La vida de Benjamín Balsera, de 86 años de edad, está vinculada a la música desde su más tierna infancia. Cada día, en el desván de su domicilio de Pando, Benjamín Balsera toca su acordeón durante una o dos horas. Sus dedos ya no se mueven tan rápido como antes, pero el sonido de su instrumento le reconforta. Le hace evocar los viejos tiempos, cuando era líder de la banda «Jazz Bahía», un conjunto con el que amenizó, durante décadas, las fiestas de media Asturias.

Benjamín Balsera nació para la música. «De pequeño, siempre que iba a una fiesta, me escapaba para estar cerca de las orquestas», confiesa este músico, que ya era capaz de sacar ritmo a unas latas siendo apenas un niño. «Cuando tenía 12 años, mi tía Amalia me regaló un acordeón que aprendí a tocar por mi cuenta. Fue mi primer instrumento», comenta. Años más tarde, al finalizar la Guerra Civil, Balsera compró un trombón por cuarenta duros. «Un ex combatiente de Láneo lo encontró en el frente, dentro de su estuche entre los escombros de una casa en ruinas. A su regreso me lo vendió», subraya.

Fue, precisamente, tras la contienda cuando Benjamín Balsera comenzó a ejercer como músico profesional. Por entonces, la banda «Los Amadeos», de Cornellana, trataba de volver a la palestra. Durante el conflicto, dos de sus miembros habían muerto y buscaban artistas para suplir sus bajas. «Ellos sabían que yo tocaba y vinieron a buscarme en 1941 para que me uniese a su orquesta. Eran muy conocidos y, al principio, rechacé su oferta por miedo a no estar a la altura de las circunstancias. Al final, acepté su propuesta», matiza. Ese mismo año, Benjamín Balsera debutó sobre el escenario en las fiestas de San Juan de Piñera. «Gané seis duros. Estaba muy contento».

Durante su etapa en «Los Amadeos», Benjamín Balsera aprendió a tocar el bombardino. Asimismo, su hermano Pepe, 11 años más joven que él, se unió a la formación para tocar la batería. «Toqué con ellos durante unos cinco años, pero comenzaron a surgir problemas. Varios miembros comenzaron a beber. A veces se emborrachaban para actuar. Aquello era un desastre. Fue entonces cuando decidí crear mi propia banda», afirma.

Así, en 1947 nacía «Jazz Bahía». «Al principio éramos cinco jóvenes procedentes de San Bartolomé de Miranda, Láneo y Pando. Yo tocaba el trombón, el acordeón y la trompeta», señala el músico salense, quien, durante décadas, combinó su trabajo como labrador con los escenarios. Eran tiempos de escasez. Su banda ni siquiera contaba con equipos de amplificación y ninguno de sus miembros sabía interpretar una partitura. «Todos tocábamos de oído», recalca. Y añade: «A pesar de todo, nuestro repertorio era amplio, interpretábamos desde pasodobles hasta vals o cumbias».

Relata que «tocar en aquellos tiempos era difícil. Para nuestros desplazamientos, a veces contábamos con coches alquilados que nos facilitaban las comisiones de festejos. Otras veces nos movíamos en el Alsa o con camioneros que nos llevaban en sus camiones mientras hacían sus portes». Se las apañaban como podían. «Con respecto al dinero, empezamos cobrando 600 o 700 pesetas por bolo», precisa.

No obstante, ni siquiera las dificultades impidieron que Benjamín Balsera sacase adelante a su banda, que vivió su época dorada durante la primera mitad de los años 80. «A lo largo de los años, por la formación se fueron sucediendo varios músicos, incluso mi hijo pequeño, Juan Carlos, que estudiaba en el Conservatorio de Oviedo. Con él, la banda vivió su mejor momento», advierte. Por desgracia, en 1986, Juan Carlos falleció en un accidente de tráfico en las inmediaciones de Grado cuando aún contaba 21 años de edad. «A partir de ahí, la "Jazz Bahía" comenzó a deshacerse hasta su desaparición, en 1988», lamenta Benjamín Balsera.

Él se despidió de los escenarios en 1994, siendo miembro de la también salense orquesta «La Estrada». Sin embargo, nunca ha dejado de ser músico. Todos los días, mientras su mujer, Azucena Ávarez -con la que está a punto de cumplir 57 años casado-, ve la tele, Benjamín Balsera se refugia en su desván, donde conserva dos acordeones, un teclado y un trombón. Allí, iluminado por la luz que penetra a través de una claraboya, interpreta viejos boleros, pasodobles o canciones populares sin más público que sus propios recuerdos. Y es que, tras la mirada de Benjamín Balsera, se esconde aún la inocencia de aquel niño que un día decidió ser artista.