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Periodista

De cómo los jesuitas encontraron oposición para construir "la Iglesiona"

Veintiuna personas fallecieron en 1913 en El Musel tras una voladura con seis toneladas de explosivos para extraer piedra para las obras del puerto

El solar para construir la Iglesiona, que fue cedido en testamento por María del Carmen Zulaibar Díaz.

Aquel año de 1913 iba ser testigo de la gran catástrofe de El Musel en la que murieron veintiuna personas, la iniciación de los primeros trabajos para la construcción de la popularmente conocida como "La Iglesiona" y el rey Alfonso XIII cumpliría sus promesas de ceder la propiedad de la batería del castillo de Santa Catalina para la construcción del pabellón de verano del Real Club Astur de Regatas y volver a Gijón con la reina Victoria Eugenia durante la Semana Grande.

Veintiuna personas muertas en la catástrofe del Musel. No fue la primera catástrofe con pérdidas de vidas humanas, desde que en 1892 fuesen iniciadas las obras del puerto, pero en 1913, el 28 de febrero, se padeció una gran tragedia en El Musel. Los obreros cesaron en sus trabajos para presenciar la voladura con seis toneladas de explosivos para extraer piedras para las obras del puerto. Una vez que se dio la orden de fuego y oprimieron el botón para prender la mecha, la piedra saltó con una violencia estremecedora. Una inesperada falla en la cantera propició que la mina de pólvora hiciese rodar monte abajo, después de la explosión, una tromba de tierra y piedras, como munición de ametralladora, que cayó sobre los trescientos espectadores y ocasionó la muerte de veintiuna personas algunas de las cuales tardaron días en ser encontradas debajo de las piedras. Entre ellas, el ingeniero y contratista Victorino Alvargonzález -quien se encontraba en la caseta de obras- resultando también gravemente herido en las dos piernas el exalcalde Francisco Prendes Pando y el ingeniero del puerto, Eduardo Castro. El ministro de Fomento, Miguel Villanueva, fue quien presidió el acto solemne en la Casa Consistorial -cuyo alcalde en funciones era Joaquín Menchaca- en representación del rey Alfonso XIII aseveró en su intervención que "los que van cayendo al peso del trabajo, los que van sucumbiendo en las obras del puerto de Gijón, son héroes que engrandecen a la historia patria y también a la nación".

Muchas trabas para que los jesuitas construyesen "La Iglesiona". Aunque ya habían realizado trabajos apostólicos desde el año 1882 -entre otros templos en la Colegiata de San Juan Bautista- y habían creado ocho años después el Colegio de La Inmaculada, la Compañía de Jesús tuvo grandes dificultades para ubicar su residencia en nuestra ciudad, por lo que les llevó a dudar sobre la conveniencia de establecerse mejor en Oviedo. Solamente existía entonces la parroquia de San Pedro y el jesuita Nemesio González -ante aquel panorama de falta de atención pastoral a causa del escaso clero y sin congregación religiosa alguna- escribió que "era tanta la indiferencia religiosa, que el musgo se desarrollaba en los confesionarios".

Como les hacía falta una residencia, en 1901 la vecina Ana María Díaz les dejó su casa y el jardín del número 40 de la calle del Instituto. Tres años después, su hija , María del Carmen Zuláibar Díaz ,les donó también su casa y los terrenos anexos, pero los jesuitas tardaron años en decidirse. En el año 1910, el rector del Colegio de La Inmaculada, Cesáreo Íbero Orendain, firmó la escritura pública aceptando las donaciones testamentarias -una superficie de diecisiete por sesenta y ocho metros que daban a tres calles- donde querían levantar no solamente su residencia, sino también un templo. El proyecto solicitando la licencia de obras fue presentado en el Ayuntamiento por el arquitecto catalán Juan Rubió y Bellver, discípulo de Gaudí. Sin embargo, las obras fueron dirigidas por el arquitecto municipal, el gijonés Miguel García de la Cruz, quien reformó el proyecto inicial suprimiendo las ventanas del ábside para dar un mayor impacto visual a las pinturas del Juicio Final y sustituyó las dos torres proyectadas por un templete coronado con la imagen del Sagrado Corazón que fue construida con veinticinco metros cúbicos de mármol blanco de Carrara y cuyo peso era de treinta y dos toneladas, Después de la del Cerro de los Ángeles, de nueve metros, y de la de la catedral de Valladolid, de ocho metros, "El Santón" es la mayor imagen de España.

