Cristina Fernández, sola, de riguroso luto, caminando alrededor del ataúd que guarda el cuerpo inerte de su compañero de vida y militancia, Néstor Kirchner. La imagen, tomada por el fotógrafo oficial de la Casa de Gobierno, es una buena síntesis del momento, personal y político, que la presidenta argentina está viviendo. El cadáver del ex mandatario es, para algunos, un enorme rédito político que tratarán de aprovechar. Su mujer se enfrenta a la difícil tarea de evitar que lo despedacen, políticamente hablando, aquellos que quieran encaramarse en la cima del poder partidario y nacional.

El miércoles 27 de octubre era, de por sí, un día especial en Argentina. La fecha fijada para el primer censo nacional en nueve años. Todos los ciudadanos estaban en sus casas y la tranquilidad, casi el aburrimiento, era la sensación generalizada. Hasta que, pasadas las nueve de la mañana, la noticia se filtró: Néstor Kirchner había muerto en la localidad patagónica de El Calafate, donde la pareja más poderosa de la última década tenía su lugar de descanso. A las 8.05 saltó la alarma. Néstor se desmayó delante de su mujer y, según sus médicos, murió rápido y casi sin sufrimiento, víctima de un infarto. Desde el momento en que se descompuso, Cristina no se separó de Néstor, mientras le rogaba «no me dejes, vas a poder».

Pasado el «shock» inicial, los partidarios y simpatizantes del Gobierno empezaron a acercarse hasta el epicentro de la historia argentina, la plaza de Mayo. En las rejas de la Casa Rosada, donde reside el poder ejecutivo, los manifestantes empezaron a dejar flores, fotos, banderas y carteles, la gran mayoría con el mismo mensaje: «Néstor, no te olvidaremos. Fuerza, Cristina».

Sin duda, mucha fuerza necesitará la presidenta para afrontar este momento. En lo personal, porque pierde a su compañero de vida y militancia, luego de 35 años. En lo político, porque habían formado una sociedad casi simbiótica, compartiendo poder, decisiones, lealtades y enemigos. La manera en que Cristina Fernández salga de la desolación propia de un momento trágico como el que vive marcará el futuro, como mínimo del año que le queda en el poder y, a mediano plazo, de lo que ocurra con vistas a las elecciones generales de 2011. Deberá demostrar que, en contra de lo que muchos analistas piensan y gran parte de la opinión pública asume, eran ambos quienes manejaban los hilos del poder y de las decisiones fundamentales, y no Néstor exclusivamente. Tendrá que exhibir un férreo carácter para disciplinar a los gobernadores y personajes fuertes del gobernante Partido Justicialista. Deberá imponer su autoridad para limitar al líder sindicalista Hugo Moyano, jefe de la Confederación General del Trabajo, que brinda el apoyo decisivo de sus organizados y combativos militantes a cambio de cuotas de poder crecientes y, muchas veces, peligrosas.

El estilo de confrontación que los «K» impusieron a sus mandatos se mantuvo incluso ante el momento de tristeza vivido. Casi ningún representante de la oposición pudo acceder a la capilla ardiente. Incluso, el vicepresidente Julio Cobos, enfrentado a la presidenta, y el hombre que apadrinó a Néstor Kirchner para que fuera candidato presidencial, el peronista Eduardo Duhalde, fueron avisados para que no concurrieran al lugar por el temor de que se produjeran disturbios (y de paso evitarle a Cristina el mal trago de tener que saludarlos). El propio Hugo Moyano, socio del Gobierno, recibió un saludo tan frío por parte de la viuda que todos pudieron entender la poca gracia que le causa a la mandataria tener que «convivir» con él.

Mientras miles de personas, especialmente jóvenes que se iniciaron en la militancia política seducidos por Néstor Kirchner, daban el último adiós a su líder, los analistas y la opinión pública empezaban a pensar en el futuro. Muchos echaron la vista atrás y recordaron los desdichados años de María Estela Martínez, «Isabelita», que tuvo que hacerse cargo del Gobierno tras el deceso de su marido, el general Juan Domingo Perón, el 1 de julio de 1974. Se inició entonces el peor Gobierno constitucional de la historia argentina, señalado por la violencia armada y el descontrol, que desembocarían en el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976. Puede haber alguna similitud, pero existen muchas diferencias. Cristina es una política experimentada y tiene largas décadas de militancia y desempeño legislativo y ejecutivo. «Isabelita» no tenía ninguna experiencia ni preparación para ejercer ningún puesto político, mucho menos la primera magistratura. Las similitudes pueden encontrarse en el entorno y el balance de fuerzas a su alrededor. Como le ocurriera a Estela Martínez, la desaparición del gran líder desatará la carrera (o la batalla) por ocupar los espacios de poder que nadie se atrevía a disputar al jefe. En este aspecto, la dinámica impuesta por los Kirchner, especialmente a partir del Gobierno de Cristina, de confrontación no colabora para evitar que las discusiones políticas se conviertan en guerras abiertas. Los Kirchner alimentaron la antinomia y evitaron el debate y la búsqueda de consensos con los opositores.

La gran duda, con respecto al entorno de la presidenta, pasa por la actitud que tomen aquellos que hasta hoy fueron socios del proyecto de la pareja presidencial. Sensibilizados por las muestras de apoyo que la gente brindó a Cristina en estos días, ¿se unirán detrás de ella para apoyarla en el año de gestión que tiene por delante e impulsarla a pelear por la reelección, o se pelearán para intentar demostrar quién es más kirchnerista, incluso por encima de su propia mujer y cocreadora del modelo? ¿Seguirá aceptando Hugo Moyano ser parte de un Gobierno que ha hecho bandera de ser el continuador de las organizaciones armadas de izquierda de los años setenta que él mismo combatió desde la derecha sindical?

Con la desaparición física de Kirchner, las dudas de algunos sectores se acrecientan pensando en el rumbo que Cristina tomará. ¿Profundizará el modelo, acrecentando la confrontación, o abrirá el diálogo, al faltarle su principal fuerza de choque? ¿Seguirá apropiándose de los derechos humanos, castigando sólo a una parte y mitificando a los violentos con los que militaba? ¿Será capaz de ocupar el enorme espacio de poder que construyó Néstor? ¿Podrá mantener el decisivo capital político que representan las muestras de apoyo recibidas en estos días hasta el momento de las elecciones? Puede sonar mal, pero en política la muerte de un líder provoca una motivación muy fuerte entre aquellos simpatizantes que se movían en la tibieza. En la Unión Cívica Radical, el histórico adversario del justicialismo, el probable candidato presidencial Ricardo Alfonsín, ganó gran parte de su caudal tras la muerte de su padre, el ex presidente Raúl Alfonsín. Cristina puede sumar a su propio capital político el enorme peso de la bandera en que se ha convertido Néstor Kirchner. Depende de su propia habilidad y de su capacidad para soportar los embates de su entorno.