Siendo todavía estudiante, José María Cabezudo colaboró con su padre en la elaboración de una maqueta de la futura iglesia de Santa Olaya. El destino quiso que Chema, como así conocen a este joven arquitecto de 33 años, rematase el proyecto iniciado por su "maestro", fallecido en febrero de 2015. Cabezudo le rinde tributo con este templo, en el que predominan "la simplicidad y humildad de los materiales, el recogimiento, la pureza de formas, la escala humana y una explosión de luz en su interior".

- Con tan solo 33 años inaugura una iglesia. ¿Cómo se siente?

-Me siento afortunado, porque yo creo que todo arquitecto sueña con poder hacer una iglesia y eso está al alcance de muy pocos. En mi caso fue una obra que empezó mi padre y que en su ausencia yo rematé. Además pienso que estaría orgulloso del resultado final.

- ¿Qué cree que le diría de la construcción?

-En líneas generales, se respetó mucho su concepto, que era el hacer un edificio con materiales humildes, pero que perdurasen en el tiempo y respondiesen a las necesidades del barrio. Nunca lo llegué a hablar con él, pero creo que daría también mucha importancia al tema de la claridad. Ya que el bajo donde estaba alojada antes la parroquia era oscuro y pequeño, ésta era una buena oportunidad para sacar la luz.

- Llegó a decir que tuvo "obsesión" por obtener el máximo de luz en su interior.

-Sí, era un edificio exento, que permitía jugar con las entradas de luz a lo largo del día. La claridad entra de forma capital y también por los laterales. Es un juego de luces y texturas que cambian a lo largo del día y de las estaciones.

- Observando el templo, ¿dónde está el sello de Cabezudo hijo?

-Se respeta el proyecto inicial de mi padre en cuanto a la envolvente exterior, pero lo que es en sí el templo hay una evolución hacia un edificio más moderno y actual, inspirado en la arquitectura nórdica. Son pocos materiales, pero yo creo que están bien empleados. Por ejemplo el uso de la madera de roble en la cubierta, o las piedras en las paredes que emergen del suelo. En Gijón no hay una iglesia parecida. De todas formas, hay que tener en cuenta que el trabajo no sólo consistió en la construcción de la iglesia, sino también en todo su contenido.

- Siendo su primera iglesia, ¿fue difícil diseñar un altar?

-Tuve la suerte de colaborar con mi padre en la mitad de la obra de la iglesia de El Buen Pastor, en Los Pericones. Allí pude empaparme bastante. Y luego a base de ver iglesias y estudiar mucho. Quiero destacar también que el resultado que hoy vemos fue posible gracias a la implicación de muchas personas: desde el primer peón hasta el último marmolista.

- ¿Se inspiró en algún templo de Asturias o de España para dar forma al de Santa Olaya?

-Sí, en la iglesia de Moneo en San Sebastián, que también es muy blanca y tiene espacios de mucha altura. Pero fue una obra que costó ocho veces más que la de Santa Olaya. Así que una cosa es la inspiración y otra lo que puedes hacer en base a los recursos. Yo creo que la relación entre lo que nos podíamos permitir y el resultado es muy bueno.

- Por fuera la iglesia está revestida de ladrillo visto y madera, todo en blanco. ¿No teme que la fachada pueda acabar con pintadas o sucia por la contaminación?

-Son dos cosas distintas. Una es la contaminación ambiental que ya todos conocemos que hay en esa zona de la ciudad. Y otra la contaminación humana en cuanto a los grafitis. De hecho, durante la obra, la iglesia sufrió grafitis en abundancia. Pero bueno, si no era blanca, iba a ser gris o negra. Es un riesgo que hay que asumir. El respeto hacia un edificio nuevo y hacia una serie de personas siempre debe haberlo. Además antes teníamos una parcela sin ningún significado, y ahora, un parque que se articula en torno a un edificio.