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La recuperación del cerro de Santa Catalina, toda una prioridad

Al insigne montañero José Ramón Lueje, que nos dejó en herencia más de 20.000 fotografías, le falló su gran corazón en su casa de La Corolla

José Ramón Lueje, en su casa de La Corolla.

Una de las asignaturas pendientes de la nueva Corporación fue la recuperación de la propiedad del cerro de Santa Catalina que ya no tenía utilidad militar. De ahí que el alcalde José Manuel Palacio planteó oficialmente al Ministerio de Defensa la reversión al Ayuntamiento del cerro de Santa Catalina. Con el inusual precedente de que en octubre de 1931 las Cortes ya habían aprobado la cesión gratuita al Ayuntamiento de Gijón, el secretario general letrado Alfredo Villa González elaboró un informe jurídico argumentando que, después de la Guerra Civil, todas las instalaciones militares en desuso ya habían sido cedidas gratuitamente a los respectivos ayuntamientos.

Con su proverbial inteligencia Alfredo Villa -a quien popularmente hubo quien le calificó, dada su excepcional influencia jurídica, como "el Gijón de Villa"- recordó que el cerro de Santa Catalina tenía una doble inscripción en el Registro de la Propiedad: una a nombre del Ayuntamiento y otra al del Ministerio del Ejército. Con la salvedad esta última de que el Ayuntamiento podría utilizar para uso público aquellos jardines que el ministro de la Guerra no considerase necesarios para usos militares. Cuatro décadas después, el secretario general letrado del Ayuntamiento concluía su argumentación legal con algo innegable: "el cerro carece notoriamente de valor militar alguno y que el Ramo de la Guerra no lo utiliza para fines bélicos, por lo que el Ayuntamiento puede plantear el correspondiente contencioso reclamándolo, con grandes posibilidades de obtener una victoria legal".

Antes de esa recuperación oficial, el pueblo de Gijón ya había invadido aquellos terrenos y muchas personas recordamos cómo íbamos allí a mayar a palos los colchones para recuperar toda la confortabilidad. Quedaban como nuevos, la verdad y qué relajados dormíamos en ellos. Eso fue así hasta que nuestras ansiadas libertades democráticas alguien las puso de nuevo en cuestión.

El intento de golpe de Estado de Tejero. En aquel ambiente de normalidad democrática, de repente los horizontes volvieron a nublarse el 21 de febrero de 1981. Al alcalde, José Manuel Palacio, aquel fallido golpe de Estado de Tejero y muchos más influyentes conspicuos personajes, le cogió en viaje oficial hacia Madrid. Al salir del comedor en Arévalo advirtió que mucha gente estaba arremolinada ante el televisor y así fue como se enteró de que a las seis horas y veintidós minutos había entrado el teniente coronel Tejero secundado por un numeroso grupo de guardias civiles. Después de observar las imágenes que daba aquella cámara de televisión que había quedado fija, le dijo a Paco el chófer:

-Venga vámonos para Madrid que esto queda en nada.

El entorno del "Hotel Santander" estaba acordonado. José Manuel Palacio siempre iba al humilde "Hotel Santander", en la calle de Echegaray, al lado del teatro Reina Victoria -donde otra Victoria, la actriz Victoria Vera (quien vivía con el periodista gijonés Germán Álvarez Blanco) había sido la protagonista del primer desnudo en la transición por lo que había sido tildada como su musa- que está a cincuenta metros del Congreso de los Diputados. La calle de la carrera de San Jerónimo estaba acordonada y tuvo que bajarse del coche oficial para ir a pie hasta su habitación.

No había móviles todavía, claro, pero a José Manuel Palacio ni se le ocurrió llamar al Ayuntamiento de Gijón para comunicar que había llegado bien.

Su consabida tranquilidad contrastaba con el nerviosismo existente en la Casa Consistorial, donde la Comisión Permanente decidió, por unanimidad, continuar reunida en el salón de sesiones pasase lo que pasase en defensa de la democracia. Solamente salió unos instantes el concejal del Partido Comunista, Andrés Álvarez Costales, para telefonear y hacer un llamamiento para que todos se concentrasen en la plaza Mayor.

