San Tirso de Abres

La línea ferroviaria entre las localidades lucenses de A Pontenova y Ribadeo se puso en marcha en 1903. Atravesaba el concejo asturiano de San Tirso de Abres y tenía por principal misión el transporte de carbón desde las minas de Vilaodriz hasta el pujante puerto ribadense. Hoy poco queda del tren, desmantelado a finales de los años sesenta del pasado siglo, más allá de los recuerdos de quienes le sobrevivieron, como Virginia Novo, la última guardesa de la barrera del tren a su paso por San Tirso.

La de Novo fue una vida paralela a la evolución de la locomotora que tanta vida dio a las riberas del Eo. Nació en la localidad lucense de Conforto, muy próxima a las minas de Vilaodriz, donde trabajó su padre. «Me acuerdo de pequeña de llevarle la comida hasta la boca de la mina», explica.

Virginia rememora una infancia de mucha miseria, en la que no pasó hambre pero sí muchas penurias. Nació en el año 1921 y se convirtió en la segunda más pequeña de una familia de nueve hermanos. Fue a la escuela, aunque poco tiempo y sin que le gustara demasiado, y pronto empezó a trabajar fuera de casa para aliviar las estrecheces de la economía familiar.

«Con 17 años vine a trabajar a San Tirso; servía en la casa de un médico y hacía de todo. Era una esclavitud y todo lo que hacía les parecía poco». Virginia Novo comenta que le obligaban a fregar la cocina de rodillas y a trabajar muy duro durante todo el día.

En el poco tiempo que le quedaba libre conoció a quien, al cabo de seis meses, se convertiría en su marido. Arturo Gueimunde, natural de la localidad santirseña de Eilale. Él era capataz del ferrocarril, como ya lo había sido su padre. Así que, de nuevo el tren vuelve a cruzarse en la vida de Virginia Novo.

Su boda pone fin a dos años sirviendo en los que no ganó más de 20 pesetas al mes. «Y aún les temblaba la mano para dármelas», apunta. Cuenta que, para comprarse un vestido, le hizo falta invertir el sueldo de dos meses para la tela y el de un tercero para pagar a la modista. «¡Qué miseria tenemos vivido!», exclama.

Casarse con un empleado del ferrocarril le sirvió para que le ofrecieran un empleo como guardesa en la barrera del tren. Su trabajo era sencillo, ya que consistía en cortar el tránsito por la carretera de San Tirso en las horas a las que pasaba el tren. Este trabajo le proporcionó un sueldo mensual de 30 pesetas.

El trabajo le gustaba, aunque a veces tenía sus más y sus menos con algunos conductores que se negaban a parar y menos a obedecer a una mujer. «Las guardesas éramos todas mujeres y, claro, había quien te respetaba y quien no. Incluso, alguna que otra vez soportaba insultos y, como eran hombres, no les podías contestar», relata.

También tiene pasado miedo, sobre todo en los servicios de por la mañana temprano, ya que tenía que caminar a oscuras desde su casa hasta la barrera del tren. Por eso dice que dejó el trabajo de buena gana y, si fuera hoy, «creo que nunca lo hubiera cogido». Pese a todo, se le iluminan los ojos cuando cuenta algunas aventuras, como cuando las vacas se colaban en la vía y los trenes descarrilaban.

El tren, que en buena parte de su historia combinó el tráfico de mercancías con el de pasajeros, tuvo una época gloriosa cuando las minas marchaban bien; después, poco a poco, fue en declive. «Apenas nos daban nada para el mantenimiento, descarrilaba porque no teníamos madera para las traviesas y ni siquiera nos daban aceite para los farolillos con los que teníamos que parar el ferrocarril en caso de que hubiera algún peligro», cuenta Virginia Novo.

Sus más de treinta años como guardesa le sirvieron para cobrar una liquidación de 50.000 pesetas cuando el tren acabó su vida útil. «Recuerdo que le dije a mi marido que me dejara verlo un rato, nunca en mi vida había visto tanto dinero y pensé que me sacaba ya de pobre», cuenta, ahora, entre risas.

El tren daba vitalidad a la comarca y por eso Virginia Novo lo recuerda con nostalgia. «Me gustaba mucho escucharlo pasar, es una pena que se haya perdido». Ahora, para evitar que el ferrocarril caiga en el olvido, responde con gusto las preguntas de los turistas que recorren la antigua vía, convertida en la popular ruta del ferrocarril.

- Virginia, que cumplirá 88 años en septiembre, tiene el honor de haber sido la última guardesa de la barrera del tren en territorio asturiano.

- Se casó con el santirseño Arturo Gueimunde y con él tuvo una hija. Hoy presume ya de nieta y de biznieta.

- Dice que el tren «siempre hacía compañía porque siempre veías algo nuevo», especialmente los días de mercado en A Pontenova, Ribadeo y Vegadeo.

- Le encanta que los turistas le pregunten sobre el tren cuando pasan por su casa.