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Cimadevilla organizó los primeros Carnavales populares

Después de la Exposición de 1899 se celebraron bailes de máscaras más sofisticados y elegantes en los Campos Elíseos

Calesa con damas sin máscaras de camino al Antroxu por el paseo de Alfonso XII.

No es de extrañar que las carnestolendas gijonesas naciesen en el barrio de Cimadevilla. Quienes hasta se comunican hablando en "vesre" -lenguaje consistente en la permutación de sílabas muy utilizado por los arrabaleros tangueros uruguayos y argentinos- tampoco tenían problemas para travestirse y engalanar con farolillos y guirnaldas las callejuelas del barrio de pesquerías con gran ingenio mofándose de todo con murgas, bandas, fanfarrias, chirigotas, comparsas y satíricos copleros que encontraban las temáticas para sus ácidos versos en los acontecimientos de la vida local. Las fiestas del Antroxu -que iban desde el Jueves de Comadres hasta el Martes de Carnaval- posteriormente se fueron extendiendo por otros barrios con atracciones como las rifas de conejos, gallos y corderos. Carnavales en los que tampoco faltaban concursos de tiro a gallos, pavos y patos en la playa de San Lorenzo. El gallo cazado en aquel Antroxu se calculaba que salía al precio de un faisán cocinado en Lardhy. ¡Vamos, por un ojo de la cara!

En el siglo XIX el Antroxu se iniciaba con la recepción al dios "Momo" -al que denominaban "Mono del Mar", por aquello del léxico pesquero- en el muelle. En él se personificaba la burla y la ironía, características típicas de los "playos". Un prepotente y pretencioso dios diletante que pasaba de todo y tenía como prioritaria tarea la de criticar siempre como norma lo que hacían los demás tanto si estuviese bien, como si no. Al dios "Momo" se le enmascaraba y portaba un cetro en la mano con una grotesca cabeza, como símbolo de la locura.

Y los Carnavales, claro, ya finalizaban con el Entierro de la Sardina, cuyo legendario origen se remonta a un siglo antes, durante la época del rey Carlos III quien quiso celebrar con el pueblo el final de las fiestas antes del comienzo de la Cuaresma con una sardinada popular. Los pescaderos maragatos llevaron en sus recuas de mulos un cargamento de sardinas desde Betanzos hasta Madrid, pero aquellos días se padeció una atorrante ola de calor por lo que las sardinas no llegaron en buen estado. Para evitar su fétido olor una comitiva las enterró en la Casa de Campo. Por el camino los plebeyos lloraban lastimosamente al haber perdido aquella comida gratuita y tener que afrontar la abstinencia cuaresmal.

Sofisticados bailes de Carnaval en los Campos Elíseos. Por aquello de que así somos los gijoneses, si el barrio de Cimadevilla estaba dividido por dos fiestas -la de la Soledad y la de los Remedios- no es de extrañar que también fuese propiciado un nuevo fraccionamiento entre las clases populares y la sociedad de cierta alcurnia, cuando se comprendió que había que dar una nueva dimensión a los Carnavales. La grandiosidad de la Exposición de 1899 marcó un antes y un después ya que -totalmente al margen de las carnavaladas populares- fue organizado lo que se denominó como "El gran Carnaval", en otro ambiente más elegante y sofisticado en el que participaba la gente bien de toda la vida de Gijón. El dios "Momo" llegaba a los Campos Elíseos sobre una monumental carroza del escultor José María López, quien siempre estaba dispuesto a ser el gran animador cultural.