Dado que la emisora de Radio Nacional de España solamente emitía música militar, por un transistor sintonizando la SER, donde gracias al valiente José María García pudimos ir enterándonos de las novedades en la secretaría de la Alcaldía y yo -que era el único periodista que allí se encontraba- se las comunicaba a los "acongojados" miembros de la Corporación Municipal que no sabían qué hacer.

Las calles se quedaban vacías y muchos gijoneses no durmieron aquella noche en sus casas por temor a las represalias por sus ideas políticas.

El director de Radio Nacional de España puso marchas militares. Mi amigo de pandilla el periodista gijonés ya fallecido Pepe Visuña -quien trabajaba entonces en la REM (Radio Emisoras del Movimiento) a las órdenes de Jordi García Candau- me contó que aquel día el director de Radio Nacional de España, Eduardo Sotillos, tan muerto de miedo estaba que no supo aguantar el tipo por lo que suspendió la programación sustituyéndola por marchas militares, además de ordenar retirar el retrato del rey de su despacho y sustituir todas las cartas y sobres por las antiguas con los membretes del yugo y las flechas del anterior régimen imperante que se guardaban todavía en los almacenes de Prado del Rey. Años más tarde llegaría a ser portavoz del gobierno del PSOE.

Muere el gran montañero José Ramón Lueje. Quien fue el gran amante de la montaña dejándonos una herencia de más de veinte mil negativos hechos con su máquina fotográfica "Contax" perfectamente identificados -un impresionante reportaje histórico que se encuentra depositado en la espléndida fototeca del "Museo Etnográfico del Pueblo de Asturias", por decisión de su hijo Pedro Lueje, nacido en Lario, en la montaña oriental leonesa, donde la Casa del Parque de Valdeburón está a él dedicada- además de una meticulosa cartografía y numerosas publicaciones que abrieron los ojos y las rutas a miles de aficionados, le empezó a fallar su gran corazón el 8 de agosto de 1981. El doctor Prudencio Monasterio le atendió para paliar los efectos de la angina de pecho que le había herido de muerte en su casa de La Corolla. Como el electrocardiograma revelaba un buen estado físico y mental, se negó a ser hospitalizado, pero quince días después, un infarto le provocó una muerte súbita. Tal como había dispuesto en su testamento sus restos mortales recibieron sepultura en el panteón familiar en el cementerio de Infiesto.

José Ramón Lueje -como toda su familia- también fue un seguidor del gran político gijonés Melquíades Álvarez. Tras estudiar para integrarse en el Cuerpo de Inspectores Técnicos del Timbre del Ministerio de Hacienda logró ser trasladado a Asturias, con despacho tanto en Oviedo como en Gijón, hasta que en 1964 fue nombrado Inspector Regional de la Zona Sexta de la Dirección General de Impuestos Indirectos ubicando su oficina en Gijón. Pero José Ramón Lueje ya había llegado a Gijón cuatro décadas antes. Solamente tenía veintiún años y como estaba soltero alquiló una habitación en el hostal de "Casa Mercedes", donde tenía asegurada además una buena pitanza en aquel gran restaurante gijonés.

No hay que dudar de que comer bien es fundamental para trabajar con eficacia, no exenta de humanismo en el trato con los contribuyentes. De ahí que fuese más que el típico inspector -de esos que nos hacen la vida imposible- ya que era todo un amable consejero de los inspeccionados tratando así -desde su bonhomía y con toda humildad- de hacer la vida fiscal lo más fácil a los demás. Mucho tendrían que aprender algunos funcionarios de quien encontró su serenidad existencial en las montañas y siempre defendió la tesis de que si no hay un buen comercio y una hostelería de nivel, una ciudad nunca puede tener un buen equipo de fútbol. En ésas tratamos de estar, ¿no?

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