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Corbatas bajo el embrujo de Afrodita

El hostelero José Luis Rea hizo del madridismo y de la originalidad al vestir marca de la casa

José Luis Rea, disfrazado de obispo en Carnaval.

Futbolero y madridista. Testarudo y rojo. Pajarero y solidario. Galante y obstinado. José Luis Rea Álvarez fue ante todo buena gente porque a muchos ayudó a lo largo de su vida. Siempre que se lo pedían. "Aunque si alguien viene y dice que fue un hijo de puta, sus razones tendrá", apostilla su hija consciente de que no siempre se puede agradar a todo el mundo. Tampoco lo pretendió Rea a quien acompañó siempre un fuerte carácter y unas corbatas inverosímiles.

Fue en la hostelería donde se ganó el cariño de los gijoneses. En especial, la huella de Rea perdura en su barrio del Carmen, donde lanzó y popularizó El Manantial -reconvertido luego al carismático York-. Allí se asentó la primera peña que el Real Madrid de fútbol tuvo en Asturias, en los años 50. Fue el primer establecimiento de la ciudad con un servicio femenino en su totalidad que amenizaba la estancia de los usuarios del local en una época en que, si bien había menos libertad que hoy, ganaba por goleada en cuanto a respeto. El York se convirtió en un fuerte para muchos, escondite de aquellos que no deseaban ser encontrados.

Sin duda, fue un feudo merengue por el que, junto a las féminas que prodigaban el amor con tarifa, pasaron innumerables personalidades del equipo blanco, directivos, entrenadores como su amigo Miguel Muñoz y presidentes como el mismísimo Santiago Bernabéu, al que entonces se le trataba de don. También conocieron el York Puskas, Di Stéfano o Ipiña. Tal era su pasión por "las glorias deportivas que campean por España" que ideó la fórmula de aunar trabajo y ocio en un símbolo identitario y propio. Diseñó unos banderines del Real Madrid a las que puso las caras de sus chicas como si de un equipo de fútbol se tratase. En su casa de citas hasta se extendían "vales por una chica".

Se desgañitó alardeando de su madridismo toda la vida, casi desde que nació en 1916, y por todos los rincones. Junto a sus hijos viajó mucho por toda España para verles jugar fruto de su amistad con Miguel Muñoz, cuya muerte lloró la que más. Destinos fijos eran La Coruña y Cádiz en verano para ver los trofeos "Teresa Herrera" y "Ramón de Carranza", respectivamente. En Cádiz, compartían junto al conjunto merengue el hotel situado frente a la playa de la Victoria.

Desplegó su madridismo exacerbado incluso en El Molinón, cuando el Real Sporting recibía al conjunto blanco al que animaba sin cesar, por lo general acompañado de dos pirujas y un enorme puro. Tomaba asiento siempre diez minutos antes del pitido inicial. Una entrada tan pomposa como esperada desde la Tribunona. Pero nada más que el avión aterrizaba en Asturias, Rea encabezaba el comité de bienvenida. Una fidelidad que le sirvió una insignia de diamantes con el escudo blanco que lució en la solapa hasta su muerte y que luego reconvirtió en collar su hija Isabel que también le salió madridista. No así su hijo, culé porque de tanto color blanco les acabó odiando y se tiñó de azulgrana pese a conocer casi desde la cuna a los galácticos de antaño.

Ya fuera en El Manantial, en el York o incluso en el Yuste -donde popularizó los cócteles caribeños y afrodisiacos- a Rea se le recuerda por sus llamativas e inverosímiles corbatas. Las había de Marilyn Monroe, de "Piolín" o de conejos, pero siempre con colores alegres y excéntricos como si para un niño se tratase. Las hacía a mano su mujer, María Siguero Sedano. Todas originales. Entre las que regalaba y le pedían casi no daba abasto. Su familia intentó agasajarle con corbatas sencillas, discretas, clásicas, incluso de Hermès, pero no había forma. "Sólo se ponía una corbata negra si iba a funeral", constatan. Su histriónica vestimenta le acompañó hasta el final. También en los tirantes. Cumplidos los ochenta años, por ejemplo, su hija le acompañó a comprar un anorak y él lo eligió de camuflaje y naranja. "Compra algo normal, mira la edad que tienes", le propuso. "Yo soy joven", le espetó.