En el salón de Los Campos Elíseos más de un millar de personas se daban cita anualmente en unos Carnavales con más clase y distinción. Así superaron los recurridos osos, las sucias estelas y las máscaras ridículas, las manolas, los disfraces de dominó o de beata dando paso a una nueva estética gracias a que del fondo de los baúles de sus abuelas sacaron y desempolvaron vestidos que habían sido armas amorosas muy femeninas y provocativas para sus estilosas progenitoras: vestidos de brocatel, trajes de seda de fondos claros adornados con grandes damascos, puntillas dobles antiquísimas de Tarrasa, medias de seda por entonces completamente desconocidas y grandes peinetas. Trajes de georgianas, pompadour, japonesas y aldeanas tirolesas. En aquellos bailes destacaron también tres sultanas persas con ricos atavíos de recamada seda y valiosas joyas auténticas, dos elegantes amazonas que se lucían en las solemnidades del Hyde Park de Londres y elegantísimas indias que vestían caprichosos mantos de cachemir a base de pelo de cabra del Tíbet. Como gran novedad, las voces de las máscaras no hablaban castellano, sino que se expresaban en francés, italiano, inglés y hasta con insinuantes tonos cubanos, a fin de hacer mucho más difícil saber quién se escondía detrás de las estilosas máscaras. Los bailes de Carnaval eran la única ocasión de la que podían disfrutar las mujeres al poder sacar a bailar a los hombres, sin que su reputación social pudiese verse comprometida por semejante atrevimiento al mostrar sus preferencias eróticas por seleccionados varones.

Evaristo Valle pintó geniales abanicos para el Antroxu. Desde entonces fueron muy sonados los Carnavales gijoneses que organizaron el Ayuntamiento, la Asociación de la Prensa, el Casino, el Real Club Astur de Regatas y el Real Sporting. La unión hace la fuerza. Hubo grandes festivales y animados concursos de máscaras. Paseos en coches engalanados, fiestas "terpsicorianas" y sorteo de abanicos decorados por los más importantes artistas gijoneses que se hicieron famosos en toda España por su preciosismo. El cromatismo de las carnestolendas inspiró a Evaristo Valle, quien tras fracasar como escritor con su novela "Oves e Isabel" pasó de la pluma a los pinceles, convirtiéndose en uno de los mejores pintores asturianos de todos los tiempos, a pesar de lo cual también las pasase canutas económicamente. Su magnífica visión plástica del Antroxu nos ha quedado como muestra de la excepcional calidad de este pintor literario.

El personal se lanzaba a la calle con gran vitalismo y animación para festejar las carnestolendas y participar en un concurso de disfraces en el entorno de las llamadas "cinco calles" -Cabrales, San Bernardo, Moros, Begoña y Corrida- que ganarían los señores Bertrand y Rodríguez-Roquer con el grupo "Sota, caballo y rey". ¿El premio?: la sociedad "La Chistera" les daría un Romanones de gran tamaño y forma grotesca. Y todos tan contentos.

Acoso sexual al doctor Octavio Bellmunt. El polifacético doctor Octavio Bellmunt -quien, además de ser reputado ginecólogo, también tocaba el violín, jugaba al billar y dominaba las técnicas fotográficas- era "el gallu la quintana". En su libro "Los pilares de Gijón", Francisco Prendes Quirós narra el asedio sexual al que se veía sometido tras quedarse viudo: "A pesar de mil argucias de viudas y solteras de toda nacionalidad y rica condición, sonada y famosa fue la persecución que una dama de singular belleza, Josefina de Abraños, todavía joven, pero ya viuda de José Cardoso Barreiro, uno de los reyes de la sal de Aveiro, a la que pronto todo Gijón conoció cono "Pepita D'Ouro" sometió a Octavio Bellmunt, asedio que tuvo como colofón glorioso un baile de disfraces que la portuguesa ofreció a sus amigos gijoneses en pleno Carnaval, en los salones del comedor de "La Iberia". Ella, para la ocasión vestía de reina de Saba y don Octavio, de sultán. No fueron pocos los bailes de la pareja, como no fueron pocas las apuestas que se cruzaron sobre la existencia de un romance que lamentaban las pollitas locales, ya que a lo peor terminaba en boda". Octavio Bellmunt fue todo un galán que supo montárselo como pudo y murió -eso, sí- viudo. La discreción siempre es fundamental..

La vida y sus circunstancias siempre guardan obviamente algo de la magia y del misterio de los Carnavales.

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