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ENRIQUE PÉREZ | Decano del Colegio Oficial de Ingenieros Técnicos Industriales

"Siempre tuve la suerte de rodearme de personas más preparadas que yo"

"De mayor te das cuenta de que las relaciones personales y profesionales hay que llevarlas desde un corazón inteligente con educación, respeto y lealtad"

Enrique Pérez, designado "Alumno distinguido" 2016 por la Asociación de Antiguos Alumnos del Instituto Jovellanos.

"Nací en la calle Electra, en El Llano. Cerca de mi casa estaba el Visnú, que era un almacén de productos de belleza, y una central eléctrica. Yo era hijo único y vivía con mis padres y abuelos, que eran gente muy trabajadora". Enrique Pérez, decano del Colegio Oficial de Ingenieros Técnicos Industriales del Principado de Asturias, se emociona al recordar su infancia, una base sólida sobre la que se edificó una buena persona, un dinámico empresario y un decano con tratamiento de Ilustrísima. El socio fundador de Ingeniería y Realizaciones Eléctricas (Irelsa) será galardonado el próximo 5 de agosto como antiguo alumno distinguido del Instituto Jovellanos.

-¿Qué recuerdos tiene de sus primeros años?

-Mis padres compraron una casa y unos terrenos en El Llano de Arriba, cerca del campo de fútbol del Instituto. Con 10 años me fui a vivir allí. Aprendí mucho de mi familia y de los mayores. Me fijaba mucho en ellos, les tenía mucho respeto. Siempre tuve la suerte de rodearme de personas más inteligentes que yo. Creo que fui un chaval privilegiado. Sin ir más lejos, fui el primero de mi familia que estudió una carrera. La verdad es que nunca me faltó de nada, aunque tampoco sobraba. Recuerdo que los pantalones cortos me los hacían por la pantorilla para que durasen más tiempo.

-Usted iba para futbolista.

-De chaval prometía mucho. Tuve la oportunidad de que vino el Sporting a por mí y terminé fichando por ellos.

-¿En qué posición jugaba?

-De "10", en el centro del campo. Recuerdo en uno de los primeros entrenamientos que, sin conocernos de nada, el defensa central me pasó el balón y yo pegué un pelotazo hacia el córner para el extremo, que solo tuvo que correr y pasar el balón hacia atrás para que el delantero machacase al portero. Vino hacia mí y me dijo: "Pérez, ¿cómo hace usted eso?". Le contesté: "Porque antes de que el balón llegase a mí ya sabía lo que tenía que hacer" (ríe emocionado). Quedó tocado. Al final nos cogimos muchísimo cariño.

-¿Le distrajo el fútbol de los estudios?

-Me distrajo, me distrajo. Ya le dije a "Chechu" -Miguel Fernández, presidente la Asociación de Antiguos Alumnos del Real Instituto Jovellanos- que yo nunca había sido el primero de la clase. Lo mismo le comenté a Enrique Tamargo -expresidente del Grupo Covadonga- cuando me nombraron Grupista Ejemplar: "¿Yo? ¡Si no fui a ningunos Juegos Olímpicos! (ríe)". De todas formas, siempre hubo empatía entre los compañeros. Y ahora de mayor te das cuentas de que las relaciones personales y profesionales hay que llevarlas siempre desde un corazón inteligente, con educación, respeto y lealtad. Entendiendo que en la vida a veces se gana y a veces se aprende.

-No sería el primero de la clase, pero alcanzó un logro deportivo importante.

-Fue en una final de fútbol cinco contra cinco. A mí me tocó la época del Bachiller elemental, superior y preuniversitario. Antes era de siete años. Me acuerdo de haber jugado una final en el "cuadrín", en el patio del instituto, cuando iba a Tercero. La disputamos contra los de Séptimo. ¡Y ganamos!

-Usted iba para químico...

-Pero me fichó el Sporting y me quedé en Gijón. Iba a ir a Oviedo con Pedro Sabando -exconsejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid y antiguo alumno distinguido del Jovellanos-, que iba a estudiar Medicina. De aquella, si te ibas a estudiar a Oviedo tenías que pagar una pensión, así que tus padres debían tener algo de dinero. Estudiar era un lujo. Tener bachillerato elemental era como sacar una carrera hoy día. La vida ha cambiado mucho.

-¿A qué profesores recuerda del Instituto Jovellanos?

-Me acuerdo de don Justiniano, de don José Valdés, de doña Elvira, de doña Carmen Vega. También de la señorita Rendueles. De aquella, de chavalín, no siempre apreciabas qué era lo mejor para ti. Me acuerdo bien de que la señorita Rendueles, a la que vi hace poco aunque creo que está un poco malina, era una gran aficionada del Sporting y que una vez, en su asignatura, copié una lección entera, como sacada del libro, en un examen parcial. ¡Me puso un cero! Y que luego, cuando me puse a estudiar, saqué un diez (ríe).

-¿Qué pensó cuando le llamaron para decirle que iba a ser antiguo alumno distinguido del Jovellanos?

-Pensé que yo no era el más indicado para el galardón. De allí salieron una cantidad increíble de personalidades. Pero obviamente, este premio me agrada mucho. Son cosas que siempre te emocionan. Que el Rey te llame es algo que te marca, claro; pero que Chechu te diga que los antiguos alumnos de tu instituto te van a premiar es algo muy distinto y emotivo. Creo que Aurelio Menéndez también ha escrito algo (se emociona). No puedo decir nada más.

-También recibió hace algún tiempo la encomienda de número de la Orden del Mérito Civil.

-Aquello fue terrible. Me enteré el último. Al parecer escribió todo el mundo para que me la diesen, todo el mundo se molestó en aportar (interrumpe un momento la conversación por la emoción). ¡Pero también hay mucho cachondeo con eso! La encomienda acarrea el título de ilustrísimo y todo el mundo se ha quedado con ello. Ya ves, ilustrísimo un chaval de El Llano (ríe).

-Es usted el fundador y presidente de Irelsa, que ahora pertenece al grupo TSK. Después de más de cincuenta años de dedicación profesional, ¿qué enseñanza ha extraído?

-Que lo más importante, por encima de todo, son las personas. Recuerdo un curso al que fui en El Escorial. Yo era el que menos experiencia tenía de todos, pero me ganaba a quien hiciese falta (ríe). Apareció un gurú para clausurar aquellas jornadas. Nos dijo que sabía que habíamos completado el curso con nota, pero que no servía de nada si no sabíamos de personas. Y es verdad.

-¿Echa de menos la antigua Escuela de Peritos?

-Prestigió mucho a Gijón. Siempre he dicho que la ciudad siempre olió a playa, al Sporting y a la Escuela de Peritos. Muchos pueden pensar que era inferior, pero no tenía nada que ver. A ella no ibas porque tuvieses una capacidad inferior para matricularte en ingenieros. De aquella, en los 60, estudiar en peritos ya era todo un privilegio. Era una escuela de mucho prestigio.

-Ahora está la Escuela Politécnica de Ingeniería.

-Hablando de la Universidad, me gustaría desear éxitos al nuevo rector, Santiago García, y a su equipo, pero tienen que apoyar de manera decidida a la Escuela Politécnica de Ingeniería. Es, sin duda alguna, el buque insignida de la Universidad de Oviedo.

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