Las obras no pudieron acometerse hasta que los jesuitas lograron las licencias eclesiásticas y civiles en Gijón, Oviedo y hasta Roma, por lo que a finales de 1912 fue derribado el chalé donde iba a ser construida la residencia. A pesar de todo hubo oposición -no sólo de las llamadas anticatólicas fuerzas políticas del progreso- sino también del párroco de San Pedro, Ramón Piquero que llegó pleiteando hasta la Santa Sede, pero tanto la Archidiócesis de Santiago de Compostela como el Tribunal de La Rota emitieron sentencias dando la razón a los jesuitas. Entre los argumentos de la denuncia era que el paso del tranvía por la calle del Instituto podía provocar accidentes a la salida del templo de los feligreses. De nada le valió al párroco de San Pedro su oposición, ya que aunque recurrió contra la licencia concedida en 1914, en el año 1916 fue desestimada su apelación definitivamente, con una sentencia que dejaba claro que "en la villa de Gijón hay mucha mies y escasez de operarios".

La entrega oficial al Club de Regatas de la batería de San Pedro. El Rey Alfonso XIII cumplió su palabra de facilitar los terrenos para la construcción del pabellón del Real Club Astur de Regatas, en la antigua batería de San Pedro, en el cerro de Santa Catalina, por lo que el 27 de abril de 1913 allí se celebró un solemne acto a las seis de la tarde. Tras realizar los honores de ordenanza con el cañón de avisos, sobre una mesa colocada en la rotonda de la susodicha batería fue firmada el acta de cesión oficial. El general Álvarez del Manzano pronunció allí un discurso en el que afirmó que así cumplía gustoso el encargo de entregar, en nombre de Su Majestad, esta batería del castillo al Real Club Astur de Regatas, deseando que éste siga para bien de Gijón desarrollando sus valiosas iniciativas en el deporte náutico, juzgándola como una de las sociedad de esta índole más simpática de España. Luego las firmas "Entregué" por la plaza, el coronel comandante militar, Adolfo Rodríguez. "Recibí" por el Real Club Astur de Regatas, José María Martínez. Por Intervención Militar, Enrique Serrano y por la Comandancia de Ingenieros, Ricardo Echevarría. A los invitados al acto se les obsequió con una copa de champán y después, en el balneario de "Las Carolinas", se celebró el llamado banquete de los reclutas.

También cumplió su palabra el Rey Alfonso XIII, al volver aquel año a participar en las regatas en la bahía de Gijón acompañado por la Reina Victoria Eugenia, en las que participaron veleros procedentes de Bilbao, Santander, Barcelona, San Sebastián, Villagarcía y Vigo. No faltó de nuevo la visita a la Fábrica de Tabacos, aunque también hubo una función regia en el Teatro Dindurra, en la que actuó la Compañía Guerrero-Díaz de Mendoza y el Día Grande de las Fiestas de Begoña asistieron a una corrida en El Bibio donde el torero Vicente Pastor les brindó un toro y fue obsequiado con una pitillera que llevaba esmaltado el telégrafo internacional de banderas. Cuatro días duró la estancia de los monarcas que culminó con un gran homenaje a José Antonio García Sol, en el restaurante de Los Campos Elíseos.

Una de las grandes obsesiones de algunos es la municipalización de las instalaciones del Club de Regatas, pero cien años después seguimos sin piscinas de agua salada al otro lado de la bahía. ¿Por qué no las hacen desde El Rinconín hasta El Tostaderu, con una acción urbanística similar a la que diseñó César Manrique al crear en Tenerife el precioso parque marítimo con las piscinas de Martiánez?

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