Además de sus elixires, probó suerte como promotor urbanístico y en su haber se encuentra la construcción del edificio próximo a la "Lloca del Rinconín", en la avenida de José García Bernardo frente a la escalera 21. Los terrenos le costaron 500.000 pesetas de entonces, a principios de los años ochenta. Se empeñó en construir pese a las reticencias municipales. Se enfrentó a ellos, le pararon la obra, replicó y lo consiguió a costa de perder dinero por todos lados. Pero era concienzudo y cabezón y se salió con la suya. Ahora, en los bajos del edificio perdura todavía el popular Rick's Café, del que fue gerente su hijo, José Luis, fallecido en 2012 a los 48 años.

Sus hazañas tuvieron muchos escenarios. De joven, antes que los colores blancos, lució el rojo y negro de la CNT cuando fue combatiente en el Cinturón de Hierro de Bilbao durante la Guerra Civil. Un periplo guerrillero que al final de la contienda -cuyo resultado es de sobra conocido- le trajo consecuencias. Rea era rojo y a su vuelta del frente, en los primeros pasos de la posguerra, estuvo detenido. Cuando así sucedía aseguraba que era de los nacionales. Pero nada que ver. Fue un rojo hasta el final. Incluso, tras la dictadura, cada vez que había elecciones iba a buscar a sus hermanas -eran 14 hermanos- con el sobre y la papeleta en la mano del partido socialista. Lo consiguió con todos salvo con su hija con la que a menudo discutía desde el respeto. "No eres socialista, eres masoquista", le provocaba ella recordándole sus pleitos con el gobierno local -en tiempos de Palacio, Areces y también de Paz Fernández Felgueroso- cuando se empeñó en construir en los terrenos del Rick's.

Tras asumir que "el no pasarán" hacía aguas, reorientó su vida como empresario del transporte. Una de sus anécdotas, cuentan, le sitúa transportando un camión colmado de aceite que le fue requisado por la autoridad. Al caer la noche se las ingenió para pasar toda la mercancía a otro vehículo mientras llenaba de agua el camión inmovilizado no sin dejar una fina capa de aceite para asegurar el éxito de su artimaña. También coqueteó con el estraperlo -no dudó en disfrazarse de oficial del Ejército en una ocasión-, gestó numerosos espectáculos de boxeo en Asturias y Canarias e impulsó los bingos en la ciudad cuando aún estaban prohibidos. Siempre fue un superviviente como prueba que, mientras muchos tenían una cartilla de racionamiento, él tenía tres.

Incluso, hizo sus pinitos en el mundo del arte al abrir una tienda de molduras y antigüedades en la calle de Santa Elena que se volvió su último refugio. Allí pasaba las horas Rea entretenido, haciendo marcos para cuadros y charlando con los amigos al sabor de un buen café. Porque Rea tuvo muchos amigos, además de Miguel Muñoz su podio ilustre lo ocupaban Manuel Vega-Arango y el director general de la Guardia Civil José Antonio Sáenz de Santa María Tinturé, con quien se carteó sobremanera y a quien solía pedir favores.

Dos épocas del año le hacían desplegar todos sus sentidos para poner a trabajar el ingenio. Su colorida vestimenta daba una vuelta de tuerca al llegar el Carnaval. Se disfrazaba de obispo, también de cardenal, de riguroso morado. Un atuendo que le permitía ir por la calle casando a cada pareja que se encontraba. Incluso, la primera vez que fue abuelo coincidió por el Antroxu y no se lo pensó dos veces. Acudió al hospital, pasadas las once y media de la noche, vestido de payaso a conocer a su nieta Arián. Otro ritual inamovible se producía el primer domingo de mayo, para conmemorar el día de la madre. Salía a la calle a regalar claveles rojos, cómo no, a las guapas chavalinas que a su paso se encontraba. También versos sueltos y, si la belleza lo merecía, poemas del tirón ideados sobre la marcha. Pero ojo, si veía a alguna de belleza distraída también se lo hacía saber. Sus allegados nunca tuvieron duda: "Era un picaflor".

Rea estuvo casado con María Siguero Sedano mientras que la sevillana María Milagros Baquero Rodríguez fue la madre de sus dos hijos, Isabel (que le dio dos nietos, Arián y Agustín) y José Luis. Falleció en Gijón, el día 5 de abril de 2008, a los 91 años de edad, habiendo recibido los Santos Sacramentos y la Bendición Apostólica. La iglesia parroquial de San José acogió la despedida de un hombre bueno, querido y pajarero, que hizo el bien a mucha gente, hechizado bajo el embrujo de Afrodita.

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