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Pedro Piñera, una figura fundamental para la creación del puerto deportivo

Al entonces consejero del Gobierno asturiano le costó mucho convencer al alcalde Palacio de que no eran unas instalaciones para ricos con barcos

Una vieja estampa del muelle antes de crearse el puerto deportivo.

Cuatro años después de lograr la reversión de los muelles locales al Ayuntamiento de Gijón, nada se había hecho y tras desaparecer la actividad pesquera estaba todo bastante abandonado, aunque ya empezaban a fondear en Fomento algunos veleros, la mayoría eran propiedad de socios del Real Club Astur de Regatas que habían encontrado allí el destino natural y lógico para sus embarcaciones. El siempre hedonista socio e ingeniero Jaime Salgado Estrada -un hombre que en su época de estudiante en Madrid tenía su sede de ligoteo en la sidrería El Escarpín, en la calle de los Libreros, y tan sistemático era que de todas las mujeres con las que salía apuntaba meticulosamente al final de la cita lo que habían hablado para retomar la conversación en donde habían quedado, a fin de siempre quedar la próxima vez como un señor- propuso la creación en el muelle de Fomento de una Escuela de Vela que diera cobijo a los Optimist y Snipes. No soplaban entonces los vientos favorables para el Club de Regatas, ya que -además de poner todo tipo de dificultades para el mantenimiento de la terraza de Corrida Street- la Junta del Puerto le obligó a desmantelar las instalaciones, su base náutica, que tenían en precario desde el año 1966 en el muelle de Fomento, a fin de que algún día allí se pudiese crear un puerto deportivo libre de concesiones privadas.

Cuatro años sin hacer nada en el puerto local. Aunque la Junta del Puerto y el Ayuntamiento habían firmado un convenio para la construcción de diques de protección en el Fomento y Fomentín, sin que nada se hiciese durante los treinta meses siguientes. El 6 de diciembre de 1980, en el acuerdo suscrito por la comisión mixta entre ambos organismos se había decidido que los técnicos se encargasen de realizar los proyectos precisos para la construcción de diques de protección que permitiesen ganar terrenos al mar.

El ingeniero de la Junta del Puerto, Juan Argenti Ulloa, planteó la posibilidad de construir un dique perpendicular al de Levante que llegase a la altura del cerro de Santa Catalina, a fin de lograr aguas muertas en todo el puerto local, ganando además unos seiscientos mil metros cuadrados al mar, con un canal lo suficientemente amplio para que pudieran también salir los barcos de los astilleros del Natahoyo. El presupuesto era de ochocientos millones de pesetas, lo que se consideraba la solución menos costosa para afrontar el futuro del puerto deportivo y la ordenación urbanística de toda aquella zona. Pero fue desestimada aquella propuesta, debido a que el grupo del PSOE era más partidario de construir una esclusa para solventar el problema de la falta de calado en las dársenas locales y así posibilitar la entrada de barcos de recreo y hasta pequeños cruceros, además de asegurarse de que las aguas siempre estuviesen limpias, evitando así los dragados. Pero no hubo acuerdo entre los técnicos de ambos organismos y aquellas ideas quedaron burocráticamente hibernadas. Unos por otros, la casa sin barrer.

A lo que sí se dio visto bueno fue a la propuesta de la Escuela Superior de la Marina Civil de construir un edificio de nueve metros de altura en la llamada "punta de los conejos" como pabellón de botes, que también sería utilizado como sede de la Cruz Roja del Mar. Eran tiempos en que Mariano Abad Fernández tomaba tierra como nuevo presidente de la Autoridad Portuaria, a fin de abrir nuevos horizontes en tiempos difíciles, ya que los tráficos cautivos empezaban a disminuir, lo que ponía en números rojos las cuentas anuales de la Junta del Puerto de Gijón.

Las cosas de palacio van despacio. El exacerbado personalismo de Jesús Fernández Valdés, a quien le molestaba no poder controlar el Instituto de Fomento Regional, lo que propició indeseables comportamientos con su director, Leonardo Álvarez de Diego -a quien calificaba de leopardo por haberle restado competencias-, y las profundas discrepancias con Pedro Piñera le llevaron a tirar la toalla, o algo así.

Así que, en medio de este panorama, apareció por la Casa Consistorial el consejero del Gobierno del Principado de Asturias Pedro Piñera. Sabido es que las cosas de palacio van despacio, y José Manuel Palacio, dando honor a su apellido habanero, no consideraba prioritario la creación de un puerto deportivo.

El ingeniero industrial Pedro Piñera Álvarez era un hombre discreto, como solamente lo saben ser aquellas personas que son inteligentes y carecen de vanidad. Pedro de Silva había puesto la vista en él, ya que le gustaron mucho algunas de las ideas que había desarrollado como responsable de la Sociedad Asturiana de Estudios Económicos e Industriales (SADEI), por lo que inicialmente le nombró consejero de Obras Públicas, Transportes y Comunicaciones, aunque con posterioridad también le responsabilizó de la promoción turística asturiana.

Debido a ello, se reunió con José Manuel Palacio en el despacho oficial de la Alcaldía para explicarle las grandes ventajas que supondría para la ciudad la creación de un puerto deportivo en las dársenas locales que estaban desaprovechadas.

A la conclusión que llegó José Manuel Palacio tras escucharle durante más de dos horas con su escepticismo habitual fue ésta:

-O sea, que esto del puerto deportivo va a ser una cosa para los ricos que tengan barcos, ¿no?

Al salir del despacho oficial lo vi totalmente desalentado, por lo que juntos fuimos a tomarnos una caña a La Botica, aquel entrañable punto de encuentro que regentaba con su sonrisa eterna Servando Menéndez en los soportales de la plaza Mayor. Allí me contó su plan Pedro Piñera y lo desconcertado que quedó con el resumen que había hecho José Manuel Palacio tras su detallada explicación.

Quien vea en fotografías lo que era lo que los gijoneses llamamos El Muelle y contemple ahora la pujanza de los pantalanes allí creados se dará cuenta del antes y del después.

Otro antes y después en el turismo rural. También hubo un antes y un después en una actividad prácticamente inexistente en toda España: el turismo rural. Hasta entonces lo que se proponía desde el Gobierno de Madrid era un modelo basado en el veraneo en las casas de labranza. A sus propietarios se les ofrecía subvenciones para que arreglasen una habitación y acogiesen a veraneantes. El consejero Pedro Piñera manifestó siempre con un cierto orgullo por la misión cumplida que, "frente a eso, en el Principado empezamos a pensar en un turismo de calidad. Fuimos los pioneros en este tipo de actividad, con una oferta limitada y sin dañar el medio, sin urbanizaciones. Cuando expliqué lo que queríamos hacer, me miraban como a un marciano. Me decían que Asturias no podía tener turistas porque no había sol, y si deberíamos convertir a los hombres recios de la siderurgia en camareros. Pero la experiencia tuvo eco no sólo en España, sino que fue objeto de estudio en universidades de todo el mundo".

Nada se puede hacer sin un buen equipo, y Fernando Gallardo -hoy, una de las máximas autoridades mundiales en hoteles con encanto-, quien, al cumplirse los treinta años de todo aquello que se puso en marcha, en el prólogo de la "Guía Cimadevilla 2015. Las mejores casas para comer en Asturias y las claves para no perderse en el Paraíso Natural", escribió: "Y en eso llegó Pedro de Silva con sus dieciochescas patillas. Llegó el ilustrado presidente y mandó a parar. Llegó también el ingeniero Pedro Piñera, con sus tablas input-output y dejó sentado de una abscisa a todo el Principado".

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