La santidad tiene muchos medios de desarrollo; se pude ser un ermitaño, un misionero heroico, un mártir, o andar entre pucheros como santa Teresa. Desde ayer servidora ha descubierto otro medio para ganar el Reino de los Cielos: el haber asistido a la procesión de Las Lágrimas de San Pedro o del Silencio.

Nueve de la noche. Un aire helado cortaba la cara. Con este frío, apenas habrá fieles, me dije. Craso error. No es que fuera el Carmín. Ah, el Carmín y su cálido mes de julio... Pero una multitud llenaba la explanada ante la iglesia de San Pedro para ver salir la santa comitiva. Todos santos, pensé. Todos en los altares.

Bien es verdad que a medida que avanzaba el desfile, la densidad de público fue aflojando, pero... Ya hay que tener devoción y fe, para abandonar el confort doméstico y enfrentarse a la intemperie, por muchas bufandas que se pongan. El Señor, desde allá arriba, habrá abierto el fichero.

Liturgia de la Penitencia

Antes, a las ocho de la tarde, se había celebrado la liturgia del sacramento de la Penitencia, con el templo lleno. Era otra historia, cálida, recogida, dejémoslo el olor de santidad. Al terminar aquélla, se dispuso la salida de la procesión. Los protagonistas del desfile eran los cofrades de la Hermandad de la Santa Vera Cruz. Hábitos morados, y capuchones negros. Iban acompañados de algunos penitentes del Santo Sepulcro y de la Santa Misericordia.

Sonaron roncas las carracas. La Hermandad de Antiguos Caballeros Legionarios presentó en el desfile seis efectivos, es decir, una escuadra. Se cuadraron ante el coronel de Infantería Francisco Sánchez de Muniaín y Gil, para que diera su permiso. Iban a escoltar el paso de la Flagelación.

El redoble de tambores dio la salida. Primero, la Cruz y los ciriales, luego el paso de San Pedro, éste de hinojos, implorando el perdón de Cristo entre lágrimas. Lo llevaban ocho porteadores. El silencio fue roto por un grito, ¡Al hombro!, y dieciocho cofrades de la Santa Vera Cruz alzaron la imagen de Jesús atado a la columna.

Iba rodeado de hermosas flores rojas y blancas, y en las esquinas cuatro faroles. Pero su torso desnudo daba escalofríos, apetecía ponerle sobre su espalda flagelada un abrigo. ¡Cuánto sufrió!, era inevitable pensar, al paso de la imagen sacra y doliente. Y desde ese punto la reflexión, la oración silenciosa nacía sola.

Recorrió las calles con su dolor y el nuestro, por toda compañía. Seguían el paso los hermanos mayores de las tres cofradías, y Paulino Tuñón, que había sido pregonero de la Semana Santa de 2015.