La ciencia nada ha dicho sobre la conveniencia de tomar rosquillas para evitar los males de garganta. Pero guiándose por la devoción de los fieles de Jove, no ha de haber mejor remedio para protegerse durante el crudo invierno que acogerse a la fe a San Blas, santo patrono de los enfermos de garganta y de los otorrinolaringólogos.

Es una fecha marcada en rojo en el calendario de la parroquia, inclemencias del tiempo aparte, y son multitudes las que acuden a rezar al que fuera médico y obispo en Armenia antes de fallecer mártir por defender su fe cristiana. Hombre "de carácter dulce, paciente y entregado a los demás", como se recordó en la homilía, pasó a la historia por un don de curación milagrosa, tras salvar a un pequeño que se ahogaba con una espina de pescado. Desde entonces son muchos los que confían su salud al santo, porque "es verdad que protege; a mí me gusta pasar el pañuelo por detrás de la imagen y luego por la garganta y parece que no, pero da respigo", aseguraba ayer Carmen de la Fuente, gijonesa que lleva "más de 30 años" cumpliendo en Jove y que destaca "la gran emoción" que le produce la festividad, de manera especial porque "soy miembro de la asociación de laringectomizados para colaborar con ellos".

Otros se dejan llevar, además de por la devoción, por la tradición. Y la costumbre desde hace décadas es la de hacerse con un paquetín de rosquillas de mantequilla que, además de saber "a gloria", destacan los parroquianos, ayudan al sostenimiento de la fiesta. Así que cada año, y este no ha sido una excepción, cientos de personas se agolpan en los locales parroquiales para hacerse con los preciados dulces. "Yo llevo 30 paquetes, para mi y para una amiga", comentaba Carmen Quintana. Junto a ella, Petri Castro, Marigel González, Inés Pérez y Margot Fernández, integrantes todas ellas del Grupo de Montaña Ensidesa y fieles a la misa de San Blas "desde hace mucho, si no venimos es como que nos falta algo, y después vamos a comer juntas", relataban ayer tras la misa, con la iglesia de bote en bote de fieles.

Como no llovió, el santo salió en procesión por el campo del templo, acompañado por la docena de sacerdotes que asistieron al festejo. Una manifestación de fe y devoción para la que no hay excusa.