Un proverbio chino dice que la vida se reduce a cuatro emociones: el placer, la felicidad, el dolor y el amor. El chino que lo pensó nunca pisó una fiesta de prao, pero ha dado en el clavo. El placer es la primera emoción en manifestarse en la verbena y su progreso es proporcional a la ingesta de alcohol. Un ejemplo: imagínese un escenario tomado por Vicente Díaz y usted en primera fila, vaso en mano, con la parienta, entregado al «Campanines de mi aldea». La felicidad se puede confundir con el placer, pero es más efímera: se retira a las tres de la mañana dejando en la fiesta a su hermano pequeño, el faltoso, que grita a la orquesta «¡Paquito murió!», cuando toca, otra vez, «El chocolatero». Dolor es cuando una colega se sube al escenario y en un arrebato de exaltación de la amistad le gritas: «¡Tírate, que te cojo!» Y se tira, y no la coges. El amor surge, cuando para la música, en esas zonas erógenas del prao que llaman «el oscuro». Coincido con una amiga, que no es china, en que las fiestas de prao son un invento del Gobierno para reducir la capacidad analítica de la juventud asturiana a un dolor de cabeza.