es que llevaba un meticuloso diario. En él anotaba con cuidada caligrafía lo más señalado de cada jornada filtrándolo por el tamiz de sus reflexiones. "Eso -comentó- me ayuda a distanciarme de la acaparadora intensidad de lo cotidiano y a reducir su agobio".

Y, ciertamente, su cotidianidad resultaba tan intensa que parecía difícil de seguir. En aquel momento, formaba parte de un equipo de cuatro personas que estaba ultimando la preparación de un encuentro de escritores de novela policiaca, entramado que se iba a llamar "Semana negra". Pero comentaba, riéndose, que, en realidad, eran un trío de cuatro. Al parecer, el que faltaba del equipo, un tal Taibo, residente en México y de quien había partido la propuesta de realizar aquel encuentro, sólo se incorporaría a la organización un mes antes del comienzo de ese acontecimiento, cuando ya todo estuviera preparado. Cada miembro de ese comité organizador se encargaba de una tarea concreta. A él le tocaba elaborar los contenidos de lo que se pretendía que fuera una gran romería de intriga, violencia, suspense, corrupción y crímenes.

Me explica con detalle los pormenores de este complejo evento que tuvo que presentar en una rueda de prensa por encargo del alcalde. A él acudirán escritores de todo el mundo. Precisamente, cerca de donde nosotros estamos oímos hablar por teléfono, casi a gritos, a un traductor con una escritora japonesa residente en Tokio que ha confirmado su participación.

El lugar de Gijón elegido, a propuesta de Juan Cueto, para esta actividad es el emblemático puerto de El Musel, a las afueras de la ciudad. Pretenden convertir aquel espacio, anónimo y gris, en un inmenso plató de cine de género criminal. Por lo que veo, es una tarea fascinante y abrumadora.

Lo que más sorprende es que todo este tinglado negro se está gestando en un clima de extremada tensión, como si la realidad de la ciudad padeciera una negatividad contagiosa o como si la ciudad misma fuese un relato de soterrados enfrentamientos. Mi otro yo comenta que se esfuerza en tratar de entender la virulencia que se respira en Gijón contra ese acontecimiento. "Ninguna actividad en esta ciudad -me confiesa apenado- ha propiciado tanta controversia y tanto rechazo". Y me hace una confesión personal: "Ya van tres noches que me despiertan llamándome a las cuatro de la mañana. Alguien, que, por supuesto, no se identifica, me increpa a gritos. Repite una y otra vez que estoy quitando el dinero a los trabajadores con la 'Semana negra', como si yo fuese su máximo dirigente, y me amenaza 'argumentando' que esté bien atento cuando vaya por la calle, porque puede ocurrirme cualquier cosa".

Para que me haga una idea más completa de ese estado de convulsión, pone delante de mí recortes de prensa que está recopilando. Los periódicos hablan de un posible boicot de los estibadores del puerto. Una pancarta reza: "Trabajadores en lucha contra el enchufismo y el despilfarro de la 'Semana negra' y por la creación de empleo".

¿Por qué esa crispación? ¿Por qué esa actitud tan negativa de una parte considerable de la ciudadanía?

En un aparte, le pido a Chumy Chúmez, filósofo de lo mundano, que me explique ese caldo de cultivo negativo en el que parece que nos estamos cocinando a fuego lento en España. Chumy, muy didáctico, me lleva a un bar donde se habla a gritos. "Contempla a aquellos tipos", me dice. Observo a un, llamémosle, intelectual que se dirige a un hombre de aspecto airado. El intelectual pregunta:

-¿Qué opina usted de España?

El cabreado responde sin vacilar:

-¡Que no!

Al terminar su trabajo, mi interlocutor me ofrece una visita guiada por los lugares de la agitación, para que saque mis propias conclusiones. Veo a trabajadores del sector naval cortando el tráfico con barricadas fabricadas con neumáticos y defendiéndose de la Policía con artefactos de fabricación casera. Pregunto a uno de ellos el motivo de su lucha. Responde con tristeza: "Nosotros no queríamos esto, pero no nos han dejado otra salida que la de lanzarnos a la calle para luchar por nuestros puestos de trabajo". Otro a su lado añade: "Hemos pedido diálogo y soluciones y sólo hemos recibido descalificaciones y represiones".

Cualquiera puede ver que esa lucha encarnizada por lo más elemental está dejando un poso de amargura, de frustración y de rencor.

Para echar más leña al fuego, el ministro del Interior, José Barrionuevo, ha ordenado grabar las manifestaciones y otros actos públicos. El diputado de Izquierda Unida Nicolás Sartorius rechaza esta medida, que considera intolerable en un país democrático. Barrionuevo argumenta en su desfavor que "las grabaciones no se utilizarán para fichar a los ciudadanos, sino con la buena intención de prevenir actos violentos".

El malestar no deja de hervir. La todavía no inaugurada urdimbre negra recibe rechazos de un extremo a otro del abanico político. Una agrupación que abarca a varios partidos y sindicatos de izquierda manifiesta su más enérgica repulsa por su realización y por su elevado presupuesto (cincuenta millones de pesetas, más o menos lo mismo que costó la escultura de Chillida).

El desencanto de la política es monumental.

Acudo a otro filósofo de lo cotidiano, el humorista Ramón. Le pregunto por el descrédito de los representantes políticos. Me dibuja un personaje de la calle que expresa lo que piensa la mayoría de la gente de la calle:

"Yo entiendo que concejales y diputados digan que quieren tener un sueldo digno. Lo que no entiendo es por qué su dignidad cuesta el doble o el triple que la nuestra".

"Migomismo" me invita a vivir la inauguración de la "I Semana negra" y a escribir un reportaje sobre ella. Le prometo, al menos, intentarlo.

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