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JUAN CARLOS CAMPO RODRíGUEZ | Director de la Escuela Politécnica de Ingeniería de Gijón

"El pasado, el presente y el futuro de Gijón pasan por su puerto"

"En la Universidad no tiene tanta influencia ser el director de una escuela, es más importante desarrollar una actividad investigadora, no de gestión"

Juan Carlos Campo, en el campus de Gijón.

-Dígame, ¿quién es usted?

-Nací en Gijón (1970) y he pasado toda mi vida en Gijón. Tengo un hermano siete años mayor que yo. Soy trabajador, disfruto trabajando, y no se me caen los anillos por hacer lo que sea. He sido muy tímido, y casi diría que vencer la timidez ha sido mi mayor batalla, de la que hoy estoy orgulloso. Me considero realista, pragmático€ Provengo de una familia humilde, estudié en la Escuelona. Estoy casado con una periodista y tengo dos hijas de 13 y 10 años.

-¿De pequeño jugaba a los "profes"?

-No, nunca pensé que iba a ser profesor, la vida me llevó por este camino. Estudié en esta Escuela de Ingenieros con la convicción de que iba a trabajar en una empresa privada; no me podía imaginar que llegara a ser lo que soy.

-¿Cómo fue su formación?

-Estudié el Bachiller en el Instituto Jovellanos, del que guardo un recuerdo excepcional. y luego me hice ingeniero. He sido buen estudiante. Lo que me gustó del instituto fueron dos cosas que no tenía la Escuelona, donde estábamos divididos en sexos, es decir los chicos separados de las chicas, y había secciones de capacidad: en el A estaban los mejores, en el B los intermedios y en el C los malos. Yo consideraba esto muy negativo, pese a que yo estaba en el A. Cuando llegué al instituto y vi que estábamos todos juntos lo consideré un cambio muy bueno, era otro aire.

-¿Le gusta la docencia?

-Sí. A una carrera como la nuestra creo que nadie viene pensando en ser docente. Al acabar me llamó un profesor y me propuso incorporarme a un proyecto de investigación para medir parámetros contaminantes. Había surgido en la facultad de Química y era un tema innovador porque no era habitual que colaboraran distintos centros; aunque ahora, sí. Yo entré de becario y aquí estoy; hice la tesis doctoral en el año 2000.

-¿Qué asignatura le gusta más?

-Instrumentación Electrónica, que tiene que ver con sensores, con dispositivos para medir la temperatura, la humedad, la presión... No me gustan las asignaturas donde hay mucho rollo, prefiero las de pensar, las que presentan problemas; esto es muy creativo. La de peor recuerdo creo que era Tecnología Electrónica, muy centrada en empollar.

-¿Sabe lo que piensan de usted sus alumnos?

-No. Tenemos encuestas que te dan idea de la percepción personal. Sí sé que dicen que soy cercano, puede que sea debido a mi lucha contra la timidez.

-Ya lleva tres años al frente.

-Sí, tres años de director. Fue una alegría. Pero en la Universidad no tiene tanta influencia ser el director, es más importante desarrollar una actividad investigadora, no de gestión; ser director es algo normal, no se ve como en el exterior. Pero a nivel personal estoy muy a gusto, feliz.

-¿Y después de esto, qué?

-No lo sé, me lo pregunto porque mi cargo tiene fecha de caducidad. Sea lo que sea lo que haga luego no va ser lo mismo que lo que hacía antes, estoy seguro. He aprendido, tengo la mente más abierta y más capacidad para hacer cosas que a mí mismo me van a permitir entrar en un mundo nuevo.

-¿No piensa acceder a la cátedra?

-Estoy acreditado a catedrático y en algún momento me presentaré, en la especialidad de Tecnología Electrónica.

-¿Se han cumplido sus sueños?

-Nunca pensé nada, la vida me salió al encuentro, pero la realidad es que soy un funcionario del Estado y no me siento identificado, me siento hasta raro. Esto no impide que me considere muy afortunado, pero el día que ingresé en esta Escuela si me dicen que iba terminar de funcionario no lo creería. Y de director de la Escuela, menos.

-Respecto a su carácter, ¿de qué se siente menos orgulloso?

-A veces soy un poco irascible, y mi mujer dice que también testarudo.

-¿Qué hace en su tiempo libre?

-Me dedico a la familia, y me gusta mucho nadar en la playa, hasta en el invierno. Voy a la playa de Poniente, salgo desde el edificio del Talaso, de espigón a espigón, y hago surf a un nivel muy dominguero. Me gusta el mar. Un sitio que me atrae de un modo especial de Gijón es la Campa Torres. Se respira un silencio muy especial. Se divisa el puerto que define a la ciudad de Gijón, y al fondo la playa de San Lorenzo, tan pequeñita... Tiene mucho encanto. Generalmente voy solo. Tengo el recuerdo de que me llevaban mis padres cuando se iniciaron las excavaciones arqueológicas, e incluso tengo algunas fotos siendo yo muy pequeño. La panorámica es impresionante y desde allí te das cuenta de que el pasado, el presente y el futuro de Gijón pasan por el puerto.

-¿Quién ha sido su maestro?

-Tuve varios€ A nivel profesional me marcaron mucho mis directores de tesis doctoral. La hice, digamos, sobre aparatos para que la electricidad que llega a nuestros hogares tenga mejor calidad. Eran dos directores: uno de aquí, Miguel Ángel Pérez, y el otro de Madrid, Salvador Martínez, doctor ingeniero industrial y doctor en Filosofía. Éste me influyó mucho en la parte técnica y en la humanística. Luego tengo un recuerdo muy bueno de un profesor del instituto que me inculcó el amor por el arte, siendo yo de ciencias. Está jubilado, se llama Guillermo e impartía Historia. Me llevó a visitar las Cuevas de Altamira. En otro orden, Rosario Rendueles, y, aquí, Hilario López, el director anterior, que me enseñó los entresijos de la Universidad.

-¿Tiene alguna frustración deportiva?

-Sí, fui un futbolista nefasto.

-¿A quién sacaría tarjeta roja?

- A los violentos.

-¿Qué nota se atribuye en sentido del humor?

-Baja, no soy una persona simpática. Me gusta la ironía, el humor inglés, pero no soy gracioso.

-¿Por dónde se inclinan sus pasiones?

-Disfruto de la buena mesa y de la cocina. De hecho, el que lleva la cocina en casa soy yo; pero al completo, desde la compra hasta la elaboración. Mi mujer, debido a sus horarios, no puede. La profesión periodística es casi incompatible con una vida familiar. Esto me enseñó a valorar la función que millones de mujeres desarrollan en el hogar.

-¿Ama a su país?

-No envidio vivir en otro. No soy nacionalista pero cada vez valoro más lo afortunado que soy por haber nacido en un país que me permite tener una educación, una sanidad, disfrutar mis ratos de ocio, y vivir de una forma a la que millones de personas, ni de lejos, podrán nunca llegar.

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