Sinvergüenzas, asesinos! Oigo indignados comentarios, y pienso que se empieza a reaccionar ante las informaciones desveladas por Wikileaks sobre el caso José Couso ¡Caraduras! Quizás sea el cabreo monumental producido por las palabras de la señorita Pajín, tan descaradamente amortizable que es utilizada para soltar las barbaridades más increíbles del mundo mundial (¿O hasta el más curtido vicepresidente es incapaz de controlar la verborrea infame de esta mujer?) y que insulta a la inteligencia animando a los ciudadanos a la delación anónima ¡Hipócritas! Tal vez se deba a la inconcreta Ley Integral para la Igualdad de Trato y la No Discriminación, con la que todos seríamos culpables hasta que no se demuestre lo contrario, y que desprende un tufillo que recuerda a la polémica y ambigua ley húngara sobre libertad de prensa que castiga informaciones «ofensivas contra la dignidad humana», cuya aplicación queda en manos de un órgano nombrado por el gobierno de turno. ¡Apestosos, pestilentes! Qué decepción. Toda esa indignación se dirigía contra los pobres fumadores.